Néstor Y. Sánchez Islas
De la burla a la indignación, dentro de ese espectro de emociones reaccionaron muchos oaxaqueños por la publicación en redes sociales de una máquina bordadora industrial haciendo huipiles istmeños.
La masificación tiene consecuencias, y la «piratería» de un producto es señal de ello. Pero para desilusión de quienes apenas se enteraron, la piratería de productos oaxaqueños es lo normal desde hace años. No se limita a productos textiles, la piratería abarca desde las tallas de madera, antes conocidas como alebrijes, al barro negro y muchos productos de la gastronomía local.
En este espacio hemos levantado la voz desde hace tiempo alertando este problema. Miles de prendas típicas que se venden en El Tule, Mitla y los mercados citadinos son confeccionados en Puebla o Tlaxcala. En estricto sentido, no son oaxaqueños.
El oaxaqueño es el peor enemigo del oaxaqueño. Quienes forman las cadenas de distribución de todos esos productos son los algunos de los locatarios que se hacen pasar por pequeños productores y, a sabiendas de que la prenda no es oaxaqueña, al turista se la venden como tal.
Los triquis que se apropiaron de los portales del palacio de gobierno son parte de esa cadena de distribución de piratería. Ellos, sus familiares en otras calles, en el andador y la Alameda se encargan de ofrecerlos y son en realidad un verdadera emporio comercializador que se apropió del espacio público disfrazados de protesta social.
Engañar al turista es una práctica muy común, aprovechan su desconocimiento de lo auténtico y lo original. Igual les venden una artesanía hecha en China que un chal tejido en la India, un chocolate que ya es casi pura azúcar o un pan que se desmorona por su baja calidad. No se diga de los moles, que los hacen con base en pastas precocinadas y cargadas de conservantes alimenticios o las nieves hechas con saborizantes y colorantes artificiales. Pero eso sí, se venden como artesanales a altos precios. A los locales no nos engañan.
Las autoridades se han volcado a la protección del mezcal, pero han descuidado otras cosas que también son parte muy importante de la nuestra cultura. La finalidad de los productos pirata y de los productos de muy mala calidad es el mismo: engañar al turista y cobrarle muy caro; se está matando a la gallina de los huevos de oro.
No existe una institución que se encargue de proteger a los verdaderos productos. Es muy difícil, el dinamismo de la economía no lo permite, sin embargo, debería crearse una entidad que se convierta en resguardo de lo original, no solo en textiles, sino en artesanías y gastronomía. La globalización, la evolución social, las facilidades en conectividad, la explosión de escuelas de gastronomía, la creatividad y disponibilidad de ingredientes de cualquier parte del mundo están cambiando muchos productos regionales. El cambio es normal, pero debe existir siempre una referencia o estándar fijo como punto de partida.
Las políticas turísticas han creado una imagen idílica que no corresponde a la realidad y ya están provocando tensiones sociales. Cada vez es más común escuchar a locales y turistas quejarse de lo caro que se ha vuelto nuestra tierra y de la gentrificación que se vive en todo el centro histórico, cuya máxima expresión son los hoteles y restaurantes cuyos precios jamás podrían ser pagados por un habitante local. Oaxaca se caracteriza por sus bajos sueldos, pero costos elevados de vida.
Los cambios culturales han provocado que lo popular se vuelva gourmet. Y vendido bajo esa categoría se vuelve muy caro. Unas quesadillas, memelas, tamales o tlayudas son ahora productos de los restaurantes más exclusivos. Y aunque las pequeñas fondas queden fuera de las zonas turísticas, como simple reflejo, tienden a subir sus precios.
No hay forma, por ahora, de eliminar la piratería y los productos corrientes que vende como artesanales. Lo que si se puede hacer es una campaña oficial informando al turista y previniéndolo de que no todo lo que vea es oaxaqueño o artesanal y que, en todo caso, no pague altos precios por productos que no lo valen.
Los turistas vienen a Oaxaca con la creencia de vivir experiencias auténticas, sentir el misticismo espiritual y conocer productos ancestrales. Así es, “Oaxaca lo tiene todo”, incluidos productos pirata, artesanías que no lo son, productos de pésima calidad y una ciudad capital destrozada.
MORIR EN UN TRAILER
Desgarradora la imagen de una madre en Tlahuitoltepec que perdió a su hijo en la tragedia de indocumentados dentro de un camión en Texas. No migran porque quieren, se van porque las condiciones económicas son muy malas. La realidad confronta las mentiras del gobierno federal. México dejó de crecer hace tres años y no se espera que lo haga en lo que les queda de gobierno. En nuestro futuro habrá abundante inflación, estancamiento económico y pobreza, pero también harta retórica triunfalista.
Twitter @nestoryuri