Néstor Y. Sánchez Islas
Papel picado, colores chillantes, música de banda, vestimenta folclórica y cuetes no convierten en mágico a un lugar, puede ser, quizá, la manera en que algún político oculte el fracaso de su gestión. El viejo método del “pan y circo” sigue vigente para distraer de los verdaderos problemas de la ciudad.
Mas allá del centro histórico, la capital es un desastre. No es responsabilidad absoluta del edil actual, es la suma de años de malas políticas públicas, algunas de ellas herencia directa del populismo echeverrista. Las instituciones públicas, como son la UABJO y el ayuntamiento capitalino, dejaron de estar al servicio de la gente y la ciudad para someterse al dominio del sindicalismo loco promovido por aquel mesiánico que gobernó al país en los años 70.
La autoridad municipal se ha reducido en la misma proporción que han crecido los poderes fácticos. La ciudad es agredida desde dentro del municipio y desde el exterior. Es notorio que hay zonas en que no gobierna la autoridad electa sino la impuesta por medio de la violencia.
Corrupción, cinismo e ineficiencia brotan por todos lados. El robo de vehículos bajo resguardo municipal, la funcionaria que vende permisos para talar árboles, los regidores que manipulan permisos para ambulantes o, peor aún, funcionarios que organizan supuestas ferias artesanales o gastronómicas tradicionales que no son más que un descarado negocio que ocupa espacios públicos, los destruye y afecta los derechos de vecinos y comercios establecidos.
Grave problema son los ambulantes. Dejaron de serlo hace mucho tiempo y se convirtieron en permanentes, se apropiaron del espacio público con fines meramente privados y mercantiles. Las mujeres triquis que por doce años se apoderaron del portal del palacio de gobierno son el ejemplo didáctico de como ejercer el chantaje. Con el dinero que recibieron durante años, los millones de pesos que han vendido de textiles producto de la explotación de ellas mismas les alcanza y sobra para rentar cualquier local del centro. No se les debe dar nada, mucho menos a costa del raquítico erario municipal que no tiene ni para continuar con el programa de bacheo.
La ciudad atraviesa con estoicismo su viacrucis. La anual ola de calor con su apocalíptica sequía, el desorden y caos cotidiano, la inseguridad o el cobro de piso a manos del crimen organizado son algunos de los clavos que nos crucifican. Y nada de esto se resuelve con superficialidades mágicas de la Secretaría de Turismo federal, celebrada con bombo y platillo por las autoridades estatales y municipales.
El otorgamiento a Jalatlaco de tal denominación provocó reacciones en las redes sociales. Sin mirar más allá del folclorismo, mucha gente celebró. Para quienes pueden ver que esto tensa más la liga de los conflictos sociales en Oaxaca, la medida es equivocada.
La ciudad es nuestra zona de convivencia y expresión. Antiguamente fue el zócalo capitalino en donde se daba la convivencia. Nunca juntos pobres y ricos, pero en el mismo espacio. La creación de estos barrios mágicos aumenta el fenómeno de la gentrificación, la gourmetización y la nociva “turistización”.
Los políticos solo buscan efectos a corto plazo. Les urge la foto en la prensa y el video en TV y redes sociales. La sonrisa y amabilidad con que muestran en este clase de eventos oculta la triste realidad: la creación de desplazados dentro de su propia ciudad.
Esos oaxaqueños excedentes, convertidos en parias por no tener ni la apariencia ni la capacidad económica de los turistas no serán bien vistos en esos barrios. El sentido de pertenencia e identificación se romperá en algún momento. Si no van en condición de empleados de algún caro restaurante u hotel, no serán bien recibidos.
El ayuntamiento es el gran responsable de esta tensión social. Por corrupción, presiones políticas, económicas o intereses personales, han ido torciendo el uso de suelo para dar permisos que nunca debieron haber sido autorizados. En su lógica, ellos están fomentando la actividad económica, en los hechos, están provocando resentimientos sociales que están abonando al crecimiento de la fobia al turista.
Ignorar lo social en la búsqueda del utópico desarrollo económico es un error de gobierno. Quitar atención a las zonas periféricas para concentrarse en pequeños corredores turísticos tiene un alto costo social que lo pagamos en drogadicción, alcoholismo, delincuencia y abusos policiacos.
El gobierno debe responder preguntas. ¿Quién va a mejorar su economía, quien se quedará con las ganancias? Mas allá del folclor, ¿Cómo atenderán los despojos, desplazamientos o desalojos que la gentrificación produce? En cuanto a servicios ¿Cómo atenderán el aumento de demanda de agua y los desechos generados? En cuanto a la cultura ¿Cómo evitarán la monopolización de ésta en manos de empresarios turísticos?
El ayuntamiento debe volver a estar al servicio de la ciudad, eso sí sería mágico.
nestoryuri@yahoo.com