Gibrán Ramírez Reyes*
En las semanas recientes ha aparecido con más insistencia en la conversación pública la figura de Ricardo Monreal Ávila, el coordinador de los senadores de Morena.
Apareció, primero, por ganar al oficialismo más cercano a Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López la presidencia de la mesa directiva del Senado aun con la intensa operación de subsecretarios y gobernadores que hicieron llamadas para presionar y persuadir a los legisladores.
Los senadores, además de apoyar a Monreal, dieron una muestra de dignidad y autonomía republicana, dejando claro que no se puede tratar como empleados o levantadedos a los representantes del Pacto Federal.
Palacio Nacional tomó nota y Adán Augusto López acudió a visitar a los senadores, les ofreció su respeto y una cita con el Presidente.
Pero las cosas volvieron a calentarse. Monreal apareció, después, en la votación de la Guardia Nacional en la que emitió un voto particular explicando su abstención, renuente a posicionarse a favor de una oposición hipócrita que antes defendió y hoy fustiga la participación de las fuerzas armadas en la seguridad pública, pero también a respaldar una reforma legal que contradice lo que los mismos legisladores aprobaron apenas unos años atrás en forma de reforma constitucional.
Esta decisión enfureció al oficialismo, que, confiado de que no se lee en México, se posicionó contra el voto de Monreal como si éste hubiera sido en contra de la reforma.
En Zacatecas y sin que el gobernador David defendiera a su hermano, el Presidente sentenció: Monreal avala “la falsedad, la hipocresía y la politiquería del conservadurismo”.
No explicó cómo avaló la hipocresía, si no votó contra la iniciativa (como la oposición quería) y además condujo con éxito un voto casi unánime de la coalición –no sin dejar de advertir que a él, personalmente, le parece muy problemático en términos jurídicos.
Como es el Presidente, cada vez se le exime más de fundamentar sus dichos. La incomodidad y el disgusto de López Obrador provienen de no poder encasillar al senador rebelde con la narrativa antiobradorista.
Para los más obedientes entre su público, Monreal debe ser condenado al paredón de los traidores.
Pero, sorprendentemente, hay un segmento importante entre los simpatizantes y militantes del partido (y una cantidad similar en el público externo) que se han mantenido, contra viento y marea, apoyando a Monreal después de que se le ha atacado sistemáticamente por más de un año desde los equipos que gobiernan la Ciudad de México e, incluso, desde la Presidencia de la República.
Contra la voluntad del Presidente, con una cobertura mediática –según el estudio ARMA de Central de Inteligencia Política– que significa menos de la mitad de la que recibe Adán Augusto, menos de un tercio de la que recibe Sheinbaum, y casi un cuarto de la que recibe Marcelo Ebrard, las encuestas más serias de intención de voto (por ejemplo, la de “El Financiero”) dan alrededor de un doce por ciento de preferencia a Monreal adentro y afuera de Morena.
Ese doce por ciento parece ser menos volátil que los porcentajes de los otros aspirantes. Se mantiene, a pesar de que Monreal no se ha sumado al aplauso fácil ni a la lisonja cotidiana (o quizá precisamente por eso).
*Doctor en ciencia política por la UNAM.
@gibranrr