Néstor Y. Sánchez Islas
Después de la vida es la libertad nuestro bien más preciado. Bueno, para los políticos no.
¿Se justifica que el propio fiscal general de la República invente un delito y use todo el poder del Estado como instrumento de venganza personal?
Lo acabamos de vivir. No se trata de una novela. Escuchamos los audios con el cómplice diálogo entre él y su hombre de confianza. Vimos en los noticiarios el veredicto de la Suprema Corte. Pero falta algo: el final feliz, la caída de Alejandro Gertz Manero, de la fiscal de la CDMX, de un par de jueces y un magistrado. Su permanencia en esas instituciones es una burla.
No se trata de la novela “El conde de Montecristo”, o “Los miserables” o “El proceso” de Franz Kafka, pero es el mismo caso: la fabricación de un delito y el castigo inmerecido y desproporcionado.
No se trata de la excepción, es la regla de la conducta de quienes llegan al poder, el uso del Estado en beneficio personal y, en México, somos muchos los que hemos sido víctimas de esta clase de atentados contra nuestros derechos humanos; chicanas judiciales muy propias de los usos y costumbres de nuestro sistema.
Para nuestro sistema de justicia somos “naturalmente” culpables, nacimos con ese pecado original. Y nos lo recuerdan cada día las detenciones arbitrarias y las desapariciones forzadas a manos de agentes del Estado; más bien, bajo las órdenes de quienes manejan el Estado. En este país todos nacemos “presuntos culpables”, todos somos una culpa que buscamos castigo; un mundo kafkiano.
Somos famosos a nivel mundial por el tráfico de drogas y de personas, pero no conocemos las dimensiones del tráfico de la libertad a manos de quienes procuran y reparten justicia. Igual trafican con la libertad de pájaros de cuello blanco como Emilio Lozoya que con criminales como Ovidio Guzmán. La corrupción es pareja.
El precio de nuestra libertad lo pagamos con la vida, con la dignidad, con el cuerpo, el alma y el espíritu y, por supuesto, con dinero cuando se puede. Esa necedad presidencial de que el Estado disponga de nosotros es el regreso a los años del autoritarismo y su modelo de justicia del siglo XX, con cárceles llenas de procesados, pero jamás sentenciados: nuestra vida en manos de cualquier agente del ministerio público.
Autoritarismo y ejercicio arbitrario del poder. Ese es el signo distintivo del régimen actual. Para ellos somos solo un número, una estadística sin valor bajo una permanente agresión cultural, moral y material para quien se atreviese en el camino de algún poderoso.
Impensable que para quienes les preocupa tanto su lugar en la historia hayan creado, de la nada, un hecho histórico negro que los definirá de por vida. La biografía del señor Gertz será protagonizada por la invención de figuras delictivas inexistentes, el plagio de textos de otros autores, su increíble riqueza y su absurda persecución contra los científicos mexicanos. Si algo bueno tuvo en su vida, todo se ha ido a la basura.
En nuestro sistema el realismo mágico y la ausencia de lógica es la realidad kafkiana que vivimos todos los días. A los delincuentes se les abraza, a los colaboradores cercanos se les tolera la corrupción evidenciada, a la familia se le alcahuetea el enriquecimiento repentino, pero a una persona normal se le exigen cuentas hasta por lo que compra en el súper. Pregunten a los del SAT. Nos quejamos y nos preguntamos en qué mundo viven los que nos gobiernan, pero no, tal vez los equivocados seamos nosotros.
La fabricación de delitos no es una práctica nueva.Gracias a los pleitos internos de la cúpula del poder y de la forma en que se espían unos a otros nos dieron una probadita de sus miserias. No tuvo manera de negarlo, era su voz la de esa conversación cavernaria exponiendo las complicidades que buscaba entre ministros de la corte. Eran sus amenazas contra otro cercano al presidente a quien le sentenció que sería un fiscal enemigo por no interceder para evitar que se otorgara un amparo a la acusada.
El caso de la familia política del fiscal no es único, debe haber ahora mismo en el anonimato miles de casos similares, pero con personajes de menor relevancia, aunque si de la misma gravedad: presos con pruebas falsificadas, inventadas y por órdenes de algún personaje influyente; los políticos presos no cuentan.
La falta de justicia es una pandemia sin cura. Así como la profunda desigualdad económica es una de las principales características de México, lo es también la desigualdad jurídica. Al uso político de la justicia hay que sumar el uso perverso que le dan quienes deberían se ejemplo de alta moral y estricta ética.
Con el fallo de la Suprema Corte de Justicia, el fiscal Alejandro Gertz, la fiscal de la CDMX Ernestina Godoy, la juez Marcela Ángeles Arrieta y el coordinador de la fiscalía de la CDMX Octavio Ceballos deben ser separados de sus cargos. Si hubiera justicia, deberían ser consignados.
Twitter @nestoryuri