Porfirio Flores*
El lunes 23 de marzo del 2020, los estudiantes de todos los niveles educativos de México, suspendieron clases. Con la esperanza de que tres semanas serían suficientes para enfrentar la pandemia de la Covid-19, celebraron tener más días de descanso. Pero no fue así, no fue suficiente y nadie regresó a las aulas.
A partir de entonces todo cambió. Nuestro vocabulario se empezó a llenar de términos y expresiones que se volvieron comunes cuando eran extrañas. Pandemia, sana distancia, pruebas de Covid-19, casos positivos, casos negativos, semáforo rojo, naranja, amarillo y verde. Ni qué decir del cubrebocas, gel antibacterial, alcohol y la sanitización o desinfección.
Por primera vez nos importó la ocupación hospitalaria de los nosocomios del país y como nunca seguimos paso a paso el desarrollo de una vacuna que pudiera contrarrestar ese virus que transformó para siempre el estilo de vida de todos. Las palabras presencial y en línea, tuvieron una connotación muy cercana.
Conocimos también que había actividades esenciales y no esenciales. Sí, como si estuviésemos en una guerra.
Los hogares mexicanos se convirtieron casi todos en escuela y muchos también en iglesia porque los servicios religiosos dejaron los templos para llenar cada casa-habitación.
El internet devino en la parte central de la vida de las personas porque la red se convirtió en el medio ya no solo para aprender y divertirse, sino también para comprar y vender.
El confinamiento quedó sellado con la campaña “Quédate en casa” que oímos miles de veces como un grito de alerta que se fue propagando, repitiendo y casi vociferando para detener la mortandad que llegó a México y al mundo como si se tratara de una maldición o azote. Todo ello en aras de la sana distancia.
Sin embargo, con todo y ese gran esfuerzo emprendido, en México han muerto casi 200 mil personas entre el 23 de marzo del 2020 y 23 de marzo del 2021. Todos o casi todos perdimos un familiar, amigo, vecino o conocido por quienes lloramos y sufrimos.
Pero también en medio de la desolación tuvimos alegrías por familiares, amigos y vecinos que lograron derrotar al virus y tras una penosa convalecencia en el hospital o en su propia casa recuperaron su salud y festejamos su victoria como si hubiera sido propia porque celebrábamos la vida.
A un año de la sana distancia la interrogante que surge es qué aprendimos en lo personal y colectivo. Qué lecciones quedaron selladas en nuestra mente y nuestro corazón.
Es importante saber qué instrucción nos trajo esta pandemia porque si bien ya hay vacunas, aún falta mucho para que la vida de todos vuelva a la normalidad que teníamos.
* Abogado y periodista.