Gibrán Ramírez Reyes*
Morena, por costumbre y estatutos, levantó una encuesta para definir su candidatura a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad en 2018. López Obrador temía que elecciones democráticas derivaran en un conflicto como el del PRD en 2008, que terminó en un fraude convalidado por el Tribunal.
Fue una encuesta brumosa, lo dije en su momento en “El Sur de Acapulco”, y lo dije muy suavemente. Pocos escuchamos y atendimos los reclamos de Ricardo Monreal, entre otras cosas porque a los ojos de militantes y simpatizantes del movimiento, toda decisión partidista tenía el visto bueno de Andrés Manuel López Obrador y, si él decidía hacer excepciones en encuestas, por algo sería.
Había entonces un comité de encuestas con conocimiento técnico (no como el de ahora, conformado en su mayoría por legos en la materia) y los resultados eran bastante enredosos, pero el garante moral de cualquier decisión contraintuitiva era López Obrador.
Claudia Sheinbaum fue nombrada siendo una candidata menos conocida que Monreal y Batres, y eso sucedió mediante una aberrante lectura de la encuesta: se juzgaron los resultados comparando el universo que conocía a cada uno de los candidatos.
A Sheinbaum menos personas la conocían y menos personas tenían mala opinión de ella (básicamente si nadie te conoce y nadie te nota, nadie te odia). Es una lectura que nunca quiso justificarse: el aval era Andrés Manuel López Obrador.
Al ser el único que reclamó Monreal, la nomenclatura del partido lo tachó de ambicioso y traidor, lo que muchos siguen diciendo hasta el día de hoy, sin saber bien por qué lo dicen.
Pensando que se trataba de una excepción, creímos en la posibilidad de las encuestas, un instrumento que el presidente nos recetó después para renovar la dirigencia de Morena.
Confiando en un buen uso del instrumento, varios competimos y fuimos eliminados de manera arbitraria en encuestas simuladas que contradijeron a las encuestas publicadas en medios de comunicación.
Fue el caso, por ejemplo, de Yeidckol Polevnsky y el mío. En corto y en público muchos me dijeron que, si el resultado de la encuesta era que Mario Delgado, recién afiliado al movimiento, fuera el dirigente, por algo sería, seguramente por la voluntad del presidente.
El mismo Mario alentó esa versión. Uno de los cinco acuerdos que hice con él a cambio de apoyarlo a la dirigencia, una vez que me apartaron de la competencia, fue la creación de un departamento sólido y científico de encuestas.
Mario parecía sinceramente interesado en cumplir, en principio, ese acuerdo, pero un día me dijo que habló con el presidente, que él le pidió que las encuestas las siguiera haciendo el mismo equipo de siempre, pese a que ahora tienen importantes encargos en el gobierno, que el acuerdo se cancelaba.
En 2021, con esos misteriosos y apoderados encuestadores, el engaño y la humillación se multiplicaron. Las encuestas para diputados federales se falsearon casi por completo y personas de la comisión de elecciones convalidaron el autoritarismo de Delgado a cambio de candidaturas para ellos o los suyos.
Cientos de precandidatos del movimiento fueron apartados por Delgado para privilegiar la reelección de los diputados en funciones; para privilegiar la asignación de candidaturas a recién llegados panistas, priistas, criminales y poderes fácticos de cualquier índole.
En varios estados, se tomaron oficinas, se protestó ante Delgado, se manifestó el descontento, pero la principal preocupación era triunfar para darle la mayoría parlamentaria al presidente en la segunda mitad de su mandato.
Este 2022, el fraude mayor del ejercicio de designación de los candidatos por presunta encuesta ha consistido en nombrar candidata a Marina Vitela en lugar de José Ramón Enríquez en Durango, al mismo tiempo de nombrar a Salomón Jara y no a Susana Harp en Oaxaca. (Y, a juzgar por las reglas, también le tocaba ganar a Maki Ortiz, aun sin mérito alguno en Morena).
Como todas las cosas de encuestas, no es sencillo de explicar en poco espacio, pero ha quedado acreditado de diversas formas (la principal es que Delgado y la Comisión registraron a los precandidatos únicos antes del levantamiento de las supuestas encuestas).
En el norte del país, el fraude a Enríquez ha tenido diversas caras. Hay gente enojada y gente contenta. En Chihuahua decenas de militantes han salido a burlarse, pues, dicen, fue a Enríquez a quien le tocó operar las encuestas patito que hicieron candidato en Chihuahua a Juan Carlos Loera y una caterva de impresentables.
Ahora, sentencian, le toca su dosis de un ejercicio que él ayudó a convalidar. Las encuestas, surgidas para proteger al movimiento del fraude electoral, se han convertido en la forma más eficaz de llevarlo a cabo.
Ojo por ojo nos reiremos todos de todos, pero terminaremos todos tuertos, menos los elegidos por la nomenclatura sectaria y sus negocios.
Tras el desgaste, el movimiento se encontrará en la complicada situación de haber ofendido a la mayor parte de sus dirigentes en el país. No está claro, sin embargo, que el engaño masivo vaya a prevalecer sin aspavientos.
Siendo muy improbable que un dirigente con la trayectoria histórica de Higinio Martínez deje pisotear su dignidad, en 2023 no habrá forma de evitar nuevas turbulencias en Morena si las encuestas prevalecen sobre las elecciones primarias para elegir al candidato a gobernador en el estado de México.
*Doctor en ciencia política por la UNAM.