Artículo publicado en “Milenio”
La tragedia de María Elena Ríos, quemada con ácido por un hombre hasta ahora prófugo y quizá con protecciones poderosas en el estado, es una conmovedora desgracia personal, pero también una indignante vergüenza pública que exhibe algunos de los peores resabios y rezagos del desprecio machista y de la sumisión de la mujer, dos de las formas aberrantes de entender una parte de los usos y costumbres en Oaxaca y en otros estados.
Estamos con la víctima, la apoyamos en el duro proceso de su restablecimiento personal de la salud, pero también pensamos en la dimensión social de lo ocurrido.
Es momento de llamar la atención de los oaxaqueños, como lo hemos hecho en otras ocasiones desde el OCUC, foro de reflexión de numerosos artistas entregados a múltiples disciplinas para analizar asuntos de trascendencia en la vida de Oaxaca.
El agresor de María Elena se encuentra huyendo sin duda, eventualmente —queremos creer— será detenido y llevado ante un juez penal, tal y como el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, y el gobernador Alejandro Murat Hinojosa han ofrecido lograr, al exigir especial empeño en lograr la detención del o los agresores de María Elena.
La dimensión social de ese agravio importa a todos y, desde luego, a las mujeres por estar expuestas aún a todas las formas abiertas y soterradas de la violencia misógina y con un sistema de justicia mal capacitado para entender estos delitos.
Hay mucho qué reflexionar acerca de los numerosos atavismos de género que persisten entre nosotros e insisten en mantener relegada a la mujer en un segundo plano, como ser destinado a callar y a obedecer, perpetuando su condición relegada en la vida social, laboral e incluso dentro del seno familiar.
De las conductas más persistentes y sutiles del desprecio y del machismo aún en vigor, todos somos cuando menos sospechosos si no de prohijarlas y reproducirlas, sí al menos de callar ante ellas y considerarlas incluso parte del mundo ancestral, de la vertiente indígena y de las sociedades patriarcales, tejidas alrededor de la insostenible idea de la superioridad masculina.
Los atavismos de género, contrarios a reconocer la igualdad de hombres y mujeres ante el derecho, permanece profundamente arraigado casi en todo México, pero anida fuertemente en comunidades regidas por usos y costumbres, como hay cientos en nuestro estado, en Guerrero, Tabasco, Veracruz, Campeche, Yucatán y Chiapas.
Muchos políticos consideran intocables algunas expresiones de los usos machistas que aún perduran, ya que forman parte —dicen— “del México profundo” (shhh, silencio, no hablen fuerte, de la discriminación hacia las mujeres, parecen decir cada que surge un caso o un agravio machista y de odio como el que hizo víctima a María Elena Ríos en Huajuapan de León).
Con el sentir indignado de muchos oaxaqueños y de los compañeros artistas del colectivo OCUC que ahora encabezo, pedí al gobernador Alejandro Murat mantener activa esa investigación profesional, seria y expedita que impida el descarrilamiento del esfuerzo justiciero en favor de María Elena.
Su agresor —sea quien sea y sus cómplices, si los tiene— debe ser aprehendido y castigado de manera ejemplar con la ley en la mano. Hemos solicitado que se mantenga hacia la familia y hacia diversos colectivos de la sociedad civil oaxaqueña información que permita avivar la reflexión sobre los derechos de las mujeres y que la tragedia sea motor para impulsar su reconocimiento.
Han pasado más de tres meses (el 9 de enero serán cuatro) desde que María Elena Ríos fue agredida.
No queremos que pase mucho tiempo más sin cerrar con justicia este agravio infame y sin incorporar las reflexiones que el caso despierta al aprendizaje cívico de la igualdad de género, del respeto a las mujeres en cualquier ámbito de la vida pública, también en la familia y en cualquier espacio de la vida privada, allí donde primero surgen muchos de los conceptos torcidos que debemos cambiar.
* Pintor oaxaqueño