Porfirio Flores*
Te fuiste hace apenas veinticuatro meses y parece que hemos olvidado tu memoria. La amnesia se ha expandido como el sol que cubre todo. No recordamos que cuando quisieron mancillar esta ciudad poniendo un horrendo monumento del Quijote, te levantaste y alzaste la voz para defender la ciudad, tu ciudad, que adoptaste para cuidarla como una nodriza.
Era la década de los noventa y enfrentaste al gobernador y sus servidores públicos que tienen la idea equivocada de hacer todo lo que hacen y decir que todo va bien. No puede ser de otra manera sus colaboradores han renunciado a contradecirlos para no caer en el error.
Perdónanos, porque ya se nos olvidó tu lucha formidable para que un Mc Donald’s no se instalara en el corazón de la ciudad, hoy ultrajado por un presidente municipal que lo ha convertido en un tianguis donde lo mismo se vende comida que ropa china y chácharas al por mayor. En los atrios de la Catedral podría aparecer Jesús y hacer un azote de cuerdas.
No te importó, maestro, enfrentar los poderes económicos y políticos y venciste porque eras un formidable guerrero que blandías siempre la razón y la justicia ante todos aquellos que veían siempre todo con ojos de interés: qué se gana y qué se pierde, como si la vida consistiera solo en hacer dinero.
Perdónanos, porque también hemos enterrado tu lucha para evitar la consumación de la deforestación del cerro del Fortín icono y pulmón de esta ciudad, por una caterva de empresarios que piensan que el dinero puede servir para respirar y que los árboles son simples accesorios que se pueden eliminar sin ninguna consecuencia.
Te fuiste hace dos años y el Andador Turístico proyectado para admirar la belleza y la historia de esta ciudad fue convertido en unos cuantos meses por un presidente municipal insensible en un gran escaparate de lo indecente que resulta trocar el amor por estas calles por unos cuantos pesos.
Han convertido a Oaxaca en un lugar donde lo mismos se incineran puertas antiguas, se pintarrajea la cantera verde y se colocan clavos en paredes antiquísimas que no solo guardan casas o comercios, sino la historia de nuestro hogar común.
Perdónanos, maestro, porque ahora permitimos que hombres que no son de esta tierra y por eso no pueden ni sentirla y mucho menos amarla, pretendan destruir mil quinientos árboles que llevaron décadas en crecer para no solo dar belleza a nuestras pupilas sino para hacer más habitable esta ciudad.
Perdónanos, maestro, porque hemos perdido el coraje, si alguna vez lo tuvimos, para enfrentar y confrontar a quienes fueron traídos a esta ciudad para gobernar el estado solo inspirados en las monedas que puedan recolectar, perdónanos por olvidar tan fácilmente que tú nunca dejaste de luchar.
*Periodista y abogado.