Néstor Y. Sánchez Islas
El contraste, los significados y el costo económico están en extremos opuestos. La marcha histórica del domingo pasado en más de 50 ciudades del país y del extranjero en defensa de dos instituciones necesarias para nuestro futuro, la democracia y el INE, tiene como respuesta un desfile oficial ordenado por el propio presidente y con cargo al erario. Podrán faltar recursos para salud, pero no para los acarreados.
Marcharon voluntariamente, sin recompensa de por medio, cientos de miles de personas, quizá una cifra superior al millón en todo el país, sin saber los que participaban que tendrían dos resultados inmediatos:hicieron historia e hicieron enojar al presidente.
Quienes salieron a las calles fueron en su mayoría las clases medias, aquellas que normalmente son indiferentes a este tipo de participación política.
Tan mal se ve el futuro del país con la mal llamada reforma electoral que dejaron atrás la indiferencia y realizaron lo que parecía impensable: arrebatarle la calle al rey de las marchas, bloqueos y plantones, cosa que no puede perdonar su ego.
Antes de la marcha el presidente utilizó todo tipo de descalificativos contra quienes participarían: conservadores, fifís, neoliberales, corruptos y otros insultos de su abundante repertorio.
El lunes posterior los insultos subieron de tono al grado de que no pudo soportar la afrenta y convocó a su propio desfile, no una marcha. Las marchas son de protesta, los desfiles son para festejar y rendir culto a alguien.
La marcha fue en la defensa de instituciones democráticas, el desfile será para cantar que es un honor estar con Obrador.
Vamos de la revolución permanente de Trotsky a la movilización permanente de Obrador, eso es lo que tendremos los próximos dos años: movilizaciones e inestabilidad social provocada por él.
Este ego es el mismo del viejo régimen. No tengo recuerdos anteriores al gobierno de Luis Echeverría, pero con él y José López Portillo tuve la oportunidad de ver en movimiento lo que quedaba de las fuerzas vivas de la revolución.
La televisión en cadena nacional transmitía aquellos largos desfiles de obreros y campesinos cargando mantas con el logo de la CNOP y todo tipo de consignas de apoyo al ejecutivo. La fotografía oficial se tomaba desde atrás del presidente en el balcón central del palacio con el zócalo lleno de pueblo bueno celebrando alguna atinada decisión del autócrata en turno.
En septiembre de 1982, en el último informe presidencial de López Portillo, en el que lloró por los pobres, anunció su decisión de expropiar los bancos privados. Fue un golpe terrible para la economía que llevó al país a la peor crisis hasta entonces.
A pesar de ello, las fuerzas vivas de aquel modelo político que tanto añora López Obrador se dedicaron a realizar toda clase de desfiles triunfantes, celebrando que estaba hundiendo aún más al país.
Pocas semanas después de aquel 1 de septiembre de 1982, Portillo vino a Oaxaca. Estuve ahí. La calle de Independencia por donde arribó al teatro Macedonio Alcalá estaba repleta de acarreados con todo tipo de mantas de apoyo, bandas de música y toneladas de confeti.
El acto político fue en el teatro Alcalá, el orador principal fue Ildefonso Zorrilla Cuevas quien, lleno de zalamería, elogió al presidente a quien calificó como histórico.
El teatro se levantó y de pie ovacionó al orador y al presidente, un personaje alto, elegante, muy culto y gran orador con potente voz. A pesar de ello, Portillo terminó en el basurero de la historia nacional.
López Portillo se fue unas semanas después y el país tardó años en recuperarse del abismo económico en que nos dejó.
Él mismo se consideró el “último presidente de la revolución” pues tuvo que dejar a un economista de amplios conocimientos, tecnócratas les llaman, para tratar de enderezar el barco, pagar la deuda externa y estabilizar la economía.
Hoy tenemos que el presidente Obrador está repitiendo algunas cosas.
El desfile al que convoca es para demostrar que el pueblo, es decir él mismo, está de acuerdo con la contra reforma electoral que le entregaría el control de las elecciones al gobierno, como se hizo hasta 1992, está queriendo regresar al país al modelo autoritario priista.
Lo curioso es que tanta gente que dice que repudia al viejo partido esté hoy apoyando su regreso a través de la mal llamada cuarta transformación, es decir, AMLO es el regreso al viejo PRI.
Morena dice que llevará 20 mil oaxaqueños al desfile. Veamos, de a $300 por cabeza son 6 millones de pesos. De alimentación podrían ser unos $100 por cabeza, es decir, 2 millones más.
La renta de 500 autobuses (40 pasajeros por camión) a unos $9 mil por cada uno son otros 4.5 millones.
A eso agregar playeras, gorras, lonas y hotel y avión para la dirigencia que no irá con los acarreados. Llevar esa gente costará por lo menos 13 millones de pesos en cash. Hay prioridades. Primero el ego presidencial, luego medicinas para niños con cáncer.
Twitter @nestoryuri