Néstor Y. Sánchez Islas
En el ánimo del gobierno de dar resultados a cualquier precio, esta administración tomó el camino fácil y, a la vez se apropió del prestigio ajeno: vender nuestra cultura y sus productos dado que no hay ni ciencia, ni tecnología ni industria. La machacona comercialización de la Guelaguetza significa subdesarrollo y fracaso.
Oaxaca es tierra de artesanías, el pasado indígena es origen de muchas de ellas que, aprovechando el mestizaje, las herramientas y materiales traídos por los europeos, enriqueció su cantidad y variedad.
Por una lado porque eran objetos necesarios para la vida cotidiana y por otro, la necesidad de muchos campesinos de tener un ingreso adicional. El uso decorativo que hoy les damos es, muchas veces, ajeno a su función original.
Ser tierra de artesanos y artesanías también tiene su lado negro porque simboliza el atraso de nuestra tierra.
Es un hecho que a pesar de los recursos que se destinan a la artesanías, la inmensa mayoría de los artesanos sigue viviendo en condiciones precarias e insalubres.
Gran parte de los recursos quedan en la propia estructura burocrática del instituto local de artesanías y el sostenimiento de sus fastuosos “showrooms”, como le gusta llamarles a las salas de exhibición su directora.
El Estado está obligado a la protección y apoyo a las artesanos para la producción y comercialización de sus productos. Por ello es necesario saber qué es una artesanía y qué no lo es. Para ello, el Fonart desarrolló definiciones y una matriz que ayuda a clasificarlas en tres categorías, de la inferior a la superior: manualidades, híbridos o artesanías.
El núcleo de la definición que da Fonart de lo que debe ser considerada una artesanía radica en que “se trata de un producto de la identidad cultural comunitaria, hecho a base de operaciones manuales o con el uso de herramientas o implementos rudimentarios y con materiales extraídos de su propia región.”
De las manualidades, las define como “aquellos productos que son el proceso de la transformación manual o semi industrializada, a partir de materia prima prefabricada o procesada.”
Lo más importante, y es la diferencia central, es que “carecen de una identidad de tradición cultural comunitaria y se pierden en el tiempo en una labor temporal marcada por la moda y practicada a nivel individual o familiar”.
Conocer las definiciones nos debe obligar a dejar de engañar a propios y extraños. Oaxaca se ha convertido en la meca del engaño oficial debido a la alta demanda de productos “artesanales” que ha provocado una promoción irresponsable que no toma en cuenta los daños que provocan la sobreproducción o sobreexplotación de recursos naturales.
Como es el caso de la sobredemanda de mezcal que no tomó en cuenta que, para cumplir con los pedidos, habría que pagar un altísimo costo ambiental en deforestación por consumo de leña, en desmonte para sembrar agaves y en consumo de agua.
No todas las artesanías oaxaqueñas son indígenas, ni todos los indígenas se dedican a la producción de estas. Las artesanías son una síntesis de significados que simbolizan nuestra cultura a través de los textiles, la alfarería o la gastronomía, misma que está excluida de la ley que creó al IOA y, por tanto, quedó clasificada como una actividad “agroindustrial”. Un mole o un chocolate son productos agroindustriales en lugar de ser considerados agroartesanos de acuerdo con una definición no modernizada por el Congreso.
La políticas de masificación turística implementadas por el gobierno saliente han traído beneficios, pero en su planeación debieron haber tomado en cuenta los daños colaterales. La concentración del turismo solo en una pequeña zona, la creación de falsos referentes gastronómicos en carísimos restaurantes, la especulación inmobiliaria, la degradación ambiental provocada por la siembra de maguey o la deforestación causada por las tallas de madera, antes conocidos como alebrijes.
Se abusa del uso del calificativo de artesano a productos que son apenas manualidades. Este uso irresponsable es el causante de que se venda gato por liebre, que los puestos ambulantes y muchos de los mercados estén llenos de piratería textil, que tengamos no solo el problema de la sobre explotación de recursos naturales sino también el caso de la explotación de mano de obra infantil y de mujeres que se dedican a maquilar para talleres establecidos toda clase de productos, desde “alebrijes” y botellas para mezcal o tequila hasta pulseras, bolsas, aretes y muchas cosas más a cambio de salarios ridículos que nada tienen que ver con el precio de venta. Más que artesanos, este ejército de maquiladores solo son mano de obra barata.
En otros países el uso del término “artesanal” para etiquetar productos está severamente restringido. Lo mismo debería hacerse aquí y tanto el instituto local de artesanías como la Profeco deberían tomar cartas en el asunto para no matar a la gallina de los huevos de oro.
Twitter @nestoryuri