Néstor Y. Sánchez Islas
El desplazamiento de los originales habitantes de algunos de los barrios tradicionales de Oaxaca no inició ayer. El proceso lleva años de evolución y, ciertamente, éste se ha agudizado. No es un proceso privativo de Oaxaca, es un fenómeno mundial. La palabra “gentrificación” fue inventada en Londres en el siglo pasado para describir los mismo que ahora sucede aquí.
El tema no es nuevo en este espacio ni en muchos otros medios locales. Lo que es nuevo es que empieza a hacerse realidad lo que aquí se advirtió: la gentrificación provoca tensiones sociales que pueden derivar en conflictos.
La violenta marcha de hace unos días, que parece que fue más xenófoba que de protesta contra este fenómeno, es un ejemplo de conflicto. Aunque esa marcha hay que situarla en su contexto porque fue realizada por grupos mercenarios que igual protestan contra Israel que contra la gentrificación. Su finalidad fue política, inmersa en el proceso de sucesión por la presidencia municipal que provoca que entre los contendientes del Morena se estén dando hasta con la cubeta. Vergonzoso espectáculo de canibalismo político, pero muy ad hoc con el primitivismo de los suspirantes; las consecuencias de sus odios las paga la ciudad y la gente que sufrió destrozos.
Las verdaderas expresiones de inconformidad están al avista de todos y esa marcha no representa nada. Por todo el barrio de Xochimilco cuelgan lonas de los propios habitantes que protestan contra uno de los efectos nocivos de la gentrificación y la turistización de la economía de la ciudad capital. Cada día aparecen más terrazas, bares y salones de fiesta, algunos de ellos son propiedad de gente en el poder o familiar de alguien de ellos, que por intereses inmobiliarios destrozan la armonía barrial.
El proceso de gentrificación no puede detenerse por decreto, lo que requiere es de una fuerte regulación en el uso de suelo. Sin embargo, la realidad nos dice que México es un país muy corrupto y Oaxaca se encuentra entre los estados más corruptos del país. El ayuntamiento local es un hoyo negro de ineficiencia, burocracia, indiferencia y prepotencia. Es un hecho que esta administración y la anterior, han sido las peores en la historia de nuestra capital y que no hará nada por regular esta situación.
Este fenómeno produce otros más. La convivencia con extranjeros provoca un intercambio cultural. Su influencia se nota en, por ejemplo, los menús de cafeterías y restaurantes que solo están en inglés, en la modificación de conductas y tradiciones en las que los extranjeros participan o en el arte urbano que se expresa en los muros de la ciudad. También traen vicios como la pederastia y el turismo sexual, drogas, alcohol o carestía.
Un de las quejas de la marcha anti-gentrificación fue la subida de precios. Es cierto, la turistización de Oaxaca provoca un aumento de precios en todos los servicios, como lo son el trasporte local y foráneo. Las tarifas que el monopolio del ADO nos aplica las justifica la empresa por ser Oaxaca un destino turístico. Así las líneas aéreas o los simples taxistas. La molestia de los oaxaqueños se justifica porque los beneficios del turismo se reparten en unas pocas manos, pero el costo lo pagamos todos, aunque nada tengamos que ver con los servicios al turismo.
La especulación con los bienes inmuebles es otra grave consecuencia. Los costos de las propiedades y de las rentas se comparan con las de ciudades con mucha mayor actividad económica que la nuestra. En lugar de despresurizar la zona del centro de la ciudad y promover que el turismo visite otros lugares, el gobierno se esmera en concentrarlo en esa pequeña burbuja que forman las calles turísticas de la capital, zona que, ante la ineficiencia del ayuntamiento, está en pésimas condiciones.
El problema social ya existe y los únicos que no lo ven son los del gobierno. Ahora corremos el riesgo de que la gentrificación sea tomada como bandera de estos grupos de mercenarios que serán capaces de demoler la economía local con tal de satisfacer los deseos del político del que los contrate. No olvidemos que la APPO es un ejemplo de ello, fue un grupo mercenario que se vendió al magisterio para darle un cariz popular a una asonada sindical. Los que pagamos el costo fuimos nosotros.
CERRA LOS ATRIOS.
Las tendencias urbanísticas van cambiando. Se pensó que integrar los atrios de las iglesias con las calles era buena idea. Se quitaron las rejas y no se imaginaron las consecuencias 30 años después. Hoy la Catedral o Santo Domingo son ejemplo de que el cambio no ayudó. Esos edificios históricos y otros más, como San Felipe Neri, sufren el embate de payasos, vándalos, borrachos o políticos en campaña. Además de ser un patrimonio arquitectónico también son centros religiosos y se debe respetar tanto a los lugares como a las personas que profesan sus creencias. Es necesario devolver la dignidad y el respeto a esos espacios.
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