Néstor Y. Sánchez Islas.
Dentro de siete semanas asumirá la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump, un personaje caracterizado por su populismo de ultraderecha y el supremacismo blanco, lo que en buen español quiere decir que es un racista.
Tiene como promesa de campaña dos compromisos que cumplir sobre migración.
La primera será cerrar la frontera y la segunda realizar la mayor deportación masiva de inmigrantes ilegales en los Estados Unidos.
Trump todavía no es presidente, pero los efectos de su poder ya se sienten en Oaxaca. Las caravanas migrantes se han disuelto y algunos de ellos se quedarán a vivir en parques y jardines, algunos otros se dedicarán a delinquir.
Las políticas trumpianas tendrán varios efectos. Primero, con las deportaciones es probable que disminuyan la cantidad de remesas, un bálsamo necesario que alivia la pobreza de miles de familias oaxaqueñas. Segundo, el regreso a su tierra de los deportados tendrá consecuencias económicas porque llegarán aquí en calidad de desempleados en un momento en que la economía nacional se ralentiza.
No todo el problema será de la índole económica y de consecuencias inmediatas.
Habrá consecuencias de mediano y largo plazo que no podemos saber que tanto afecten a Oaxaca. Se trata del choque cultural entre quienes vuelvan a su tierra después de años de haberla dejado. Ellos ya no son los mismos que se fueron, ahora la cultura chicana, la mezcla de lo gringo con lo mexicano, es parte de ellos y la introducirán en sus comunidades.
Si quienes vuelven tuvieron hijos que nacieron en los Estados Unidos el golpe para los pequeños será mayor porque nuestro idioma español ya no es su lengua madre.
Esos niños nacieron, crecen y vive inglés como su lengua madre mientras son absorbidos por el modo de vida americano que, para ellos, será su cultura madre.
Los resultados futuros de este choque cultural no los imaginamos.
Existe la posibilidad de que los deportados, en su mayoría, no regresen a su tierra.
En los años 60, al dar por terminado el programa “bracero”, los norteamericanos obligaron a salir de su país a miles de mexicanos, pero se dio un fenómeno cuyas consecuencias las seguimos viviendo. En lugar de volver a sus comunidades de origen, miles de ellos se quedaron a vivir en la frontera norte en ciudades que no estaban preparadas para atenderlos. La formación de todos estos cinturones de miseria alrededor de ciudades como Tijuana o Ciudad Juárez fueron el caldo de cultivo tanto para una creciente delincuencia como para el nacimiento de una nueva cultura popular que hoy se manifiesta con fuerza e influencia a través de la música “norteña”.
La llegada masiva de mexicanos deportados a vivir en la frontera norte obligó al gobierno mexicano a crear el plan de industrialización para darles trabajo.
Pocos lo recuerdan hoy, pero a mediados de los años 60 no había casi empresas norteamericanas asentadas del lado mexicano. Las facilidades fiscales ofrecidas por el gobierno mexicano hicieron que empresarios textiles de Los Ángeles fueran los primeros en buscar establecerse en nuestro país para aprovechar la exención de impuestos y la abundancia de mano de obra barata. Esto fue el arranque de la industrialización masiva de nuestra frontera norte, que se ha extendido al bajío, y que en 30 años modificó la economía nacional, pero que también modificó nuestra cultura, valores y tradiciones. Fue también, a mediados de los años 60 que los gringos se hicieron de la vista gorda ante la producción de heroína en México porque sus chicos en Vietnam la necesitaban. Son hechos históricos que han ido quedando en el olvido.
El gobierno federal dice que está trabajando para evitar las deportaciones y la aplicación de aranceles, aunque la percepción nacional es que está haciendo muy poco o nada. La presidenta sugirió en una de sus mañaneras que ante una invasión, los mexicanos tenemos como nuestra mejor defensa entonar el himno nacional, una ocurrencia similar a la de López cuando sugirió que tener un “detente” guardado en la bolsa era la mejor defensa ante el Covid. No sabemos que esté haciendo el gobierno oaxaqueño para atender el futuro problema. Si decide seguir el mismo ejemplo que Sheinbaum, es probable que mande a su secretaria de turismo a organizar algún tonto festival para celebrarlo.
Las amenazas de Trump provocarán un problema en Oaxaca, pero de dos caras.
Una de corto plazo, la económica y, la otra, de largo plazo y de consecuencias imprevisibles, la cultural. Será inevitable que las costumbres, hábitos y hasta forma de hablar modifiquen nuestras viejas tradiciones que tendrán que evolucionar.
Los movimientos sociales nacen de contextos específicos. Los migrantes son víctimas del populismo de izquierda mexicano y de de derecha norteamericana.
Este victimismo puede dar paso al nacimiento de movimientos sociales anti populistas y nuevos liderazgos políticos.
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