María Isabel Grañén Porrúa
No sé ni cómo empezar. Las palabras se me hacen un nudo en la garganta. Mi corazón oprimido duele. Hay sucesos en los que no caben las preguntas. Tu muerte, Francisco Toledo, nos deja desprotegidos, ha sido implacable, sorda e incomprensible. Lloro tu ausencia, a pesar de que tu presencia baña cada rincón de Oaxaca.
Te busco en el IAGO, en esa hermosa casa que fue el hogar de una generación necesitada de libros y de cultura; ahí estás en tus macetas, en las columnas, en las rejas y en la bugambilia que sembraste en el patio trasero. Ha crecido tanto que su cubierta baña de sombra a los lectores y pinta las paredes con su silueta.
El lugar es tan bello, tan acogedor, que en los últimos días se ha convertido en una capilla sagrada a la que acuden espontáneamente los habitantes y paseantes de Oaxaca. Llevan flores y ofrendas, pinturas, recados y fotos a su querido Maestro Toledo. Y es que, Francisco, tenías tanto corazón que daba para todos. A cada uno nos dejaste algo de tu generosidad, de tu mirada profunda, de tu ser.
Busco tu melena negra, y te veo al caminar en la calle de Alcalá. Llevas un libro bajo el brazo, tus pasos no se detienen, vas concentrado y saludas a alguien que grita: ¡maestro!, sonríes y sigues tu camino.
Entras a una librería y el mundo se detiene. Compras tu periódico y lo extiendes en una de las mesas del IAGO ¡Ahí estás, ahí sigues! En casa de la Chatita, aguardo a que toques la aldaba de la puerta y que ella exclame: ¡Ése es Paco! En la mesa está listo tu totopo, el queso fresco y el chocolate caliente o tu café.
En mi oficina espero a que abras la puerta y que me digas: “¿Estás ocupada?…” Aquí sigues en mi mente, en mis recuerdos, en mi vida. Tu presencia sigue colmando Oaxaca, porque tu luz es tan intensa que permanece la estela esperanzadora que dejaste.
Alma de ahuehuete, crecimos bajo tu sombra, rodeados de tu fauna imaginaria, siempre espontánea, siempre creativa. Nuestra vida quedó permeada de sueños con iguanas, conejos, lagartos y tortugas; peces, mantarrayas, langostas y camarones; monos, garzas y murciélagos; venados, elefantes y tapires…
Nos enseñaste que la Naturaleza sabe a una fábula en zapoteco, y que en los seres diminutos también existen las historias fascinantes.
Tu vida ha sido la de un jardinero que decidió plantar árboles, libros, arte y belleza para devolver la vida a la tierra. El mundo, mientras tanto, se desangra en violencia y corrupción. Convencido de tu misión, te abocaste a reforestar una zona desértica de Oaxaca.
La tierra desfallecía junto a los pobladores de ese maravilloso lugar. Silencioso, alzaste la voz en favor del maíz nativo y las lenguas originarias; defendiste como nadie tu ciudad y el patrimonio natural y cultural. No te bastó quedarte mirando, actuaste. Volaste papalotes en busca de 43 jóvenes desaparecidos; sentías tanto dolor que lo convertiste en obras de extrema belleza y nos hiciste llorar.
Sabías que los libros eran el mejor refugio, no te bastó con leerlos y adquirirlos, sino que los compartiste con una generación ávida de letras.
Cambiaste el mundo, sí, el nuestro, el de cientos de personas que necesitábamos el bálsamo de los estantes de la biblioteca del IAGO. Comprendías que el arte también sana.
No te conformaste con apreciar las obras de los grandes artistas, sino que moviste cielo, mar y tierra para que exposiciones magníficas llegaran a los museos de Oaxaca. Así comenzó a brillar el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, y florecieron tus múltiples proyectos: el Centro Fotográfico Álvarez Bravo, el Taller Arte Papel Oaxaca, la Biblioteca de Invidentes Jorge Luis Borges, el cine El Pochote, el Centro de las Artes de San Agustín Etla, la Biblioteca Francisco de Burgoa y el Jardín Etnobotánico.
