Gibrán Ramírez Reyes*
Andrés Manuel López Obrador ha señalado en diversas ocasiones que las encuestas suelen estar cuchareadas. Los conservadores, según su dicho, las manipulan para enaltecer sus propias preferencias o las sesgan para disminuir la popularidad de sus adversarios.
El presidente tiene razón. Una parte del gremio de encuestadores quedó exhibido ya muchas veces. La manipulación más memorable a la vez que vergonzante fue en la elección de 2012, donde, en el colmo del cinismo, un sector de empresas cartelizadas quisieron disfrazar la manipulación como un error de estimación generalizado.
No pudieron explicar en términos metodológicos por qué calcularon que Peña Nieto tendría 20 o 15 puntos de ventaja, cuando en realidad ganaría por sólo 6 puntos, ni, tampoco, por qué encuestadoras como Demotecnia o Mercaei estuvieron, en sus estimaciones, muy cerca del resultado.
Las encuestas son un método de estudio para las ciencias sociales y, aunque pueden servir para tomar decisiones políticas, no deben ser caracterizadas como un método de elección, salvo que haya un acuerdo previo sobre cada paso del proceso: el diseño del cuestionario, la selección de la muestra, la integración de las bases de datos y la interpretación y ponderación de los resultados.
Eso es extremadamente raro, fundamentalmente porque un mismo resultado puede interpretarse de manera contrapuesta y establecer qué interpretación tendrá mejores resultados electorales es sumamente difícil.
Por ejemplo, un candidato poco conocido tenderá a tener un balance mejor entre opiniones positivas o negativas, lo que, para algunos, significaría automáticamente mayores posibilidades de crecimiento electoral.
Ese fue el criterio definitorio para que Claudia Sheinbaum fuera candidata a la jefatura de gobierno en 2018.
En cambio, un candidato muy conocido y polarizante tenderá a tener muchas opiniones negativas, pero eso no significa un mal desempeño electoral sino a veces lo contrario (por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador en 2006 y 2018).
Por otra parte, la encuesta, aun si estuviera bien hecha, magnificaría opiniones pasivas o endebles, que muy probablemente no se expresarían en otro contexto, tal y como lo ha reflexionado Bourdieu cuando afirma que la opinión pública no existe.
En sentido contrario, mientras la garantía de secrecía en el voto en elecciones primarias rompe las espirales del silencio, las encuestas las reproducen. Las encuestas reprimen opiniones que serían expresadas en la secrecía del voto y cuentan algunas que jamás, por voluntad propia, llegarían a la urna.
Dice Bourdieu que el hombre político es el que, para disimular una decisión de fuerza dice “Dios está de nuestro lado” o, en nuestros días, “la opinión pública está de nuestro lado”.
¿Será? Pedro Miguel, parte de la Comisión de Encuestas de Morena dijo en el pasado proceso que “las encuestas no definen candidaturas; simplemente dan elementos de juicio a los encargados de definirlas”.
No es necesario probar lo evidente: las encuestas de Morena son una vacilada y sólo sería democrática una candidatura presidencial definida por elecciones primarias.
*Doctor en ciencia política por la UNAM.