Gibrán Ramírez Reyes*
Hay una guerra de narrativas que nubla la conversación pública y es prácticamente imposible escapar a su dinámica. El peor costo es que cada vez se hable menos del país seriamente.
No se puede, actualmente, dolerse públicamente del crecimiento de la pobreza, de las desapariciones, de la tragedia educativa, discutirlo en serio para recomponer, sin ser tachado de traidor de un lado (del que dice que vivimos una gran positiva transformación de dimensiones “históricas”), o instrumentalizado del otro (que dice que vivimos una tragedia populista sin parangón).
La condición de posibilidad de esta guerra contra la razón pública es la autosuficiencia moral de los bandos, cada vez más endurecidos y pequeños, que puedo explicar del modo que sigue abajo.
Todos necesitamos validación de los otros que, en teoría, no está garantizada de antemano de ningún modo, sino que depende de nuestra forma de actuar y tiene que ganarse constantemente.
De ese modo actúa la moral: cuando hacemos algo incorrecto, el castigo puede ser la vergüenza ante un público que decide sobre la moralidad de los actos. Así, hay condiciones fundamentales del orden moral: la relativa incertidumbre y la condicionalidad.
Si uno supiera que haga lo que haga será reconocido por los otros como bueno, podría cambiar de valores según la ocasión. Moralmente, entonces, solemos depender de los otros y usualmente no sabemos cómo seremos juzgados. Pero hay distorsiones del orden moral.
Si el valor principal es la lealtad —o la aversión— a una persona antes que a una idea, por ejemplo, la traición, un delito gravísimo, está a la mano para imputarse a cualquiera que difiera de la voluntad principal. Por ello, ni siquiera en las iglesias domina la autosuficiencia moral.
Hay debates sobre los valores y las acciones y todos, menos los dioses, e incluso sus voceros reconocidos, son sujetos de juicio. No sucede lo mismo en las sectas. En la sociología de la religión, las sectas se caracterizan por no depender de nadie moralmente al reivindicar y encarnar la pureza.
Estar dentro, mientras se obedezca a la cúpula, equivale a ser validado. Lo que hagan está bien y el desacuerdo, la falta de pertenencia, son perseguidos y significados como apostasía, equivalente a traición.
La autosuficiencia moral como fenómeno colectivo resulta particularmente atractiva para los pillos y oportunistas, sobre todo cuando las sectas o grupos moralmente autosuficientes tienen poder.
Puede ser que hayas hecho en tu pasado, o en tu presente, lo que sea, pero elegir los símbolos identitarios de la secta significa la validación automática y el reconocimiento de la capacidad para validar a otros miembros de la sociedad.
Puedes, por ejemplo, haber sido partícipe de pactos cupulares o reformas neoliberales, vincularte con grupos de la delincuencia organizada, percibir financiamientos ilícitos, traficar maletas de dólares, pero, siempre que repitas las frases clave, los mantras adecuados del grupo con autosuficiencia moral del caso, podrás no solamente ser validado, sino reconocido para tildar de traidor a cualquiera que señale tu condición y para convocar al futuro con la certeza de caminar el sendero del bien.
Las sectas, sin embargo, aunque actúen suponiendo un horizonte de permanencia, o quizá precisamente por eso, tienden a la autodestrucción. @gibranrr