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Opinión. Oaxaca, capital de la explotación infantil

por Agencia Zona Roja

Néstor Y. Sánchez Islas

El turismo está lejos de ser la “industria” perfecta. Para Oaxaca es indispensable porque, prácticamente, es la actividad económica privada preponderante. Pero tiene su lado oscuro y, si por un lado nos regodeamos de la llegada de miles de visitantes, por otro padecemos las consecuencias.

El turismo produce una profunda afectación a la ecología. Calmar la sed y proporcionar agua para su aseo diario a la enorme población flotante provoca la sobrexplotación de los mantos acuíferos. La naturaleza nos entrega agua limpia y nosotros descargamos a los ríos un caudal de inmundicia. Al agua hay que añadir el transporte de alimentos, sector en el que nuestra tierra es profundamente dependiente de Puebla, Veracruz o Chiapas. Ni siquiera somos autosuficientes en producción de maíz. Tlayudas, tortillas, tamales o memelas se producen con maíz de Sinaloa.

Llamarle dulcemente al turismo “la industria sin chimeneas” es un error, pero muy buena justificación para políticos y dueños de empresas turísticas para intensificar estas actividades sin medir su impacto.

Al profundo daño ecológico hay que agregar el económico. Oaxaca padece un momento de profunda especulación inmobiliaria en zonas como el centro histórico, San Felipe del Agua y los barrios de Xochimilco y Jalatlaco. Esta especulación provoca el dañino fenómeno de la gentrificación. Los pobladores originales están siendo desplazados.

De los daños que provoca el turismo descontrolado hay uno del que poco se habla, pero existe, se practica de manera habitual y, mientras el gobierno gasta dinero en la promoción de la entidad, casi nada invierte en la prevención, tratamiento y castigo de tan infame delito: la explotación infantil

Los turistas no solo traen su dinero, muy necesario y valorado, también traen sus vicios. Y uno de ellos es la pederastia, el gusto insano por tener sexo con niños.

Por otro lado, la demanda de artesanías textiles, de cerámica o madera provocan la explotación de los niños como mano de obra barata. Este es un tema delicado porque existe un límite difuso entre lo que es la ayuda a la familia para contribuir económicamente y otro es el uso intensivo de su mano de obra, casi sin pagarles, sin seguridad social y, en algunos casos, casi sin alimentos.

De acuerdo con información publicada en abril pasado, Oaxaca ocupa el segundo lugar nacional en turismo sexual en donde ha pasado de ser solo proveedor de niños a convertirse en destino, es decir, hay turistas que solo vienen a Oaxaca para tener sexo con niños, a los que además de prostituir los introducen al mundo del alcohol y las drogas. Y existen datos que señalan a las poblaciones de los alrededores de la ciudad de Oaxaca, Puerto Escondido, Huatulco y Salina Cruz como los principales destinos de estos pederastas.

La profunda desigualdad económica y social que provoca el turismo es el abono de la explotación. Se busca, pero no se logra, que los ingresos se repartan de forma justa. El nivel de vida de los oaxaqueños en general no ha mejorado a pesar de los años recientes de abundancia turística. Los ingresos producto del turismo se distribuyen muy mal. Los beneficios siempre quedan en manos de un reducido grupo empresarial y político.

Existe una institución del Estado que está para prevenir la prostitución infantil, se llama “Sistema Nacional de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes”, SIPINNA. Se creó durante el sexenio anterior por presiones de instancias internacionales para garantizar los derechos de los niños que hayan sido vulnerados. Sin embargo, el “austericidio”republicano de la mal llamada transformación, al igual que a otras instituciones, la está ahorcando económicamente, queriendo absorberla por el DIF para, en nombre de un mal ahorro, abandonar a los niños explotados a su suerte.

Por cuanto a la explotación laboral las cosas no están mejor y, en algunos casos, explotación sexual y laboral van de la mano. 

La demanda de artesanías provoca que los artesanos introduzcan a sus hijos al trabajo. Es una forma de enseñar y mantener conocimientos y tradiciones, pero también es una contribución al ingreso de la familia, misma que se encarga de protegerlos, alimentarlos, enviarlos a la escuela y darles tiempo para jugar, para ser niños.

Cuando visitamos talleres de artesanos siempre vemos niños ayudando. No sabemos cuántos de ellos están por su gusto y cuántos por la fuerza, sometidos muchas veces por su propia familia. En mucho menor escala se repite lo que sucede en países de Asia en donde se fabrican tenis de marca y ropa de diseñador con mano de obra infantil. Estas prendas pueden equipararse a los “diamantes de sangre”, producto del trabajo esclavo de las minas africanas.

El gobierno de Oaxaca debe buscar la forma de certificar que las artesanías que se venden en las calles están libres de explotación infantil y aceptar que el turismo de masas está a punto de pasar de moda por nocivo.

Correo: nestoryuri@yahoo.com

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