Agencia Reforma
Ciudad de México.- Es por pocos conocido, pero un mexicano viajó al espacio mucho antes que Rodolfo Neri Vela. «Alunizó» incluso junto a Neil Armstrong y compañía hace 50 años, el 21 julio de 1969. O lo hizo, al menos, a través de la insignia del traje de los astronautas: Héctor Hernández.
Este oaxaqueño trazó el diseño final de la insignia de Apolo 11, la misión tripulada de la NASA que llevó al hombre a la Luna.
Graduado como licenciado en artes por la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca (UABJO), era ya un prometedor artista cuando fue llamado a Cabo Cañaveral, a los 31 años.
En 1965, aún viviendo en Oaxaca, había ganado un concurso de dibujo lanzado por la revista estadounidense Strain and Health por el diseño de una historieta llamada Bosco.
«Bosco era un tipo, una caricatura de un hombre fuerte, fisicoculturista, parecido a los del siglo pasado, que se enfrentaba a múltiples aventuras», cuenta Hernández, de 83 años, sobre ese proyecto en el que asomaba otra de sus pasiones: el fisicoculturismo. Ganó incluso el título de Mr. Oaxaca y concursó por el Mr. México en dos ocasiones.
Su destino viraría ante el llamado de la NASA, cuyas redes tocaron la puerta de la UABJO; estaban en busca de creadores para trabajar con la agencia y querían probar suerte en una tierra célebre por sus artistas. Y la Universidad los remitió a él.
Atrás, entonces, quedaría Oaxaca, y Hernández llegó en 1967 a Orlando, Florida.
«La NASA había asignado a una familia americana de origen alemán para que me alojara al llegar», recuerda. «Me aclararon que estaban haciendo una excepción, porque en ese momento en el programa Apolo no trabajan más que puros ciudadanos americanos».
Su acoplamiento, cuenta, fue difícil al principio, sobre todo porque aún no dominaba bien el idioma.
En el Departamento de Presentaciones del Centro Espacial Kennedy (KSC), su lugar de trabajo, era el único mexicano entre 15 artistas estadounidenses. Sin embargo, no tardó en destacar.
Sus labores eran variadas. Así como diseñaba presentaciones e ilustraba los sistemas de escape de los mecanismos de prueba, también rotulaba nombres en los cascos oficiales.
Recuerda que le tocó rotular el casco del Presidente Richard Nixon cuando realizó una visita al KSC.
Él vivía en Orlando y Cabo Cañaveral le quedaba a 45 minutos.
«Yo era muy polifacético con respecto al arte. Hacía más cosas que todos los demás. No, no que todos los demás, que muchos de mis compañeros. Mi obsesión era aprender. Prácticamente yo era un ilustrador no solamente ocho horas al día; en casa me había comprado un restirador para practicar y seguir dibujando. Los fines de semana iba yo a sacar libros de arte e ilustración técnica a la biblioteca pública de Orlando para estudiar, estudiar y estudiar. Mi obsesión era el arte y aprender más, cada vez más», afirma.
Cuando el lanzamiento a la Luna comenzó a concretarse, cuenta que su jefe le pidió a él y a sus compañeros que trabajaran cada uno en el diseño de la insignia de la misión. Sólo les dijo que el módulo lunar se llamaría «Eagle» y ningún dato más, asegura.
El oaxaqueño entregó tres bocetos que fueron rechazados, lo mismo que sus compañeros. Y entonces se sentó a su mesa de dibujo, ajustó su silla, y lo pensó un poco más, hasta que fue aterrizando, o «alunizando», el águila de la insignia con una rama de olivo en el pico; en primer plano, un cráter lunar, y, de fondo, la Tierra con su azul vibrante en medio del espacio sideral.
Cuando le fue anunciado que su trazo se quedaba, asintió con la cabeza y se alegró en silencio. Siempre ha sido un hombre sencillo, asegura.
Días después, vería la insignia bordada en los trajes de los astronautas, prestos a hacer historia.
El día del lanzamiento, la NASA lo escogió a él junto a otros cuatro artistas para ver el despegue desde el KSC.
«Eso es lo que yo considero: haber sido parte de un equipo en esta hazaña. No considero yo una hazaña más grande en la historia del mundo que haber llegado a la Luna, y de eso me enorgullezco».
Pero insiste, simplemente fue parte de un equipo.
Hernández dejó la NASA en 1971 para volver a México junto a su esposa, siempre nostálgica por su tierra, y una hija en brazos.
En Oaxaca siguió trabajando en el campo del diseño, aunque puso también un gimnasio. Actualmente vive en una colonia popular, la Volcanes, y es pensionado, aunque además obtiene ingresos de las máquinas de ejercicio que diseña para gimnasios y de la renta de un condominio que tiene en Florida.
Cuando piensa en su época en la NASA, suele a veces sorprenderse: «Tuve a Armstrong a medio metro», recuerda.