Néstor Y. Sánchez Islas.
Pocas cosas conmueven con tanta profundidad como el dolor de una madre por un hijo desaparecido. La desaparición forzada de personas en nuestro país es un fenómeno que denota la impunidad, la indiferencia del Estado, la invisibilidad del problema por parte de una sociedad apática y la falta de insensibilidad de políticos y burócratas que utilizan el dolor humano para llegar o mantenerse en el poder.
La historia de la desapariciones no es nueva, sin embargo, ha dado un vuelco terrible. Las más conocidas desapariciones se dieron a partir de los años 60 y hasta los 80 del siglo pasado. La mayoría atribuidas al Estado y su brazo ejecutor, la policía política personificada por los siniestros agentes de la Dirección Federal de Seguridad. Las desapariciones de hoy en día se atribuyen casi todas al crimen organizado.
La desaparición de personas es una demostración de poder y un claro mensaje amenazante. En el siglo pasado el Estado demostraba su poder ante quienes se atrevían a desafiarlo, a quienes se oponían al sistema impuesto por el régimen de la Revolución. La historia conoce a ese período como “la guerra sucia”, que abarcó los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo.
El número de crímenes también ha tenido un enorme aumento. Se tienen registros desde el año de 1962. Los datos oficiales señalan más de 110 mil personas desaparecidas hasta hoy. Pero es a partir de 2006 que el número aumentó de manera desproporcionada puesto que en apenas 16 años desaparecieron 90 mil personas, de las cuales, solo en los últimos cuatro años han sido 30 mil.
A los desaparecidos y sus familias siempre se les ha revictimizado, principalmente desde las instituciones de justicia. En los años de los desaparecidos políticos se les señalaba como asaltabancos, secuestradores, terroristas o gavilleros. Algunos de estos adjetivos han perdido el peso que tuvieron en el pasado por la normalización del actual hacia el crimen. Ahora, en la revictimización, a todo desaparecido le cuelgan el sambenito de narco y, cuando se trata de jóvenes mujeres, con desprecio en las fiscalías les dicen a sus familiares que se fueron con el novio, y les dan la espalda.
El Estado desaparecía opositores para desalentar la disidencia, el crimen organizado actual para infundir terror y apropiarse de ciudades y pueblos. Hoy el abierto coqueteo del gobierno con los criminales nos hace difícil distinguir si fue el Estado o los criminales. En ambos casos, a las familias se les castiga con graves traumas de por vida.
La respuesta del Estado siempre ha sido la misma: la indiferencia, impunidad y la apuesta al olvido, sin embargo, han sido precisamente los familiares de esas personas las que no han dejado que el Estado logre silenciarlos. Ha sido la lucha de las madres las que nos han abierto los ojos la enorme tragedia social que tenemos enfrente e ignoramos. Tenemos un elefante en la sala de nuestras casas y no queremos verlo, excepto la clase política que siempre lo usará a conveniencia.
Se ha vuelto tan cotidiano hablar de desaparecidos que por ello mismo los ignoramos, pero no quienes viven en la eterna incertidumbre, duelo y angustia por no saber si sus familiares están vivos o, por lo menos, para tener la certeza de saber en donde descansan sus restos. Las mujeres son quienes dan lecciones de fuerza y esperanza a pesar de ser revictimizadas por lo que hayan hecho sus hijos.
La indiferencia del Estado las ha obligado a organizarse. Hoy existen varias colectivas de mujeres buscadoras a lo largo y ancho del país que, además de la indiferencia oficial, viven con el temor de ser asesinadas cuando recorren caminos, campos o barrancas cavando fosas en la búsqueda de la paz que necesitan.
Para estas mujeres sus hijos nunca serán un folio en una carpeta olvidada en alguna instancia burocrática. Su fuerza es tal que en muchas ocasiones han hecho todo el trabajo que las fiscalías se niegan a realizar porque, sabiendo como funcionan esos oxidados pasillo de la procuración de justicia, sí no hay “luz”, nada se mueve para resolver un crimen.
La fuerza de estas colectivas es un ejemplo de resiliencia. Una y otra vez se levantan para seguir buscando con la misma persistencia que los políticos siguen dando cifras alegres sobre lo bien que vamos a pesar de que el paisaje del país está ahora decorado con las miles de fosas clandestinas que muestran que somos capaces de ser indiferentes ante el dolor de una madre, hasta que nos afecte directamente.
Hay cosas que son un hecho. El Estado y sus fiscalías casi nunca investigan. El país se desangra mientras las narco-series de TV, la música que enaltece sus crímenes y toda la narco cultura que estamos normalizando nos vuelve tolerantes y admiradores de esta clase de criminales.
Hoy es una buena fecha para visibilizar a las madres buscadoras y su dolor. Y para criticar la simpatía que el gobierno tiene con el crimen organizado.