Ismael García M./Zona Roja.
Oaxaca de Juárez, Oax., a 26 de diciembre de 2022.- México vive muchas crisis, entre ellas la de seguridad, la económica, la social.
Pero una que debería preocupar también a la sociedad es el continuo ataque a las y los periodistas: los asesinatos, las agresiones, la violencia generalizada, sea verbal o física.
Y no porque sean un segmento poblacional privilegiado ni porque quienes ejerzan el oficio o profesión sean seres excepcionales. Simplemente porque son la correa, la transmisión, el enlace de comunicación; la voz de los sin voz frente a los poderes, públicos oficiales o de facto.
Por eso llama la atención que desde que asumió el poder, Andrés Manuel López Obrador señale frecuentemente a periodistas que lo cuestionan, que lo exhiben, que lo indagan.
Aunque se ha centrado en algunos medios y algunos comunicadores, sus señalamientos no dejan de crear un ambiente de crispación y de odio por parte de sus seguidores hacia la prensa formal.
AMLO Y EL PÚLPITO
El caso que reavivó esta problemática es el atentado que sufrió Ciro Gómez Leyva, periodista que no se ha distinguido por su sumisión al poder y que mantiene programas, en radio y televisión, críticos.
El pasado 15 de diciembre, minutos después de las 23:00 horas, sujetos armados dispararon en contra de la camioneta del comunicador que, debido al blindaje de la unidad de motor, resultó ileso.
Las condenas -y la preocupación- se extendieron a nivel mundial, incluso del Presidente López Obrador que, lamentablemente, cambió radicalmente de opinión.
Primero sugirió que el atentado pudo haber venido de grupos del crimen organizado y después que era para afectar a su gobierno.
Pero no es lo único que ha declarado el mandatario del Partido Morena, para denostar a quienes considera sus enemigos. Por estos días circula un video que resume sus principales frases en contra de los medios y periodistas, acompañado de nombres de las víctimas:
“Ya ven cómo es el hampa del periodismo”, “Y ahí viene lo de la prensa fifi”, “Le muerden la mano a quien les quitó el bozal”, “Prensa fifi, son nuestros adversarios”. “Se dedican a cuestionar y a veces a calumniarnos”. “Es una prensa convencional, la de México, muy corrupta”. “Cuánto les dan para atacarme”. “Es prensa vendida o alquilada”. “Nada bueno se puede esperar de políticos corruptos, de la prensa que se vende o se alquila”. “Un periodismo al servicio de grupos creados, de mafias”. “Es una prensa vendida, alquilada, una prensa corrupta”…
Son parte de algunas frases que ha repetido vez tras vez en su púlpito presidencial, odio que ha sido alimentado a través de las redes sociales y que, en consecuencia, muchos de sus fanáticos buscan concretar con hechos.
Evidentemente que sí hay prensa vendida y corrupta; periodistas vendidos y corruptos, incluso al servicio del poder presidencial, federal, estatal o municipal. Hay que señalarlos, sí, con nombre y apellido, principalmente a los dueños de grandes medios de comunicación.
Pero de eso a generalizar, sólo ha originado linchamiento, un clima de mayor riesgo para las y los periodistas.
El saldo fatal en este año en México es el crimen de al menos 13 comunicadores, entre ellos Héber López, de Oaxaca, el 10 de febrero pasado.
En octubre pasado, el gobierno mexicano reportó un total de 260 periodistas asesinados en los últimos tres sexenios, con 63 de ellos en lo que va de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, que comenzó el primero de diciembre de 2018.
El subsecretario de Derechos Humanos del Gobierno, Alejandro Encinas, contabilizó 13 asesinatos de comunicadores en lo que va del año, aunque la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) registra 18. Lamentablemente, la cifra crecerá, además de la impunidad.
¿Y OAXACA?
En la mayoría de los sexenios, el desdén a la prensa ha sido la constante, pero se agudizó con Alejandro Murat Hinojosa.
Tuvo a dos titulares de Comunicación Social originarios de la ciudad de México, que desconocieron en absoluto el trabajo local y optaron por destinar, al menos 400 millones cada año, para medios informativos nacionales.
