Néstor Y. Sánchez Islas
Una de las principales expresiones culturales es nuestra cocina tradicional, esa mezcla de lo refinado y culto con lo popular, el pecado entre el gusto o la necesidad.
La cocina oaxaqueña, como muchas otras, está en un proceso de gourmetización, un revaloración de lo popular convertido hoy en platillos de alta gama. La políticas públicas enfocadas a la “turistización “de nuestra economía han provocado tres fenómenos que ya provocan problemas sociales, como lo hemos dichos desde hace años en este espacio.
La gentrificación y la gourmetización son consecuencias de la masificación turística, un fenómeno que encarece lo popular y lo convierte en algo exclusivo. El tercer fenómeno es la desertificación gastronómica, que consiste en que en las zonas turísticas ya no hay forma de encontrar alimentos económicos. Los trabajadores de estos hoteles y restaurantes de lujo no tienen dinero para comer en los lugares en que trabajan, pero tampoco encuentran en la cercanías algo al alcance de sus bolsillos, por tanto, o traen comida desde su casa o deben desplazarse largas distancias para conseguirla. Lo mismo sucede con los habitantes originales de los barrios gentrificados.
La masificación turística tiene una cara oculta detrás de la fachada de ser la industria perfecta y sin chimeneas: es también sinónimo de fracaso gubernamental, no solo de este gobierno que ya se va, sino también de los anteriores que no han podido crear las condiciones para que nuestra economía no dependa de vender nuestra cultura, sino también de la tecnología, los conocimientos y la ciencia.
La antropología social nos ha ayudado a eliminar lo elitista del concepto de cultura, gracias a ello, los alimentos, costumbres, tradiciones o textiles de origen popular se consideran también expresiones culturales en toda la extensión del concepto. Por tanto, un platillo tan popular como unas sencillas memelas son consideradas como cultura.
La revaloración de lo propio es desigual y a conveniencia del poder político o económico. Se usan los recursos del erario para promover industrias como la del mezcal, la del hospedaje o la restauración por lo intereses personales de quienes manejan el gobierno. Por otro, a los pequeños productos agroartesanales se les da la espalda.
No haber crecido en esta tierra le niega a la pareja gobernante el conocimiento de mucho de lo que promocionan, ni tampoco se asesoran con las personas que verdaderamente saben de lo oaxaqueño.
Esto provoca que conviertan en superestrellas no a los productos de la cocina, como los moles o guisados, sino a quienes la “gourmetizan”, la encarecen y la convierten en elitista sin siquiera ser los inventores de los platillos. Algunos chefs se creen los divos de Oaxaca y se regodean de su cercanía al poder
Las redes sociales y los medios han dado voz al descontento por el uso político que este gobierno hadado a nuestras tradiciones y festividades. Desde el uso de la Guelaguetza como vehículo propagandístico hasta el favoritismo descarado que se da en el mal llamado “Centro Gastronómico”, un ejemplo de cómo el erario se usa para favorecer intereses privados.
Dicho centro, además de feo, frío, oscuro y ajeno, no atrae ni a los turistas a quienes se les dedicó. Nadie sabe como se asignaron los lugares para entregar esos puestos de comida ni tampoco la gente de la esa zona está dispuesta a pagar por una tlayuda 150 pesos. El próximo gobierno debe retomar ese lugar y convertirlo en un museo de la Guelaguetza.
El “memela gate” de días pasados tiene otras lecturas menos obvias. Por un lado, es una empresa que está en libertad de fijar sus precios y los comensales en la libertad de elegir. No hay engaño. Por otro lado, la profunda inconformidad de la gente con la carestía de los alimentos. Oaxaca es uno de los estados más golpeados por la inflación.
No producimos aquí ni lo que comemos, mucho menos el tan cacareado maíz criollo con el que dicen cocinar desde el restaurante más estirado hasta la más sencilla fonda. El maíz que se consume en Oaxaca viene de Sinaloa o es de importación, al igual que el cacao con el que se hace nuestro famoso chocolate.
Las burlas y las protestas también significan el rechazo hacia el pequeño círculo de cocineros al que la pareja gobernante ha favorecido con su simpatía. La cercanía con un gobernante que tiene un fuerte rechazo entre sus gobernados la gente se la cobra y se ensaña con lo único que puede hacer: ironizar y dramatizar.
La gourmetización de nuestros productos populares ya provocó protestas y trascendió a medios no solo nacionales sino internacionales. Así también están trascendiendo las protestas contra lo que una parte de la población politizada considera apropiación cultural en los textiles de la marca Moravy. No se debe ignorar esta situación, la gente de Oaxaca, la creadora de sus costumbres, tradiciones y comida está reaccionado y las protestas podrían escalar. Caótico fin de sexenio.
Twitter @nestoryuri