Néstor Y. Sánchez Islas
Usando el gastado adjetivo que tanto gusta a los redentores sociales se puede decir que en nuestra capital no hay ni parques ni jardines “dignos”.
La existencia de páramos semidesérticos en lugar de flores y plantas de ornato transmite un mensaje que es digno de estudio. No se trata solo de la invasión y destrucción de nuestros jardines, que son una vergüenza para una hermosa ciudad como la nuestra. Se trata de algo mucho peor porque el significado cultural que manifestamos es el de una comunidad conflictiva, primitiva, apática y destructora.
El discurso político de quienes se dicen enamorados de Oaxaca y se cuelgan de nuestras tradiciones para promoverse personalmente se derrumba con cada árbol histórico que cae. Apenas el jueves cayó el fresno plantado en “El Llano” por el generalísimo José María y Morelos, pero antes cayó el coquito de la calzada de la República o los laureles del zócalo y la Alameda, sin contar la plaga que recién acabó con casi todas las palmeras de nuestra capital.
La cultura se manifiesta a través de símbolos que se convierten en vehículos que transmiten significados. ¿Qué mensaje transmitimos con una ciudad cuyos parques están en ruinas? Los muros llenos de grafitis vulgares son otro grito en silencio. Una y otra vez que se siembren las plantas o se pinten los muros, la destrucción llegará en menos de lo que canta un gallo: este es el nuevo oaxaqueño, el destructor.
Superamos hace mucho la visión eurocéntrica de la cultura y, gracias al relativismo cultural que establece que todos los pueblos somos portadores de ésta hemos podido proyectar nuestra mezcla de lo indígena con lo español al mundo y somos admirados por ello. La cocina, los textiles, los bailes o la música son nuestros mensajes heredados. Los nuevos mensajes que estamos construyendo son el resentimiento, el victimismo, el dramatismo y el chantaje para justificar la destrucción de nuestra propia casa.
No hay político ni agitador social metido a funcionario que esté exento de responsabilidad. Todos ellos conforman la clase política y saltan de un puesto a otro. Hoy pueden ser presidentes municipales, pero ayer fueron diputados o funcionarios, es decir, de alguna u otra forma viven o han vivido del erario y han tenido que ver con la destrucción cultural.
La evolución de la cultura es lineal, avanza con el tiempo y, por ello mismo, modificamos e inventamos tradiciones. Esto último es la especialidad de quienes laboran en gobierno, aunque lo hacen muy mal debido a su falta de cultura general. Tradiciones inventadas son los alebrijes, el desfile de Día de Muertos y el recién estrenado desfile de carnaval. Sus justificaciones turísticas las analizaremos en otro artículo.
No podemos negar las influencias que recibimos de otras culturas. La globalización y los modernos sistemas de comunicación facilitan la llegada de costumbres que modificarán nuestros hábitos. Seguro las calendas, la samaritana o la Guelaguetza serán muy diferentes dentro de cien años.
La pifia de la Secretaría de Economía de apropiarse culturalmente de los alebrijes debe avergonzarnos. Las copias de las escenografías hollywoodenses sustituyen la creatividad local.
Preocupa ver quienes son los constructores actuales de nuestra cultura.
Más preocupante que los políticos como creadores de cultura son los profesores de la Sección 22. Ellos son en gran parte responsables de la deformación mental de quienes han pasado por sus manos desde los años 80 del siglo pasado. Dada su orientación política asumen a la cultura a través de sus filtros ideológicos y los explican a través de la lucha de clases. El marxismo, por si mismo, carece de una escuela de pensamiento propia respecto de la cultura.
A los políticos oportunistas y profesores alienados hay que agregar a los agitadores chantajistas cuyas acciones han permeado y formado toda una cultura del vandalismo por cualquier motivo porque, en la nueva mentalidad oaxaqueña, cualquier molestia, trámite burocrático o mala mirada son motivo suficiente para considerarse víctimas y violentar a los demás. La destrucción del zócalo a manos de profesores y triquis, acompañados de la indiferencia gubernamental, ya es histórica.
Los parques, jardines, muros y patrimonio edificado hablan por nosotros. Su mal estado es un mensaje a la vista de todos, pero a pocos les importa. El suelo árido de cada parque, el arbolado abandonado a su suerte, el mobiliario destruido, las fuentes inservibles son claros mensajes que revelan al nuevo oaxaqueño.
Y esto es lo grave del problema, la formación de la cultura del nuevo oaxaqueño.
Las plazas públicas cumplen una gran función social y en ello radica la importancia de crear espacios públicos agradables y seguros. La convivencia es indispensable, como nos lo ha enseñado la pandemia. Un espacio común de reunión oxigena el aire, pero también la vida en comunidad, nos dan identidad y, no lo olvidemos, son nuestro derecho.
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