Gibrán Ramírez Reyes*
Según un reporte publicado en “The Lancet” el 8 de octubre, la prevalencia de depresión y ansiedad aumentó más de 25 por ciento durante el primer año de pandemia.
Las causas podrían ser biológicas –por las implicaciones de covid-19 para el sistema nervioso–, sociales –por el encierro que pudimos procurarnos las clases medias–, o, como suele suceder, una conjunción de estos elementos.
Los usos políticos de la abulia han cambiado las dinámicas sociales y políticas alrededor del mundo. Construir la nueva normalidad sobre esa base será un reto en las sociedades que cultivaron el pluralismo –un reto mayor al que tienen países menos pluralistas como China–.
La abulia tomó forma política en el rechazo de gran parte del magisterio de educación básica para volver a las aulas y la dilación generada por una serie de malentendidos entre la SEP y el profesorado, pero también por muchos pretextos, como la duda sobre la efectividad de las vacunas o la profecía catastrófica de un contagio masivo de infantes con pronóstico reservado.
Pudo verse, asimismo, en las universidades a las que la pandemia cayó de perlas para esconder graves crisis institucionales, los subejercicios –o, en otros casos, los robos de las mafias universitarias, la falta de preparación para la transición a un modelo híbrido de enseñanza, y a veces la práctica suspensión de sus funciones con el acuerdo pasivo del estudiantado.
La abulia explica también en parte la falta de movilización y protesta contra el autoritarismo de las dirigencias de los principales partidos del país.
En Morena, la fiesta del autoritarismo ha incluido nombrar a dedo y por fuera de los estatutos a integrantes del Comité Ejecutivo Nacional y a dirigentes estatales, pero sin los sillazos y golpes que eso habría generado en el PRD.
En el PAN, que se precia de democrático, se impuso la reelección de Marko Cortés sin los aspavientos de decencia que hace tiempo no brotan en ese partido. Pero no solo en el sector público se cuecen las habas.
Encuestas y estudios han insinuado que el trabajo en casa llegó para quedarse: los empleadores consideran que los trabajadores tienen mejor productividad, los directores financieros encontrarán que las empresas ahorran insumos, y los de recursos humanos que se evitan acciones colectivas que antes había que prevenir o reprimir más activamente. Si el encierro se eterniza para una parte de la sociedad –no para los trabajadores manuales, desde luego–, si la depresión y la ansiedad siguen aumentando su prevalencia con una velocidad similar, una vez que se ha considerado como válidas las sustituciones virtuales de la escuela y el trabajo, algunos derechos serán repensados indudablemente.
¿La jornada de trabajo se marcará por el derecho a la desconexión o los horarios laborales se volverán líquidos y autónomos como en el caso de los trabajadores precarizados de Rappi y Uber?, ¿en las luchas laborales de la clase media el derecho al libre tránsito tenderá a incluir el derecho al libre encierro, al teletrabajo?, ¿los profesores serán sustituidos por facilitadores de supuesto aprendizaje autogestionado?, ¿el trabajo y la escuela dejarán de ser las principales instituciones de socialización?
*Doctor en ciencia política por la UNAM