Gibrán Ramírez Reyes*
La vileza es la regla de este proceso electoral y, en general, del momento de la vida pública. No sucede solamente aquí, sino que el envilecimiento parece indicio universal del cambio de época.
Quizá, cuando un orden se disuelve con sus reglas, hay un momento en que todo parece permitido y suceden fenómenos morbosos antes de que nuevos límites morales y legales se establezcan con claridad (espero que lleguen a establecerse) y las consecuencias de no respetarlos sean un bien social suficientemente apreciado para imponerse y que la voluntad general no prefiera el desorden.
Hay quien lo sintetiza en una frase de Gramsci muy conocida: “lo viejo no termina de morir, lo nuevo no termina de nacer, y en ese claroscuro surgen los monstruos”; una frase al parecer mal traducida, porque lo que observaba el italiano de forma más ecuánime era un interregno entre dos órdenes, dos mundos, caracterizado por síntomas mórbidos (o bien, fenómenos morbosos) del más diverso tipo.
Ya preocupaba la trivialización de la muerte violenta. Ahora podemos observar también su instrumentalización electoral sin escrúpulos de ningún tipo. El ejemplo más vil es Dante Delgado, quien no se limitó a lamentar el cruel asesinato de Abel Murrieta, sino que utilizó su cadáver para cargar contra la Presidencia de la República, directamente responsabilizando al titular del Ejecutivo de un hecho doloroso.
Lo hizo todo Movimiento Ciudadano, porque esta pérdida sirve para golpear al presidente y a su candidato en Sonora. Cuando no es así, callan. He aquí que fue asesinado en marzo pasado Alfredo Sevilla, el alcalde con licencia de Casimiro Castillo electo por el partido Movimiento Ciudadano, por el que además buscaba su reelección.
He aquí que fue asesinado en ese territorio de balas, muerte y abuso policial que es el estado de Jalisco, donde gobierna Movimiento Ciudadano. Como en la región es un hecho conocido el dominio del Cártel Jalisco, que anda allí a sus anchas y sin molestias, como ese era el “contexto de la región” –así lo justificó el fiscal en su tiempo–, no hubo protestas airadas, lamentos sonoros.
No le servía a Dante Delgado ni a su partido para golpear al presidente, sino al contrario: habrían raspado a Alfaro, su gobernador. Reinó el silencio, como silencio hubo respecto al aborto causado por la golpiza que un equipo de Juan Zepeda, también de MC, infligió a una brigadista de Morena que hacía su trabajo político estando embarazada.
Ni la violencia política ni el orden violento de amplias regiones del país deberían trivializarse. Para hablar de ello, todos los actores de la vida pública deberíamos estar en la misma mesa. En estos tiempos, parece, sin embargo, que no hay siquiera una mesa en común.
El reclamo por la muerte existe cuando convenga para la campaña. La muerte, en más de un sentido, está al servicio de la política electoral. Venimos de las elecciones más violentas de la historia.
En 2018 se asesinó a más de 150 políticos (49 eran candidatos). Este año estamos cerca de los 80 (30, candidatos). Sobre todo en la política municipal, algo está podrido desde hace años. Hay a quien le gusta coger la podredumbre, amasarla, lanzarla a sus adversarios, embadurnarse con el resto.
* Doctor en Ciencia Política por la UNAM.