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Opinión. Línea 12: indignidad para la historia

por Agencia Zona Roja

Gibrán Ramírez Reyes*

En su más reciente acto de desgobierno, a Claudia Sheinbaum se le han visto todas las costuras. La primera de ellas, sin duda, es la impericia política. Mal aconsejada, emprendió un control de daños previo a una posible filtración. 

Su equipo dio por hecho, por un señalamiento de Xóchitl Gálvez que nadie había visto, que el informe de DNV se filtraría en breve a medios opositores. De ahí vino la reacción torpe, desproporcionada, que hizo al informe una propaganda que no habría tenido. 

El despropósito llegó al punto de mostrar lo que se quería ocultar: el secretario Lajous dijo que DNV, que antes presumieron con bombo y platillo, había sembrado, como causa-raíz del colapso del metro, la falta de mantenimiento por parte del gobierno de la Ciudad. 

Desde el academicismo, la jefatura ha disputado a DNV el concepto de “causa-raíz”, como si ganar una polémica técnica sobre el concepto de causalidad bastara para eliminar la carga de la responsabilidad política. 

El error ha sido mayúsculo: callar, dejar la ambigüedad flotando en el aire, no responder a Gálvez, habría sido infinitamente menos costoso. La impericia está también en la incapacidad de controlar un dictamen contratado por el gobierno mismo. 

La responsabilidad, lo dijo Max Weber, es el valor cardinal de la política. En su etimología implica la capacidad de responder a los compromisos. Al político —más aún si carece de carisma— corresponde eso: no la santidad del discurso de la convicción, independiente del curso de los hechos, sino sólo la mundana realidad, el concreto, los cables, los alambres, los pernos, la soldadura, el funcionamiento de la estructura burocrática del metro que no sólo pudo, sino debió, prever la posibilidad del colapso y las muertes. 

De la responsabilidad deriva la integridad del honor, el merecimiento del reconocimiento, del poder, del prestigio, de la riqueza, o de las candidaturas presidenciales. De tal modo, un político irresponsable es un político inservible, sin honor ni dignidad. 

Y en ello no importa si la responsabilidad es sobre una causa-raíz, si se trata de una causa inmediata, no importa la metodología, la epistemología de la causalidad. Hacerse responsable no es, como parece que el consorcio político-económico cree, pagar daños, reconstrucción e indemnización. 

Hacerse responsable implica mirar de frente la verdad y asumir de ella lo que toca, jurídica y políticamente. La irresponsabilidad sobre la Línea 12 es digna de una novela: huyen de ella quienes la construyeron y a quien le colapsó, se corrompe a Fedex para perder la cadena de custodia del acero que prueba que está mal construida, se silencia a DNV para tapar la negligencia criminal. 

Sobre los cadáveres y el polvo de los fierros y el concreto se tiende una alfombra escarlata. Por ella desfila Claudia Sheinbaum en su campaña política sobre logros de gobierno en la capital. Avanza sobre ella llevando al Grupo Firme al Zócalo. 

Sobre ella se recorre el camino del fin de semana a respaldar las candidaturas a gubernaturas con fiestas y sonrisas (¿quién quiere respaldo de la única gobernante a la que le colapsó el metro en la historia de la Ciudad?). Por ella desfila Florencia Serranía en camino a su cargo académico honorario. Irresponsabilidad, frivolidad, indignidad para la historia. 

@gibranrr

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