Ismael García M./Zona Roja.
Foto: Ismael García
Oaxaca de Juárez, Oax., 8 de septiembre de 2019.- Llegó sola. Entró al recinto que continuamente visitó para platicar con el maestro. Escribió largo en el libro de dedicatorias, vio con sentido pesar las veladoras, la multitud de flores, la foto de su amigo y admirado artista.
Y escogió una silla para sentarse. Sola. Mudo testigo el techo de bugambilias del patio en que tantas veces platicó con Francisco Toledo; tímidos trinos de un pajarito. La mujer, de pelo cano y corto, sollozaba. Mudo testigo, el patio del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, lleno de flores.
Domingo. Cuarto día del sorpresivo deceso del artista plástico, uno de los más grandes de Oaxaca.
Domingo de flores, de visitas, de sollozos. La fachada del número 507 de calle de Alcalá sigue repleta de coronas; a un costado de las escalinatas de acceso, siguen las veladoras a medio consumir, esas que llenaron de luz la noche del jueves.
Domingo de sol, de intensa luz, de cielo límpido oaxaqueño. Pero también de tristezas. Las calles no son las mismas.
Desde de Murguía casi esquina con avenida Juárez, partía Toledo casi todos los días por la mañana. Compraba sus periódicos y los ponía bajo el brazo, manos en la bolsa, cruzaba casi siempre por 5 de Mayo y Gurrión, para llegar a Alcalá, al IAGO, donde despachaba sus asuntos.
No era un hombre de sociedad, ni de fotos ni de discursos ni de poses. Era un hombre de hechos; tímido sí, pero bromista; detrás de esa cara arrugada y ese disperso pelo largo y entrecano, había sonrisas.
Las calles ya no son las mismas, ni con el intenso sol. Ya no perciben el ágil paso de los raídos huaraches de aquel hombre con pantalón caqui y camisa de manga larga, arrugada.
Domingo de luz pero de lágrimas. Al Instituto sigue llegando la gente. Ve la foto del maestro, los recuerdos en el altar improvisado:
Pinceles, veladoras, dibujos de niños hechos a mano, un trabajo en plastilina con el nombre del artista; frutas, mazorcas, flores, más pinceles; colores y lápices desperdigados. Una hoja doblada, con algún recuerdo; totopos, jícaras, más flores.
“Gracias maestro Toledo por amar tanto esta tierra. As dejado grandes semillas”, dice un letrero en una media carpeta, firmada de parte de Cholula, Puebla. “Vuela alto, que las otras realidades que sembraste son los sueños por los que trabajamos” escribió Cholollan radio.
La gente llega. Poco falta para que se persigne ante su ídolo, ante el benefactor. En otra mesa, un hombre de negro se enjuga las lágrimas. Pasa rato en la tristeza.
Domingo de visitas, de despedidas, de nostalgia. La mujer no cesa de llorar. Se lamenta no haber estado en el momento más difícil de la vida de Toledo.
Se arrepiente. Llora en silencio. No se quiere ir para regresar a la capital del país. No sin su Toledo, del que tanto escribió. Al que tanto amó. La vida ya no es la misma sin Toledo.