Néstor Y. Sánchez Islas
El hecho de que hayan sido las civilizaciones mesoamericanas las que domesticaran el maíz y que de aquí lo entregáramos al mundo es motivo de orgullo, de identidad y de símbolo de lucha por una anhelada justicia social para los campesinos.
Fueron las cuevas del valle de Tehuacán, muy cerca de Teotitlán de Flores Magón y en las cuevas de Mitla que los arqueólogos encontraron los rastros más antiguas de aquel viejo teocintle que hoy, convertido en maíz, es la base una gran parte de la gastronomía mexicana y, en especial, de la de Oaxaca, que a este maravilloso grano debe una buena parte de su identidad.
A pesar de esto, nuestra tierra no es capaz de producir el maíz que consume y éste debe llegar desde el norte del país o importado de los Estados Unidos. Las tlayudas, memelas, tortillas o quesadillas no se elaboran con maíz oaxaqueño, aunque somos los oaxaqueños los que transformamos el grano en los platillos suculentos de fama mundial.
Hace unos pocos años alguien inventó la frase “sin maíz no hay país” y no mintió ni exageró. Lo triste es que fue usada como grito de batalla por la oposición de años pasados que hoy se encuentra en el poder y que, en lugar de tener la sensibilidad para entender y apoyar la producción del campo, mareados en la arrogancia del enorme poder que tiene la 4T, simplemente los desprecian y le entregan más dinero a un nini que a un campesino por una tonelada de maíz. El eslogan pasó de arma discursiva a grieta en la gobernabilidad. Los campesinos que han bloqueado por varios días consecutivos han puesto contra la pared el gobierno de la señora Sheinbaum, a la que los problemas se le acumulan y la estabilidad del país se le va entre las manos.
Las políticas de la 4T en apoyo al campo son un desastre y corrupción absoluta. Las números muestran como las importaciones desde los Estados Unidos crecen año con año mientras el gobierno sigue justificando la quita de apoyos y programas anteriores porque eran neoliberales, sin aceptar que, también con números en la mano, la producción de maíz durante los años de Calderón y Peña Nieto tuvieron un crecimiento constante comparado con la caída constante en la producción desde 2020. México depende de las importaciones de maíz, principalmente desde los Estados Unidos.
El campo mexicano vivía bajo un sistema de programas históricos como PROCAMPO que buscaban incentivar la producción de pequeños y medianos agricultores. Con el nuevo régimen, la política agropecuaria fue reconfigurada: se diseñaron nuevos programas como Producción para el Bienestar o se priorizaron apoyos en especie más que el esquema tradicional de pago directo al productor. Sin embargo, la prioridad de este régimen son los programas sociales y no el apoyo a campesinos. La pregunta no está de más, ¿Quiénes nos darán de comer, los ninis o los campesinos?
Los campesinos se encuentran contra la pared. Vienen de un ciclo de sequías que azotó al país por varios años, las importaciones aumentan y el gobierno les niega atención y apoyos. Del maíz criollo, al que dicen defender desde leyes de difícil aplicación, con todo el valor genético, social y cultural que tiene, está en el abandono más allá de foros que sirven para la grilla, pero no pueden aportar más.
Los apoyos que requieren estos productores —crédito, seguros agrícolas, inversión en infraestructura rural, servicios de extensión— no siempre están presentes o han sido descontinuados o reconvertidos. Parte del tejido técnico-institucional que les ayudaba a producir con mejores rendimientos se encuentra en desmantelamiento.
El resultado es que la frase “sin maíz no hay país” corre el riesgo de convertirse en una consigna vacía: se mantiene en el discurso simbólico, pero los actores que históricamente la encarnaban —los campesinos, los pequeños agricultores— no ven reflejada la dignidad de ese símbolo en resultados concretos.
Si por un lado la economía global y la estructura productiva no favorecen al campo mexicano, sobre todo por la modalidad de propiedad social de la tierra y su consecuente inseguridad jurídica, las políticas públicas de la 4T priorizan las apariencias y niegan apoyo para la investigación, la infraestructura o el extensionismo y, la famosa frase del maíz invoca y se reduce entonces solo a un imaginario que uniría a la nación y al campo. Visto así, la lucha de los campesinos no fue un fin para los políticos de Morena sino solo un medio para llegar al poder.
El desafío es claro: que el maíz vuelva a ser productivo, rentable y vivo en los campos; que el país deje de “tener maíz” en el discurso y empiece a producirlo con justicia real, dignidad campesina y soberanía alimentaria.
ARTIFICIAL Y SUPERFICIAL.
La comparsa oficial, un remedo de desfile de la Guelaguetza, debería ser nombrada la fiesta más artificial de todas.
nestoryuri@yahoo.com
