Néstor Y. Sánchez Islas
Gracias a la generosidad de Miguel Herrera López, autor de la columna “Hoja por hoja” firmada con su seudónimo “Mario de Valdivia”, tengo en mis manos, calientito, recién salido de prensas, su libro “México: seis notas históricas”, lo que él considera una compilación de ensayos, vivencias y colaboraciones pero que más bien es todo un legado para los futuros constructores de nuestra querida Oaxaca.
Divide su libro en seis apartados. Son más que simples capítulos porque pueden leerse en el orden que el lector desee sin afectar su estructura o comprensión. Los presenta así: Virreinato de la Nueva España, José Vasconcelos, Oaxaca su tierra, Porfirio Díaz, Benito Juárez y Tlatelolco 1968, editado por Carteles Editores.
Dos temas me llamaron de inmediato: el 68 y José Vasconcelos.
Fue lo sucedido en México 68 lo primero que leí. Él estuvo ahí, sintió la misma emoción y el miedo de aquellos jóvenes que fueron masacrados por el régimen. Del 2 de octubre nos cuenta: “Esa tarde, como muchas otras, acudimos, dirigentes, brigadistas, manifestantes y simpatizantes a escuchar y adherirnos a la Tregua. Ese día, desde temprano, tropas del ejército mexicano y paracaidistas se habían apostado no para salvar al país ni para salvaguardar las instituciones, sino para tender un cerco infranqueable a la indefensa multitud”. Y se pregunta más adelante: “¿Era lógico que el ejército estuviera ahí?”. (pp. 259 y 260). El régimen nunca respondió, al contrario, lanzó el poder del Estado contra lo que quedó de aquel movimiento.
José Vasconcelos ocupa una gran extensión de su obra, lo que dice mucho del propio autor. No lo oculta, lo considera el pensador más portentoso que ha dado México y, además, oaxaqueño. De alguna forma u otra algo sabemos casi todos de Vasconcelos y de su obra, lo interesante son las posturas personales de Herrera López ante el filósofo.
En la página 96 nos dice “Vienen a cuento porque los tiempos presentes se están caracterizando por brotes de desunión, de pérdida de identidad y de regreso al oscurantismo a la arena del poder”. Sus palabras, escritas en 1994, denotan sus preocupaciones y sus temores a lo largo de sus textos, ensayos y colaboraciones. Le preocupa el futuro de México, de Oaxaca en particular, la falta de unidad, la pérdida de la identidad y, sobre todo, el regreso a un oscurantismo que a nadie haría bien. Tal vez no por las mismas causas ni por los mismos protagonistas, pero México vive hoy un peligroso momento de retroceso en todas los frentes de la vida política, social y económica.
Abordó a Vasconcelos, a Porfirio Díaz o Benito Juárez en diferentes colaboraciones, más pienso yo que no solo se trató de estudiar a los próceres sino fue un medio para expresar su eterno amor por su tierra, su orgullo por la Verde Antequera. Siguiendo su ejemplo, él también quiere aportar al destino de la patria y nos obsequia su obra.
Influido tal vez por la visión vasconceliana respecto de Hernán Cortés que le otorgó un papel heroico en lugar de la basura en que trata de convertirlo la actual historia de cobre, aborda valientemente el análisis de actuaciones y personalidades como él ante quienes hoy lo consideran no solo incorrecto políticamente sino como un genocida. En la página 124 rechaza el adjetivo de “bárbara” a la colonización española, y en la página 127 hace una abierta defensa de nuestra lengua y escritura “en español”, postura que hoy debemos enfrentar ante la agresiva oposición de quienes se asumen inclusivos y deformadores del lenguaje.
De la Guelaguetza escribió (p. 137) “Ya viene otra vez el Lunes del Cerro, justo es reconocer a sus inspiradores y creadore. Es falso que deviene de antes de la Conquista: no hay evidencias.” Postura desafiante ante el paternalismo oficial actual. Sobre los hermanos Flores Magón afirma que queremos, los oaxaqueños, apropiarnos de ellos, más bien de Ricardo, pero afirma “que no es un producto ideológico o político de Oaxaca”. Y Agrega: “No se hizo pensador aquí”. (p.58) Y aporta pruebas: el anarquista solo estuvo en Oaxaca hasta su primera infancia y se hizo agitador en la adultez después de leer “La conquista del pan”, del príncipe Piotr Kropotkin (p. 59).
Herrera es un historiador no solo por la academia que le otorgó el grado, sino porque lo demuestra con el análisis de contextos y la elaboración de interpretaciones muy interesantes. Mucha gente narra hechos del pasado y se asume historiador. No es así, el creador de la historiografía es como Miguel Herrera, un conocedor de contextos, simbolismos, investigaciones; es analítico e intérprete para los demás. Asume una postura científica para escribir, como se hace en la historiografía. Se basa en fuentes documentales, cuantitativas y cualitativas.
Esta compilación le otorga uno obligado sentido a sus temas, ensayos y colaboraciones, mostrando la congruencia de su pensamiento a lo largo de los años. Los invito a leer este valioso legado.
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