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Opinión. Guelaguetza, fiesta agraviada

por Agencia Zona Roja

Néstor Y. Sánchez Islas

El contexto de las fiestas de los Lunes del Cerro no se limita a los dos días de bailes en el auditorio. Inicia varias semanas antes y, a lo largo de ellas, los errores y pifias cometidos se han sumado hasta convertirse en un agravio.

La responsabilidad de los errores queda totalmente en manos de los gobiernos estatal y municipal. Aquí no hay un Felipe Calderón a quien culpar. 

El primer error fue la falta de promoción a tiempo, además de escasa. El segundo se difundió a través de una gran fotografía del reportero Luis Platas. El gobernador pletórico junto a su secretaria de Turismo. 

Ella en un vestido entallado, propio para una boda, pero no para el desfile de delegaciones en que lo correcto es la vestimenta tradicional. El tercero, quien debería presidir el desfile, la diosa Centéotl, relegada a una orilla, desplazada, dominada y discriminada, sin nadie que tuviera la atención de protegerla con un paraguas y con solo un hule para cubrirse de la lluvia del momento. Todas las explicaciones posteriores no pudieron desmentir la imagen.

Durante la fiesta en el auditorio dos hechos sumaron agravios. Primero, el mal llamado “palco oficial” repleto de gorrones, invitados especiales les dice el oficialismo, a quienes se les cubrieron todos los gatos para venir a disfrutar de nuestra fiesta creyendo, erróneamente, que su presencia la engalana. Es al revés, la Guelaguetza los dignifica. 

El agravio más fuerte estaba por venir. La cineasta Ángeles Cruz realizó una protesta desde su asiento. Debo decir que no estoy de acuerdo con que la protesta la haya realizado en ese lugar y momento, aunque reconozco que tiene todos los motivos y razones. 

Un fotógrafo del diario “El Universal” trató de cubrir la nota, como es obligación de todo periodista, sin embargo, recibió por parte de funcionarios estatales insultos y empujones para evitarlo. Un atentado contra la libertad de prensa y escándalo nacional.

Una fiesta aburrida, realizada de acuerdo con los conocimientos del Oaxaca profundo que los funcionarios dicen poseer. Bodas y fandangos soporíferos, un discurso de la diosa Centéotl demasiado largo, la participación de una delegación de ¡Santa Lucía del Camino!, un micro municipio conocido por sus antros, drogas, violencia y abusos policiacos antes que por una vestimenta tradicional que nadie conocía. 

La cereza del pastel fue la cantante Patricia Alcaraz que cambió la letra de una tradicional canción istmeña provocando una dura afrenta a su delegación y a Oaxaca entera. El ostracismo debe ser su castigo.

No pueden faltar los chantajes de sindicatos y organizaciones sociales, el exceso de borrachos por las calles y los pleitos a golpes en el centro. Olor a orines, basura por todos lados y las falsas expo ferias. 

El caso de la Sección 22 y su Guelaguetza espuria es aparte porque no solo fueron ampliamente desairados, sino que protagonizaron una riña a golpes por querer atravesarse, de manera violenta, al desfile de las delegaciones.

La Guelaguetza necesita una reingeniería. Se trata de una fiesta de origen religioso y no cívico, y este es el detalle del por qué no deben participar autoridades civiles. Los españoles, en su proceso evangelizador, asimilaron a Centéotl en la Virgen del Carmen.

Debemos entender el contexto en el que nació la Guelaguetza como “homenaje racial” en 1932 y se le dio un cariz cívico a una festividad religiosa. Recién había concluido la Guerra Cristera y la actitud del gobierno era antirreligiosa, jacobina. Apenas en la Navidad de 1930, Pascual Ortiz Rubio había intentado sustituir la Navidad por una fiesta étnica en que, en lugar de Santa Claus, sería Quetzalcóatl quien descendería de una pirámide de utilería, para regalar juguetes a los niños. Desde la SEP se promovían a las razas de la nación mexicana y se buscaban las glorias de nuestro pasado para construir la historia de bronce de la revolución. El ánimo oficial orillaba a revivir viejas tradiciones, pero de manera cívica y gobiernista, con funcionarios públicos ocupando el lugar de los antiguos sacerdotes.

La Guelaguetza se ha convertido en campo de batalla por que el gobierno se la apropió. Le quitó la religiosidad que fue su origen y le da un uso y sentido político, lo que justifica protestas, desfiguros y gorrones. Ponerla al servicio del turista a fin de traer recursos es otro error que nos cuesta identidad cultural, pero que debemos soportar para sostener muchas fuentes de trabajo que de otra manera no existirían. Al eliminar el carácter oficial de las festividades se quitará el imán para los eternos chantajes y hasta se acabaría el pretexto para la Guelaguetza del odio de la Sección 22.

Los Lunes del Cerro actuales fueron una respuesta a la tragedia del terremoto de 1931, pero también el resultado de contextos y políticas públicas que el régimen autoritario imponía a través de la SEP. Los agravios de hoy son por el carácter oficial de la fiesta.

nestroyuri@yahoo.com

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