Nos llenaste de belleza. Y, por supuesto, tus brotes han sido inspiradores de otros árboles floridos de la Fundación Alfredo Harp Helú. Sí, la tierra y sus habitantes nos nutrimos con tu savia.
No ha sido un trabajo fácil, el jardinero requiere de paciencia, recursos y tenacidad. No hubo un plan premeditado, hiciste lo que dictó tu corazón. Te divertiste con la germinación de tus plantas, eso te mantenía entretenido. Jamás obligaste a nadie, tus proyectos fueron siempre una invitación voluntaria.
Querías estar en todo, tu cabeza marchaba 200 años adelante y con un peculiar sentido del humor. Me sorprendiste con tus conocimientos, consejos y lecturas. Trabajamos vertiginosamente, a mil por hora, para hacer realidad tus ideas.
Los resultados debían estar listos para ya, sin tiempo que perder. A cada planta la regaste con amor, disfrutaste paso por paso, hasta los detalles mínimos, como cuando me dejaste una nota en mi escritorio que decía: Hay una errata en las cédulas; revísenlas.
Es cierto, también hubo dolores de cabeza y muchas veces te vi preocupado. Pero hoy, Francisco, el terreno luce verde y tus colores ocres han dado vida y alegría a la cantera de Oaxaca.
Tuve la fortuna de crecer junto a ti, he podido observar tu proceder a lo largo de muchos años (la mitad de mi vida para ser precisa). Siempre actuaste en favor de tu comunidad.
Te conocí gracias a tu preocupación por la magnífica colección de libros antiguos de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca; querías una exposición y luego la organización del acervo. Así nació la Biblioteca Francisco de Burgoa.
Fue entonces cuando iniciamos una complicidad que durará lo que me reste de vida. Recuerdo y lloro. Las palabras se me atragantan cuando llego a San Pablo y veo tus rejas, cuando encuentro tu reflejo en los vitrales y en la fuente de los sapos de la BS.
Sonrío al ver a los niños corriendo bajo la sombra de la reja de los rehiletes del MIO, y la reja de la telaraña del Archivo General del Estado me recuerda que hay que seguir adelante.
Todavía recuerdo cuando Alfredo Harp y yo desayunamos contigo para pedirte el diseño de la reja del nuevo estadio de los Diablos Rojos, y esa misma tarde me mandaste fotos de los dibujos de tus locuras.
Hoy, esa reja se oxida en tono rojizo como si tú mismo la hubieras pincelado. Estas obras revelan tu cariño, expresan nuestro profundo afecto. Y, sí, ni modo, otra vez mis ojos se nublan de lágrimas, porque tu ausencia me pesa, y tu presencia me hace sentir afortunada.
Nadie puede poner en duda que Oaxaca es otra, antes y después de Toledo. Me sorprende que una persona haya logrado provocar un cambio de tal dimensión. Si el hombre es capaz de destruir, tú construiste.
Tus actos obedecen a una generosidad sin par, porque jamás esperaste recompensa alguna. Celebro tu creatividad, no sólo para reflejar la belleza en tu arte, sino para hacer del arte, la reflexión y la belleza la vida misma.
Así ha sido la semilla de tu vida, nos confirma que los milagros existen: tú, un humilde jardinero, lograste que la tierra se pintara de vida hasta convertirla en un edén.
No, no entiendo la muerte. Sólo sé que los recuerdos que galopan en mi mente son la razón de saber cuánto te quiero.
Gracias Francisco Toledo.
A Francisco Toledo, el jardinero que engrandeció su tierra con amor, a un mes de su partida.
Palabras anudadas
Corazón adolorido
Recuerdos infinitos
Con tu luz esperanzadora
Y mi cariño para siempre.
(Publicado en el diario “La Jornada”)