Néstor Y. Sánchez Islas
En apenas siete años, el régimen surgido no de los muertos y de las armas de la revolución sino de los muertos y desaparecidos por crimen organizado aliado de la 4T enfrenta una profunda crisis moral de la que, difícilmente, podría salir indemne. Pueden ignorar las protestas de la generación Z, pero no podrán ignorar el descontento expresado a lo largo y ancho del país.
Octavio Paz fue muy claro cuando en su ensayo “Postdata” señaló que el movimiento del 68 no fue un complot sino un espejo que los estudiantes colocaron al régimen para que el mismo viera su deterioro moral. Los jóvenes de la generación Z le vuelven a colocar un enorme espejo al régimen para que vea su propio deterioro. Las vallas que el régimen colocó en el zócalo de la CDMX para protegerse fueron, en realidad, el muro en el que, con todas sus letras, la gente les dijo lo que son: un narcoestado.
Parados sobre una supuesta superioridad moral, el régimen descalificó desde días antes las protestas al señalar que son movilizaciones manipuladas por las fuerzas oscuras del conservadurismo. Nuevamente Octavio Paz los exhibe la falacia con una frase escrita hace muchos años: ““El poder que no tolera la crítica es el más vulnerable, porque revela que sólo se sostiene en su propia retórica.”
Embriagados de poder y dinero, como es ejemplo y evidencia el caso de Fernández Noroña, olvidan que la crítica es un acto de lealtad hacia nuestro país y no al gobierno en turno. Solo necios y dogmáticos como ellos nos quieren negar el derecho a disentir.
La legitimidad democrática que la presidenta presume es más endeble que una hoja de papel mojado. Conforme el tiempo pasa, es más evidente que su llegada al poder fue gracias a los ríos de dinero que fluyeron del crimen hacia su padre político, AMLO, para su larga campaña de casi seis años. La enorme popularidad que la presidenta presume es una verdad a medias porque en las mismas encuestas también se señala el profundo descontento con su gestión en cuanto a economía, seguridad, combate a la corrupción y justicia.
Las protestas de los jóvenes no son para exigir privilegios, uno de los adjetivos más usado por la 4T contra sus críticos, ni tampoco salieron como peones de la derecha como seguramente los tildarán. Exigen algo elemental: que el país no siga desmoronándose frente a sus ojos. No quieren quedarse de brazos cruzados y ya demostraron que no lo harán.
Herederos como presumen del movimiento estudiantil del 68, hoy repiten los viejos vicios que juraron combatir. Las docenas de muertos de Diaz Ordaz palidecen ante los cientos de miles de muertos y desaparecidos del obradorismo. La intensa propaganda del régimen para negar todo no nos ha dejado ni justicia, ni igualdad, ni libertad. Los jóvenes están descubriendo que han vivido en el engaño y están despertando, y eso es lo que el régimen teme porque, una vez despiertos, no habrá forma de detenerlos. Por si la presidenta no se dio cuenta, el crimen del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, parece que fue la chispa que encendió la luz para aquellos que aún creían en el paraíso de la mal llamada cuarta transformación.
El poder se tambalea porque ya es intolerable la connivencia entre crimen organizado y gobierno. No sabemos ya en dónde termina uno e inicia el otro. La política de los abrazos y no balazos no fortaleció al Estado, lo debilitó y éste cedió una gran parte del territorio a las mafias que, con el paso del tiempo, han evolucionado de ser simples criminales a ser intermediarios entre la gente y el Estado, es decir, que el crimen ya es toda una estructura que forma parte del entramado social y no son ya solo gavillas aisladas en búsqueda de dinero. Quieren el poder total y esto es muy grave. La evidente omisión sobre la que López Obrador construyó su gobierno es la responsable de haber transformado a estos mafiosos en estructuras sociales.
Por esta gravedad no debemos tolerar que el régimen nos reduzca todo a una gastada liturgia política en donde todo aquel que cuestiona, que lo critica o que disiente es un traidor. Es nuestra obligación protestar y luchar por rescatar a México.
La profundidad de su desplome moral lleva a quienes se autodefinen como luchadores sociales a calificar a los jóvenes que salieron a protestar como enemigos de México. No, la mal llamada cuarta transformación no es México.
Es evidente que quienes salieron a las calles, que ellos siempre pensaron que les pertenecían, ya les perdieron el miedo y no creen más en la propaganda del régimen. Ven como se han apropiado de los tres poderes del Estado, han destruido instituciones y preparan el asalto final con la destrucción del INE. Si el régimen cree que puede intimidarlos, manipularlos o desacreditarlos como lo hizo Díaz Ordaz en 1968, comete el mismo error histórico.
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