Gibrán Ramírez Reyes*
En la historia reciente, procesar penalmente gobernadores cuando se pasan de la raya no es una novedad. Hacerlo con los de Tamaulipas es un poco más frecuente todavía. Cuando detengan a García Cabeza de Vaca habrá, en total, tres detenidos con esa condición.
Lo que podría ser novedoso es la desfachatez con que el PAN argumenta que el juicio de desafuero en su contra es un acto más bien autoritario e incluso reclama, con la Alianza Federalista, que el tema se haya vuelto un “espectáculo público”.
Hace mucho tiempo, el PAN llegó a tener fuertes disputas por temas que además de ideológicos eran morales y todavía hasta hace poco intentaban defender las buenas costumbres en la vida pública, el Estado de Derecho al menos como simulación. La desfachatez de hoy no la escenificó ni siquiera el PRI con alguno de sus Duarte.
El panismo tenía escrito ese guion de antemano quizá porque anticiparon que el presidente López Obrador actuaría como ellos lo habrían hecho de encabezar el Poder Ejecutivo. Siempre está la tentación de convertir los caminos de la justicia en un espectáculo.
Estamos dispuestos para ello, entrenados previamente por series estadunidenses, por lo que entienden por “justicia” los diarios de nota roja y porque nunca se comunica tan bien ese concepto como cuando se trata de agarrar a los malos, de encerrarlos.
En el sexenio de Felipe Calderón, el poder se entregó a esa tentación, e inauguró una pornografía de la violencia y el crimen, que servía principalmente de propaganda para su gobierno. García Luna no solo patrocinó montajes de supuestas capturas, que debieron ser transmitidas en vivo por buena parte de los medios de comunicación masiva, sin importar la relevancia que tuvieran para la república.
¿A quién le interesaría sino a los aficionados al espectáculo la captura de delincuentes comunes? Por si eso no fuera suficiente, las producciones de García Luna, ideadas sin duda también por Felipe Calderón, nos recetaron también series de televisión como El equipo, donde podía verse claramente que los policías y funcionarios son los buenos, y los criminales son los malos.
Eso tuvo algo de auténticamente constitutivo de la dimensión moral del panismo contemporáneo, y algo del típico grito de ¡al ladrón! El contraste con el gobierno actual no podría ser mayor.
No solo las filtraciones –que fueron uno de los medios primordiales que sostuvieron la relación entre el gobierno y la prensa— se han reducido en esto al mínimo, sino que el gobierno ha renunciado prácticamente a la propaganda típica de la persecución a los criminales.
No solo el crimen de políticos tan importantes deja de volverse espectáculo, no hay audios ni videos en los medios, testimonios escandalosos repetidos, series de televisión que cuenten la épica de los policías anticorrupción, sino que a veces ni siquiera se explica con contundencia, como si se quisiera no herir más el contrahecho espacio político mexicano.
Si se considera eso, las manifestaciones de los gobernadores de Acción Nacional (GOAN) y de la Alianza Federalista no serían solamente anticlimáticas, sino que se explicarían primordialmente por el cinismo, el temor, o por una mezcla extraña entre ambos.
El panismo, del espectáculo de la seguridad ha pasado a espectacularizar su propia inmoralidad.
*Doctor en Ciencia Política por la UNAM.