Gibrán Ramírez Reyes*.
No cabe duda de que la tarea de Morena para el futuro será construir una nueva comunidad política donde quepan todos y las voces que representan legítimamente a ricos pobres y clases medias lleguen a nuevos acuerdos para gestionar la pluralidad, respetando el peso de cada uno de estos sectores en democracia, en una sociedad tan desigual y tan pobre como la nuestra. Quizá ese momento sea el de la consolidación de un nuevo sistema de partidos.
Pero todo indica que falta algún tiempo para que eso sea posible. La condición previa necesaria es que el bloque histórico derrotado, el del PRI, PAN, PRD, los intelectuales y la clase política de la transición, acepten su derrota, la nueva correlación de fuerzas y lleguen a acuerdos de convivencia con la nueva mayoría social y política.
No sucede eso ahora, cuando los partidos de la oposición actúan como si el triunfo de López Obrador hubiera sido circunstancial, como si fuera una pesadilla de la que están por despertarse.
Se trata de un sentimiento que comparte buena parte de la elite económica. Lo festejaba así hace poco Lourdes Mendoza, quien fue señalada en la declaración de Emilio Lozoya por recibir favores y cortejos del poder como bolsos de Chanel y beneficios económicos: “finalmente, al preguntarles a los inversionistas si creen que Morena mantendrá 252 escaños o más en el Congreso de cara a las elecciones del 6 de junio –redoble de tambores, luces que se prenden y apagan en el escenario–, 74 por ciento dijo que no y 26 por ciento que sí”.
Lo mismo ocurrió al cuestionárseles sobre si los partidos aliados como PT, PES y PVEM mantendrán sus 81 escaños, pues 64 por ciento contestó que no y 36 por ciento que sí.
“¡Quiúboles!”. Se presenta la desconexión de las elites como si fuera algo para celebrar. Eso, y la enorme brecha que hay entre nuestra opinión pública y la publicada hacen imposible que ese nuevo acuerdo republicano, esa nueva normalidad política, sean por ahora algo más que un propósito a mediano plazo. A la voluntad de sabotaje y la mala fe, sólo puede seguir el refrendo de la victoria política en los mismos términos.
En otro país, el país político —casi en otro planeta—, María Amparo Casar dice que “si empezamos a ver encuestas que no van a favorecer a Morena, en un escenario de pandemia como el que se viene encima, yo me pregunto si no se va a empezar a discutir al interior del gobierno una cancelación, por primera vez en la historia de México, de las elecciones de junio, y ahí tenemos que empezar a preparar los escenarios”.
En el país nacional, reporta Buendía y Márquez, las proyecciones dan a Morena 260 diputados federales, al PT 44 y al Verde 39, es decir, números superiores a una mayoría constitucional, en la misma cancha y con las mismas reglas del régimen de la transición. Ese es el México de hoy, donde el PT vale prácticamente lo mismo que el PRI, aunque para los medios sigan siendo magnitudes muy distintas.
Aparte: Escribí aquí, la semana pasada, una crítica a la falta de planteamientos estructurales de gobierno de Alejandro Murat y expliqué su buena prensa por el control paternal de los medios. La respuesta fue una columna reciclando injurias desde un medio vinculado a su papá. Qué sorpresa. A confesión de parte, relevo de pruebas.
- Doctor en Ciencia Política por la UNAM.