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Opinión. Su alteza serenísima

por Agencia Zona Roja

Néstor Y. Sánchez Islas.

La reaparición de López Obrador en la vida pública con el pretexto de la presentación de su libro, pero más bien con la intención de recordarnos quien manda, me trajo de inmediato a otro López al que el poder trastornó: Antonio López de Santa Anna, “su alteza serenísima”, título nobiliario que él se inventó para emular a la realeza.

Viene a cuento porque aquel López, cada una de las once veces que dejó la presidencia, se refugió en su rancho a la espera de que el pueblo fuera a rogarle que volviera para salvar al país, más o menos igual que hoy.

Para mí es inevitable no relacionar las excentricidades de aquel criollo con ánimo de dictador con el oriundo de Macuspana, Tabasco, nieto de españoles. En la vieja escuela mexicana, en donde a pesar de estar bajo adoctrinamiento revolucionario se estudiaba mejor que en la actual, nos enseñaron de Santa Anna la locura del culto a la pierna que perdió en la Batalla de Veracruz en 1838 y a la que le hizo un funeral de Estado con una solemne ceremonia militar en la CDMX. Una vez homenajeada, su pierna fue depositada en un mausoleo que la turba destruyó en cuanto cayó en desgracia.

Cómo olvidar a mi maestra Julia explicándonos el famoso “impuesto a las ventanas y puertas” con las que gravó todas las construcciones y que provocó que la gente tapiara las mismas. Conducta similar a las autoridades municipales que hoy andan por el mismo camino en materia impositiva. Poco se sabe, pero también creó un impuesto a la tenencia de perros y al uso de la silla de montar para los caballos.

Pero, además de firmar la rendición de México ante Texas para finalmente perder ese territorio, también se le ocurrió al traidor vender el territorio de La Mesilla para obtener fondos que mantuvieran su lujoso estilo de vida y a un ejército que lo respaldara. Suena muy actual poque lo mismo hace el gobierno hoy.

Sus excentricidades lo llevaron a restaurar la Orden de Guadalupe, una orden de caballería de origen monárquico con la que premió a sus leales y, el mismo se otorgó el título de “Capitán General” y exigió ser tratado oficialmente como “Alteza Serenísima”. Todas estas locuras, afortunadamente, terminaron cuando el Plan de Ayala de 1854 triunfó. Juan Álvarez tomó la presidencia de forma interina y dio paso a Ignacio Comonfort, quién nombre a Benito Juárez presidente de la SCJN.

No podemos negar que AMLO sigue teniendo influencia sobre millones de mexicanos que lo ven con ánimo mesiánico, lo que le da un gran poder e influencia política a lo que haga o deje de hacer. Por ello mismo, es preocupante la interpretación que mucha gente le da a su reaparición porque parece estar recordándole a sus fanáticos, que son millones, que está, como Santa Anna, a la espera de ser llamado para salvar a la patria.

El pretexto de su reaparición fue la presentación de su libro “Grandeza” que sigue prestándose a la interpretación de la intencionalidad que tiene para asumirse como el referente moral, él, un nieto directo de españoles, de la defensa de lo indígena.

En su mensaje enfatiza la perfección de las sociedades prehispánicas como un mundo idílico al que debemos volver otra vez, en donde todo lo bueno son aquellas culturas y todo lo malo lo que llegó de España, como sus abuelos. Niega y deforma la historia para amoldarla a la ideología populista que profesa, pero que él llama humanismo mexicano.

Se maneja ladinamente en la selectividad histórica para seguir polarizando al país. Ni siquiera se identificó con la cultura mexica, la que existía cuando llegó Hernán Cortes sino con la civilización Olmeca que desapareció 1500 años antes. Esto le permite apelar a una pureza original de la nación, una base moral e identitaria que, según su narrativa, fue corrompida por el colonialismo.

Me pregunto por qué los oaxaqueños que siempre hacen escándalo por la apropiación cultural no lo han hecho ahora que AMLO se apropia de la cultura madre de Mesoamérica para desligarse de su propio origen y legitimarse como el auténtico heredero de todos nosotros.

Su visión maniquea privilegia la raíz indígena y demoniza la española para negar la realidad de la mayoría de los mexicanos que somos mestizos. Su postura, dado su origen español, es una paradoja política para no decirlo con malas palabras.

Esta publicación le permite reclamar la autoridad moral sobre el “México profundo”. Nada dejó al azar: ni su pose proyectando poder, ni el símbolo de la cabeza Olmeca, ni la dirección de su mirada.

Todo ello nos hace creer que es una persona serena, pensativa y reflexiva, cosa totalmente ajena a su carácter explosivo y ocurrente, como lo demuestran sus caprichos estilo Santa Anna que le han costado al país miles de millones de pesos.

Su mensaje es muy claro: él es el heredero y continuador legítimo de la grandeza mexicana.

nestoryuri@yahoo.com

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