Néstor Y. Sánchez Islas
Una vez más, como nota de ocho, el tema de las tierras comunales está en las prioridades informativas por sus consecuencias económicas y sociales. Es importante conocer historia y contextos para saber que nunca, ni antes de la llegada de los españoles, hubo ese mítico pasado de armonía, salud e igualdad que usan para manipular a la gente.
Los españoles impusieron los modelos administrativos de la metrópoli en sus colonias americanas. Ellos trajeron la figura de los ayuntamientos y de las tierras comunales.
Por un lado, reconocieron los derechos prehispánicos de la propiedad de las tierras cuyas donaciones vinieron, en su totalidad, de la nobleza indígena.
Por otro lado, la misma corona los dotó de tierras por razones sencillas: para que se mantuvieran ellos mismos, para que pagasen los gastos de sus propios municipios y, por supuesto, para pagar las tributos a la metrópoli; por último, las tierras que los pueblos compraron y asimilaron al régimen comunal.
Se justificaban en la protección a los indios de los abusos de los peninsulares ante el despojo de tierras y aguas.
La dotación de tierras tuvo un fundamento económico basado en un sistema precapitalista que no conocían los naturales.
Ellos no tenían la necesidad de trabajar como se hacía en occidente, de la tierra y el trueque obtenían todo lo que necesitaban, sin dejar de notar que sus necesidades eran muy pocas y su nivel de vida era casi miserable: muertes tempranas por enfermedades, plagas de parásitos, pisos de tierra o insalubridad por falta de agua potable o drenaje, por ejemplo.
Hoy no es deseable, en nombre de nada, pretender regresar a esa mal entendida autonomía porque las necesidades son muy diferentes: se exige salud y educación de calidad y se requieren de avanzados servicios tecnológicos como la telefonía celular, la inteligencia artificial o la robótica y, sobre todo, fuentes de empleo.
Desde el siglo XVI ya había abusos en la posesión de las tierras comunales. “Muy tempranamente se advirtió el enorme apego de los indios a las tierras, tanto a las suyas propias cuanto a las de la comunidad. Adquirieron el vicio del pleitismo levantando continuas litis sobre la extensión de las tierras alentados por algunos mestizos y apoyados por los párrocos.”. Delfina López Sorrelangue. IIHUNAM. 1966.
A modo de chascarrillo, decían las autoridades de la época que, si el virrey hiciera alguna concesión en la Florida, los indios de la Nueva España las reclamarían.
El enorme territorio mexicano dio paso a la ambición y las contradicciones. Por un lado, litigaban la posesión de las tierras para luego abandonarlas y, por otro, “al enajenar fácilmente no solo la propiedad particular, sino, con patente de vicio ya notable en el siglo XVI, traspasar la propiedad de las tierras comunales. Este mal aquejó a los pueblos indígenas durante toda la Época Virreinal”. López Sorrelangue. El tráfico de estas tierras continua hoy.
La propiedad comunal declinó, pero tuvo un renacimiento con la imposición de la Ley Lerdo, aplicada por Benito Juárez, que desamortizó no solo los bienes de la iglesia, sino también muchas tierras comunales. Aquí el origen de algunas de las grandes haciendas de los años de Porfirio Díaz.
“No hay nada que indique que la distribución normal de los derechos de acceso a la propiedad de las comunidades antes de la desamortizaciones era equitativa y consensuada, sino al contrario. Hay una imagen idealizada a priori del carácter de la vida comunitaria en la que destacan una serie de enraizadas virtudes que habrían de explicar el funcionamiento y la larga estabilidad de estas corporaciones-pueblo: la cohesión social, la solidaridad local y la economía moral en el acceso a los bienes colectivos.
Según este preconcepto, la organización incluyente -y en el fondo armónica- del uso repartido de la tierra comunal sería la expresión práctica más acabada de aquellos valores culturales”. Emilio Kourí. U. de Chicago.
Fue el régimen revolucionario y su necesidad de legitimación la que inventó el mito del paraíso comunal y quiso restituirlo a través de la creación de ejidos, que ya existían en las épocas virreinales, pero con un fin distinto al revolucionario.
Sumado a la creencia de los mitos comunales hay que tener presente que los curas españoles, previamente radicalizados por su oposición al reformismo luterano en Europa, reforzaron en los naturales la cosmovisión cristiana de adoración a la pobreza; creer que todo llegará de la mano de algún mesías lleno de bondad y no del trabajo de cada uno de nosotros.
Modernizar el pensamiento oaxaqueño es una necesidad para adaptarse al mundo tecnológico en el que vivimos. La desamortización de las tierras propuesta por los liberales del siglo XIX tenía razón. En todo se dan abusos, ayer como hoy, pero en el fondo la certeza jurídica en la propiedad no sería problema. El Oaxaca medieval es profundamente conservador y turístico, pero pobre e ignorante.
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