Yuridiana Sosa/Zona Roja.
Oaxaca de Juárez, Oax., 31 de diciembre de 2020.- Hace un año era inimaginable el escenario de una contingencia sanitaria en Oaxaca por una enfermedad que acababa con decenas de vidas en China. El nuevo coronavirus era ajeno a todo nuestro entorno.
Tres meses después, en marzo, Oaxaca registró su primer contagio local de Covid-19; la transmisión del virus se propagaba dentro del territorio oaxaqueño de forma sigilos y con esto, la transición a una nueva vida social.
La suspensión de clases presenciales en todo el territorio mexicano a partir del 23 de marzo, así como de lo que sería un periodo vacacional por Semana Santa, como lo conocíamos, poco a poco comenzó a paralizar la economía.
El virus empezó a expandirse en la entidad y las comunidades indígenas de Oaxaca fueron las más severas en aplicar las medidas preventivas. Cerraron sus puertas a extraños y la vida se concentró en su entorno, que aún con carencias de todo tipo, esencialmente de servicios de salud, lucharon para salir adelante.
Al cierre de marzo, Oaxaca registró la primera víctima mortal de Covid-19, al tiempo que la Secretaría de Salud en México declaraba la contingencia sanitaria frente a lo que para el mundo aún era desconocido para atender.
A partir de ese momento nada volvería a ser como lo conocíamos hasta ese entonces.
En medio de la incredulidad todavía para cientos, poco a poco los rostros comenzaron a cubrirse por la mitad con una mascarilla y los abrazos se prohibieron. La demanda por el gel antibacterial y el alcohol estalló.
Ferias, carnavales, calendas, verbenas, muerteadas, fiestas patronales, de las que se celebran todo el año en la entidad, se suspendieron.
Los hoteles comenzaron a registrar la cancelación de reservaciones; establecimientos de todo tipo bajaron cortinas. Pero en la resistencia se mantuvieron los que viven de las ventas del día.
Este año no hubo Guelaguetza en julio, ni Noche de Rábanos en diciembre. Los grandes complejos administrativos del gobierno estatal, Ciudad Administrativa y Judicial, quedaron vacíos, pero como nunca, los hospitales saturados.
La declaratoria del semáforo rojo para la entidad, que ordenó el cierre total de establecimientos a excepción de los que ofrecían servicios y productos de primera necesidad llegó el 31 de mayo, donde se mantuvo el mes de junio, alcanzando el naranja a inicios de julio.
El virus arrebató este 2020 la vida de más de dos mil 100 oaxaqueños; afectado la salud de más de 25 mil personas que lo padecieron y se recuperaron, según datos oficiales de los Servicios de Salud de Oaxaca; aunque la cifra negra se estima es 10 veces más.
Entre las defunciones por el coronavirus se contabilizan la de ocho presidentes municipales, registradas entre los meses de junio a septiembre; también, un diputado local y servidores públicos, además de personal médico.
Pero el hambre para unos y el aburrimiento acabaron poco a poco con el aislamiento, con la sana distancia y relajando todo tipo de medidas frente a la contingencia. Incluso, las protestas sociales se intensificaron en el último trimestre. Marchas, bloqueos y plantones.
Situación por la que en diferentes momentos Oaxaca transitó del semáforo amarillo al naranja, como ocurrió a mediados del mes de diciembre, sin embargo, los repuntes de casos comenzaron, lo que pone en riesgo a la población de un regreso al semáforo rojo para el comienzo del 2021.
La batalla contra el Covid-19 continúa, aún en medio de la pobreza, el hambre y el olvido gubernamental para su población y hasta para los hospitales.