Diego Enrique Osorno*
Cuando los elefantes luchan, la hierba es la que sufre. Jarda abandona la ciudad de Nafka porque conoce bien el proverbio de sus ancestros. Su primera opción es Sudáfrica. Algunos viejos conocidos huyeron de Eritrea en esa dirección. Nadie sabe qué ha pasado con ellos, pero nadie duda que estarán mejor.
Jarda logra llegar a Sudáfrica. Ahí se da cuenta que su imaginación supera con creces la realidad. Para los viejos conocidos que vinieron antes, quizá Sudáfrica fue lugar de paso, no destino. Es difícil que un eritreo sobreviva en Johanesburgo; lo mejor que puede hacer, lo enteran, es preguntar al dueño del bar cómo podría irse a América.
¿A qué parte de América? Algo de azar lo decidirá. En Brasil, Honduras o Argentina puede quedar su porvenir. Los trámites para conseguir espacio en la próxima expedición no son fáciles. El pago tiene que ser en dólares y la fecha de salida del barco no es del todo nítida.
Casi nada es nítido en el proceso. Pasan los días en Sudáfrica con desesperación, las semanas con hambre y los meses en franca desesperación, pero llega el día. El periplo es largo. Algunos tripulantes se quedan en el camino.
El arribo a Honduras se prolonga. Un libro, Tristes trópicos de Claude Lévi-Strauss, acompaña la zozobra del viaje de Jarda. ¿Y ahora qué hago?, se pregunta, cuando finalmente desembarca. La pobreza hondureña es parecida a la pobreza eritrea. Todas las pobrezas son iguales. Lo que distingue una de otra es que en Honduras no hay guerra (oficialmente) y en Eritrea sí. Honduras, qué bueno, piensa Jarda, no está enfrentado con ninguno de los países de al lado.
Viene una nueva rutina cuando el sueño americano irrumpe su vigilia hondureña. Estados Unidos, viéndolo bien, no queda tan lejos para alguien que ha navegado ya miles de leguas antes de llegar a la finca pobre donde Jarda sobrevive cortando el hierberío y poniendo cercas para vacas que comen mejor que él.
Junto a otros hondureños, Jarda continúa su éxodo hasta llegar a Tapachula, Chiapas. Ahí es detenido y encerrado unos días en la estación migratoria con otros compañeros de travesía.
A ellos los devuelven a Tegucigalpa y a él lo interrogan como bicho raro. Al fin y al cabo, ¿dónde queda Eritrea?, preguntan los oficiales. Eritrea, piensan ellos, no existe: Eritrea es un inventum.
Eritrea, en efecto, no existe.
*Escritor y periodista.
@DiegoEOsorno