Néstor Y. Sánchez Islas
El aroma a fiesta ya circula por nuestras calles, los sones ya resuenan en nuestras cabezas, la ciudad se anima y, a pesar de su estado desastroso, se prepara para ser una cálida anfitriona de quienes nos visitarán.
Antes, durante y después de la Guelaguetza se viven, cada año, intensos debates en los medios y las redes sociales con un tema central: ¿Es espectáculo o es cultura? A partir de ese eje retórico se desprenden todo tipo de posturas en que muchos oaxaqueños señalan que se ha convertido en una fiesta ajena a nosotros, pero enfocada para el gusto del turista. Lo malo es que necesitamos los recursos que ellos traen y debemos resignarnos o cerrar fuentes de empleo.
A este debate central deseo introducir un nuevo elemento que me parece que es el que mayor daño le provoca a nuestra cultura: el uso que los políticos en el poder les dan a nuestros símbolos de identidad.
No se trata del uso político de la Guelaguetza, que es condenable. Se trata de algo más dañino porque hablamos del uso que cada político, ya sea gobernador, presidente municipal o diputado, le da a una cultura popular para convertirla en un vehículo de legitimidad o de propaganda, con el riesgo de que en el imaginario popular pudiera quedar anclada la imagen de la fiesta como identidad de un movimiento ideológico. Aquí vaun ejemplo: Por años, la magnífica pieza “Huapango” de Moncayo fue utilizada por la presidencia de la república para musicalizar los eventos del presidente. Se convirtió en un símbolo del viejo PRI. Afortunadamente hoy ya no es así.
Tuvimos en el pasado reciente el uso que Murat le dio a la Guelaguetza para legitimar una oaxaqueñidad que no posee. Copió los excesos tipo Carmen Romano de López Portillo cometidos en el ejercicio del poder al viajar por el mundo cargando un piano, pero Murat cargando enormes “alebrijes”, las artesanías espurias que, demostrado sociológicamente está, no son oaxaqueñas.
Cada candidato hace su calenda usando la música, los bailes y los vestidos tradicionales. Francisco Martínez Neri llevó una calenda completa a la CDMX apenas en las campañas pasadas. O la mala costumbre que se tiene al tolerar que el gobernador, presidentes municipales y diputados desfilen con las delegaciones en la calenda de las delegaciones de la Guelaguetza.
La participación de los políticos no es más que un símbolo de la dominación que tanto quiere eliminarse sobre los indígenas. La Guelaguetza, para ellos, es objeto de acción política sin mesura y la carencia de ésta última es el camino directa a la perpetuación de esa dominación.
La Guelaguetza es memoria de nuestro pasado, pero con presencia en nuestro presente y futuro y debemos mantenerla al margen de la lucha por el poder para no convertirla, como lo hace la Sección 22, aliada de la 4T, en un objeto de disputa y polarización social en lugar de un símbolo de identidad y unidad.
Hay quienes, desde lo culturalmente correcto, les llaman Fiestas de los Lunes del Cerro, la mayoría simplemente le dicen Guelaguetza aplicando la metonimia gramatical para referirse a lo mismo. Encendidos debates hasta por llamarle de una manera u otra y la discusión no termina por ponernos de acuerdo de que si se trata de un espectáculo o de cultura. Enfrascados en eso hemos dejado de lado el manejo de nuestro mayor símbolo cultural en manos de una clase política voraz, ignorante e ideologizada que terminará por torcer las fiestas a su conveniencia.
Es necesario institucionalizarla oficialmente y reglamentar el uso de los símbolos que representan a los oaxaqueños en conjunto para evitar su uso político y por los políticos. Como ejemplo, el uso de la bandera nacional y su colores está reglamentado para evitar un uso denigrante de nuestros símbolos patrios.
Lo mismo deberíamos hacer para arrebatar del pésimo criterio y gusto de nuestra clase política el uso, goce y disfrute sin costo para ellos de algo que no les pertenece. Por el bien de nuestra cultura, nuestros símbolos de identidad deben mantenerse ajenos a la lucha por el poder y de las ideologías gobernantes.
La cultura no debe ser un vehículo de manipulación y propaganda, ni prestarse para el odio y la polarización, no debemos banalizarla y sí cuidarla para evitar su apropiación cultural, como el penoso intento del magisterio para usarla como vehículo de odio, propaganda y resentimiento. Con la Guelaguetza no.
PIÑA PALMERA.
De manera discreta, como se hacen las cosas valiosas y trascendentes, en la costa oaxaqueña trabaja la organización “Piña Palmera”, un proyecto comunitario que ayuda personas con alguna discapacidad en las áreas rurales de la costa y Sierra Sur. Su trabajo lleva ya 40 años y ni la tragedia del huracán Ágata en 2022 los detuvo a pesar de los daños que sufrieron.
En ocasión de este aniversario piden la solidaridad de los oaxaqueños para continuar una labor que nadie más realiza con esos grupos vulnerables que tanto los necesitan.
nestoryuri@yahoo.com