Néstor Y. Sánchez Islas
Dice la nota de Andrés Carrera Pineda publicada el sábado pasado en EL IMPARCIAL que doña Sheinbaum declaró a Oaxaca como la cuna del humanismo mexicano, que está orgullosa del momento histórico que vivimos y que seguirá gobernando bajo los principios de su movimiento, lo que deberíamos tomar como advertencia ante el derrumbe de la supuesta moralidad de la 4T.
Si hablamos de una conducta ética y de un alto nivel intelectual y cultural, efectivamente, estamos hablando del humanismo que reconoce la dignidad y el valor del individuo, así como su capacidad para razonar y transformar su entorno. Visto esto, es difícil si no imposible, creer que el morenismo pueda autodenominarse humanismo.
Y no, no fue entre las culturas mesoamericanas en las que nació este modo de pensamiento y conducta. Para hablar de humanismo tenemos que irnos a la Grecia clásica y Roma y tomar como referentes a filósofos como Platón, Sócrates o Aristóteles. Y de ahí para acá, tenemos en siglos recientes al humanismo ilustrado que nos condujo al actual humanismo moderno y contemporáneo.
En este mundo globalizado y tecnológico, los valores humanistas son necesarios como contrapeso al capitalismo salvaje. Gracias a las corrientes humanistas de occidente tenemos los Derechos Humanos, los movimientos ecologistas, el reconocimiento a la diversidad y la tolerancia y una educación que se preocupa en desarrollar el pensamiento crítico y no solo servir como instrumento de adoctrinamiento, como lo es la mal llamada moderna escuela mexicana. El humanismo es la recuperación de la herencia clásica para resaltar el valor del hombre. En el fondo, el humanismo es un pensamiento profundamente individualista.
Visto esto y con los ánimos socializantes y colectivistas del régimen en el poder, ¿Qué tiene de cierto el humanismo mexicano? Debe tener de cierto lo mismo que el tercermundismo del echeverrismo o la moralidad de José López Portillo. Expertos como lo son para manipular el sentido y significado de las palabras en donde le llaman democracia a la dictadura o liberación a los regímenes totalitarios, no extraña que, desde sus definiciones, el humanismo sea una mezcla a conveniencia de buenas intenciones para engañar al respetable a través de la mezcla de la herencia cristiana traída por los españoles, el pensamiento liberal ilustrado y el indigenismo que sirve muy bien para legitimar su permanencia en el poder en nombre de los pobres.
A diferencia de Europa, que exalta al individuo racional, los humanistas mexicanos tratan de conciliar la dignidad individual con el sentido comunitario de los indígenas en donde la razón y la ley se sustituyen por los odios, venganzas, manipulación en asambleas y sus retardatarios usos y costumbres que justifican toda clase de excesos.
Es cierto que existe un mestizaje cultural que integra valores occidentales con las tradiciones indígenas y, en este caso, Oaxaca es ejemplo de ello porque, aunque no lo quieran los radicales de la 4T, mucha de la gastronomía y cultura oaxaqueña es producto de los español con lo indígena.
Queriendo valorar al individuo solo cuando forma parte de la comunidad, la 4T ha atacado todo aquello que viene desde la sociedad civil, ignora la invocación de José Vasconcelos por una raza cósmica y un humanismo iberoamericano y lo cambia por un indigenismo de apariencia que nada aporta y nada resuelve porque no arreglarán ni la pobreza, ni la desigualdad ni su propia corrupción.
No tienen vergüenza en dar un uso político a esta corriente del pensamiento. El humanismo tropicalizado solo es una retórica legitimadora porque no tiene una respuesta a la falta de medicamentos en hospitales, a la falta de tratamientos para los niños con cáncer, a la falta de vacunas, a la reparación de la infraestructura del país, al combate a la corrupción, el huachicol o la delincuencia en general a la que le entregaron casi todo el país.
El grado de humanismo no lo otorgan los $3100 que el gobierno regala de nuestros impuestos porque esa cantidad no repone a una familia de una enfermedad, de un accidente o de la reparación del auto de un trabajador que lo usa como herramienta laboral.
El humanismo tampoco se alcanza mezclándolo con un indigenismo superficial aplicado por un gobierno federal en donde abunda los apellidos extranjeros. Mucho menos se alcanzará recortando los recursos a las universidades y la investigación científica para seguir despilfarrándolo en Pemex, la refinería de 2 bocas, el tren maya o el ferrocarril transístmico.
Señalar a Oaxaca como la cuna del humanismo mexicano no es un halago, es una burla por las condiciones de desigualdad y pobreza que se aquí se padecen y contrastan con la opulencia del estilo de vida de los nuevos ricos en el poder surgidos del nuevo régimen.
