Gibrán Ramírez Reyes*
Pocos estados sintetizan los pendientes del país como Guerrero, Chiapas y Oaxaca, pero seguramente este último tiene la situación más compleja, por causas geográficas e históricas que sería muy largo glosar.
Oaxaca sigue siendo uno de los estados más atrasados, más pobres, más desiguales y, en general, con más carencias.
La escolaridad (7.5 años), pobreza moderada (43.1 por ciento) y extrema (23.3); la informalidad de la economía (76 por ciento de la población carece de seguridad social), y el rezago multidimensional han sobrepuesto tareas que en otros sitios se han ido superando en otras etapas.
Pese a los cambios de los siglos y los años, pese a la alternancia, hay regiones con problemas decimonónicos, pero sumados a las brutales dificultades del período neoliberal que han consumido a muchas comunidades que habían resistido por décadas o siglos con cierto orden o cierta paz.
Las dificultades de muchos tiempos son contemporáneas entre ellas, están todas presentes, sumando más problemas que soluciones conforme pasa el tiempo.
Por ello, la labor de gobierno requeriría de enorme creatividad para el desarrollo, para generar estrategias de formalización económica, fórmulas masivas de economía social –como la que mostraron esta semana Guillermo Santiago del Imjuve y el Inaes al inaugurar una Fábrica de Economía Solidaria en Ciudad Ixtepec—, política pública situada.
El gobierno federal lo sabe y emprende proyectos que pueden remontar el atraso secular.
El proyecto madre, uno de los más importantes del sexenio, es el corredor Transístmico, que tendrá asociados a él puntos de desarrollo industrial y urbano, además de educación politécnica, pero hay muchos más, desde grandes carreteras hasta caminos rurales que conectan a las cabeceras municipales, y varios otros que ha recordado Flavio Sosa en su artículo de Jacobin del pasado 26 de febrero.
El gobernador ha preferido reivindicar, al contrario, su presencia fantasmagórica, apenas rota para convertirse en un porrista ocasional del gobierno federal, quizá solo para disimular su inacción, al mismo tiempo que realiza giras en que funge como una especie de presidente de fundación o un macro presidente municipal —como todo, menos como gobernador—: entrega sanitizante para mercados, un poquito de dinero, otro poquito de mobiliario escolar, pone techumbres, entrega pequeños cuartos-dormitorio, certifica policías municipales, regala sillas de ruedas, motopatrullas, entrega una que otra ambulancia o habilita registros civiles, mientras su esposa entrega utensilios de cocina, máquinas de coser, y otros artilugios para engañar a la precariedad en una campaña apenas disimulada.
A falta de proyecto de gobierno, la fórmula para la muy presumida gobernabilidad parece el relumbrón constante de pequeña escala, adicionado con el control paternal de medios y poderes fácticos, sin duda un método aprendido en Columbia.
Ante la necesidad de cooperación, seguramente el presidente prefiere un gobernador como este, que, aunque ayude poco, por lo menos no estorbe.
Llama la atención, sin embargo, que siendo uno de los gobernadores con mejor prensa, incluso en diarios considerados progresistas, sea de los de media tabla para abajo en aprobación.
Al parecer la brecha entre el esfuerzo titánico del gobierno federal y su amable lapa (vive pegado a la roca firme) no puede llenarse con fueguitos de artificio.
* Doctor en Ciencia Política por la UNAM.