Gibrán Ramírez Reyes*
A diferencia de otros campos del gobierno —la política energética, la de salud, la social— que tienen objetivos y metas claros y bien definidos por la administración del presidente López Obrador, carecemos de una política educativa estructurada claramente. No se trata de un problema reciente.
De lo que debería significar la “Nueva Escuela Mexicana” no ha habido sino documentos que desdoblan generalidades, que hacen hincapié en valores, pero que carecen de filosofía, método, formas de concreción.
Hay, eso sí, una política paraeducativa, que consiste en allegar recursos materiales a las comunidades escolares, dar becas a los niños, restituir su prestigio al magisterio (o revalorizarlo, como dice el Presidente).
Todo eso está muy bien, se hace de buena fe y puede ofrecer resultados. Pero lo que pasa dentro de las aulas y la gestión propiamente escolar importan mucho, habían funcionado inercialmente y la falta de plan al respecto vino a exhibirse con toda impudicia a causa de la pandemia y el inminente regreso a las aulas.
La emergencia arruinó dos años de formación de niños y jóvenes mexicanos, dos años que el personal técnico de la SEP intentó rescatar con enormes dificultades y un heroico trabajo a toda marcha de la mano de la televisión pública mexicana que quedará para la historia.
Así, a los problemas estructurales se sumó la pandemia y, como es natural cuando se carece de rumbo en medio de una tormenta, hay ahora otras dificultades para comunicar el curso de la educación en México y las decisiones al respecto.
Ya hubo una crisis comunicacional derivada del novedoso método para confeccionar libros de texto más rápidamente que una pizza; y emergen nuevos ahora para establecer los tiempos y las formas del regreso a las aulas que, por estar sujetos a un planteamiento ambiguo, fueron aprovechados por una parte del gremio magisterial para oponer resistencia a un pronto regreso.
Este segundo problema, aunque es grave, anticipa de otro peor: una posible crisis mayor, pues no sabemos todavía cómo pasarán los niños de un grado a otro, y, lo que es peor, qué pasará con aquellos que deben transitar de la primaria a la secundaria o de la secundaria a la media superior.
¿Cuál es la idea del restablecimiento de la relación entre los estudiantes y las escuelas?, ¿cuántos estudiantes fueron los que no mantuvieron contacto con los docentes durante la pandemia?, ¿cuántos mantuvieron contacto intermitente?, ¿habrá un umbral para definir qué grado de contacto se considera equivalente a cursar el ciclo o simplemente habrá pase automático?, ¿se va a reprobar aun si las causas de la falta de contacto no son atribuibles a las estudiantes?
La SEP ha reconocido la necesidad de tener un plan para responder a estas preguntas, pero, hasta este domingo, no se había publicado la norma para evaluar este ciclo escolar, sin que se conozcan los sesudos debates que están retrasando la toma de decisiones de la que depende el curso de vida de varios millones de mexicanos.
Cuando un plan se ve interrumpido por una emergencia se buscan formas de retomar el cauce. Cuando una tormenta te sorprende a la deriva el problema es mucho más complejo.