Hay testimonios de varios medios que desaparecieron, entre ellos impresos. Y no queremos decir que es responsabilidad del gobierno mantenerlos, pero sí dar preferencia a la prensa local en la contratación publicitaria, pues al final es dinero de los contribuyentes, no de un gobernante en particular.
Pero por si fuera poco, las agresiones a la prensa han sido constantes, como también la menor importancia para indagar y atender; el autor de esta columna tiene por lo menos dos denuncias formales presentadas sólo este año, ninguna ha avanzado.
Tras el asesinato de Héber López, en febrero pasado, Murat Hinojosa, acompañado de varios funcionarios, entre ellos el fiscal Arturo Peimbert, el 16 de febrero se reunión con un selecto grupo de comunicadores oaxaqueños y ahí hizo compromisos:
“Para que exista siempre una atmósfera de seguridad en el ejercicio de la libertad de expresión y estoy aquí para que también me transmitan qué más debemos hacer, porque también ustedes me pueden orientar en temas que hayan vivido y que la autoridad pueda reaccionar rápidamente. En lo que ustedes consideren, nosotros estamos listos para actuar.
“En donde ha habido casos específicos, donde yo más me ocupo es que haya justicia, que no haya impunidad, como el último lamentable caso. Esa es la acción que queremos hacer con ustedes”, dijo entonces, además de comprometerse a mantener reuniones de manera continua.
No cumplió. Después de ese encuentro, jamás se volvió a reunir con la prensa. La herencia de Alejandro Murat es de al menos 176 agresiones y tres asesinatos de periodistas y Oaxaca se ha distinguido a nivel nacional por el mayor número de ataques. Todos, todos, impunes.
QUÉ SIGUE
¿Qué se espera de Salomón Jara Cruz? También, es más que obvio, que el respeto a la prensa es de dientes para fuera. Pese a que los morenistas dicen amar y respetar las libertades y que procuran ser y hacer un gobierno diferente.
Inició con el pie izquierdo con el menosprecio hacia un oaxaqueño, William Bautista, de cuya trayectoria -escasa por cierto- el propio mandatario resaltó, el 13 de noviembre pasado, para hacerse cargo de la comunicación social gubernamental.
Sin embargo, el 1 de diciembre ya no apareció en lista de los designados y en su lugar nombró a Elizabeth Álvarez Acosta, originaria de la Ciudad de México.
Pero en el colmo, por esos días se difundió un audio en que se revelaba que quien en realidad manda, ordena, impone, en el área de comunicación y en el gabinete, es su asesor argentino, René Palacios.
Y días después, Salomón Jara no lo desmintió, sino al contrario aceptó que es su asesor, pero justificó que también en sexenios anteriores ha habido extranjeros.
Y no es que no se quiera, o se reprochen designaciones de extranjeros o ajenos a Oaxaca. No. Lo que sucede es que este gobierno de la autollamada Cuarta Transformación o de la “primavera oaxaqueña”, ha ofrecido ser diferente; ha criticado que en sexenios anteriores -como el de Murat con sus mexiquenses- halla contratado a funcionarios ajenos al estado. Es decir, es contradictorio e incumple sus propias declaraciones.
Pero no es todo. Apenas inició el sexenio y el asesor argentino impuso, literalmente, una prohibición para que los funcionarios no hagan declaraciones a la prensa. Apenas el pasado 21 de diciembre, durante un convivio con periodistas precisamente, varios colegas intentaron entrevistar a titulares de áreas y la respuesta fue siempre: no están autorizados y se debe pedir permiso a comunicación social.
Apenas la mañana del 23 de diciembre, de nueva cuenta un comunicador literalmente fue jaloneado para no realizar entrevistas en el interior del Palacio de Gobierno.
En cambio, el argentino ideó una conferencia matutina cada lunes, pero selecta, con un reducido grupo de comunicadores, mecanismo que en ninguna parte del mundo funciona.
Sí, en repetidas ocasiones el gobernador ha dicho que respeta a la prensa, pero impida que se ejerza esa libertad de expresión. Y, además, aplicará su hígado, no el razonamiento ni las estadísticas, para premiar o castigar a los medios informativos en materia publicitaria. ¿Tolerancia a la prensa crítica? Lo dudamos.