Néstor Y. Sánchez Islas
Estamos a días de cumplir un año viviendo en el edén primaveral prometido. Y hasta ahora las cosas parecen seguir en el mismo estado en que las dejó Alejandro Murat.
Entre políticos han inventado sus propias métricas para calificar su desempeño, métricas que siempre manipulan de acuerdo con su conveniencia. Por ejemplo, a los legisladores les gusta que se les califique de acuerdo con el número de iniciativas presentadas.
En ese tenor de presentar ocurrencias al pleno, durante algún tiempo el señor Benjamín Robles Montoya se presentó a sí mismo como el más productivo. No importa que fueran aprobadas o no, mucho menos la trascendencia que tuvieran o el impacto que provocaron en el desarrollo del país, solo se trataba de presumir ante los medios la cantidad, pero sin cuidar la calidad. De acuerdo con su propia propaganda, hoy en día, es la senadora Susana Harp quien quién afirma ser la más productiva. Eso dice ella.
La métrica inventada por quienes han sido presidente municipales o gobernadores es otra. A ellos les gusta que los midan por la cantidad de las obras realizadas. Y les gusta darse vuelo en medios y redes sociales. Se toman la foto y la cacarean por haber ido a celebrar la simple pintura de una barda, haber colocado un poste o pintar rayas en las calles, que se despintan a los diez días, para presumir que trabajan.
Esta métrica es un engaño por varias razones. En primer lugar, porque ellos no ponen un centavo de su bolsa, todos los recursos vienen etiquetados desde que se elaboran los presupuestos. En segundo, porque muchas de esas obras se planearon años antes de su llegada y, debido al largo proceso burocrático de asignación de presupuestos, a ellos les toca inaugurarlas.
En esta métrica debemos tomar en cuenta todas aquellas obras fantasma que solo aparecen en el papel y que son caso muy frecuente y usado para la corrupción en las altas esferas del poder.
Una y otra vez nos enteramos de carreteras, escuelas u hospitales que aparecen en los reportes como concluidos pero que en el terreno a veces ni existen. Cuántos presidente municipales y gobernadores han presumido obras de las que solo existe el cascarón.
Experto en dejar cascarones en el pasado muy reciente fue Alejandro Murat. Hace un año que se fue y sus magnas obras, al menos las que están en la capital, han quedado desnudadas por el actual gobierno. Ni el Centro Gastronómico y su escuela de cocineros anexa, ni el Centro Cultural y de Convenciones, el búnker, ni el Centro Cultural Álvaro Carrillo en donde demolió un teatro funcional para dejar un cubo de concreto que nadie usa, ni la casa albergue para niños del DIF.
Mucho menos la carretera de salida hacia el aeropuerto o la vía en las riberas del río Atoyac. Mención especial merecen los 3500 millones de pesos que pidió prestados, y que todos debemos pagar, para sacar a los soldados de Ixcotel y construir ahí una zona comercial, hotelera y de universidades.
De entre las obras inconclusas fue el Centro Gastronómico el que mayor rechazo recibió. Durante varios meses trató de construirlo en secreto. Quizá esto se debió a que parece ser que fue una obras más por capricho de su pareja que para cubrir una necesidad. No solo el proyecto es horrible, el rechazo no solo es de los oaxaqueños, ni los turistas entran ahí y eso lo saben bien los cocineros a quienes les entregó en usufructo dicho espacio construido con dinero público. Esos famosos chef ni las moscas atrajeron hasta que la primavera los echó. El lugar es frío y ajeno al calor y colorido de lo que es la cocina tradicional oaxaqueña. Sus 12 “puestos” de comida semejan más las crujías de una prisión que un lugar para disfrutar una rica tlayuda.
De acuerdo, entonces, a la métrica creada y fomentada por los propios políticos, ¿Dónde están las obras de este gobierno? Para que no hagan caravana con sombrero ajeno, se deben eliminar como mérito de este gobierno y de los cuatro anteriores, las carreteras al istmo, a la costa y el ferrocarril interoceánico, que fue obra del gran general oaxaqueño Porfirio Díaz, que también construyó el puerto de Salina Cruz y que más de un siglo después sigue funcionando casi en las mismas condiciones en las que él lo dejó.
No estoy de acuerdo con que las ferias realizadas en el Llano y las del cártel de las expos en las calles del centro histórico deban contar como obras realizadas. Tampoco las calendas estilo Disney que hicieron para festejar a los muertos ni el festival a un mole que es patrimonio cultural de Puebla, como lo es el mole de caderas.
Tampoco creo que abonen como obras los cientos de millones usados para apoyar la campaña de Claudia Sheinbaum, ya sea pintando bardas, colocando espectaculares y llenado de miles de acarreados el auditorio Guelaguetza. Mucho menos deben contar los cientos de anuncios espectaculares de los suspirantes locales que acaparan bardas, camiones y pasquines de sociales para promocionarse de manera ilegal.
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