Néstor Y. Sánchez Islas
Nos encontramos en un período de transición. Un gobierno que casi termina y que le queda muy poco poder, provocando un vacío. Y un gobierno entrante que no puede ejercerlo legalmente.
Esperaba una transición pacífica en la que un compadre, Alejandro Murat, le entrega el poder al otro compadre, Salomón Jara. No resultó así, las calles de Oaxaca están bañadas en sangre, la situación económica en picada a pesar de las cuentas alegres y las pocas obras a medio realizar profundizando las desigualdades.
El país entero está en llamas, también. Por un lado, la militarización y por otro el hackeo de millones de documentos de la Defensa Nacional que pone al Ejército al desnudo, una situación muy delicada que exhibe el abuso del fuero militar o las relaciones con el narco de miembros destacados de la 4T.
Regresamos a aquellos viejos tiempos en que en las redacciones de los medios se ordenaba a los reporteros recién llegados: no te metas, no critiques, ni al presidente, ni al ejército ni a la virgen de Guadalupe. Hoy se vive un ambiente similar: el autoritarismo.
Oaxaca está en llamas, pero no solamente por la situación de crisis que es obvia. Oaxaca arde en descontento ante otro sexenio en el que los avances y logros solo aparecen en la propaganda gubernamental, pero no en los bolsillos de la mayoría, mucho menos en obras de infraestructura que prometió a los cuatro vientos: las dos supercarreteras que hacen falta: al Istmo y a la Costa y un necesario libramiento sur de la capital.
El tiempo legal de fin de gobierno será el día en que AMLO le rinda un “homenaje” a Murat, en los hechos, Obrador ha tenido el control absoluto de Oaxaca, y de México, desde el día que ganó la elección, desde esa fecha el gobernador se dobló ante él.
Llegó Murat con un pecado original que nunca pudo superar. No es oaxaqueño. Y los oaxaqueños, en su gran mayoría, nunca acabamos de creernos ese súbito amor por una tierra que le era ajena.
No ser oaxaqueño tenía ventajas puesto que venía con una cosmovisión de vanguardia y pudo haber aplicado entusiasmo, juventud y conocimiento para transformar Oaxaca. Sin embargo, en lugar de asesorarse por gente conocedora de nuestra realidad, no se atrevió a salir de su burbuja, una parte impuesta por su padre, la otra por una serie de cortesanos que hábilmente se colaron al círculo de confianza.
Gastó mucho dinero en su imagen, en su propaganda y, en estas últimas semanas, en su precampaña presidencial, pero jamás se atrevió a socializar a su gobierno con el uso correcto de las relaciones públicas. Sí, las relaciones públicas modernas no son fiestas ni eventos elitistas, consisten en la socialización y consenso de los planes y las obras de gobierno entre la población.
No se atrevió a algo muy importante, no se atrevió a tocar las estructuras sociales, económicas y culturales que mantienen en el atraso a nuestra entidad.
No solo no las tocó, toleró su crecimiento para obtener una gobernabilidad engañosa que en las últimas semanas se ha derrumbado como quedó en evidencia con los violentos bloqueos de la capital o la ola de ejecuciones en el corazón de la ciudad.
Una parte de la pobreza oaxaqueña se debe a nuestras estructuras e instituciones culturales, muchas de ellas creadas bajo la dominación española durante la Colonia, como lo son la existencia de las tierras comunales, la invención de los abusivos alcaldes municipales o los tristemente célebres usos y costumbres.
Gobernó cómodamente en el mismo espacio social que debió haber intentado cambiar. Las enredadas estructuras económicas, culturales y sociales no solo no las cambió, sino que, en el caso de la pequeña elite económica local la reforzó creando una corte de políticos y empresarios de siempre a los que favoreció con todo tipo de apoyos, como el caso de algunos mezcaleros, cocineros o artesanos. El resultados visible es la perpetuación del clasismo y la desigualdad.
Las pocas obras en funcionamiento, que no concluidas, el búnker del Centro de Convenciones y el Centro Gastronómico son una muestra de construir para perpetuar las desigualdades y favorecer a grupos privilegiados.
A esas obras solo irá la gente de la calle a laborar, pero no a disfrutarlas a pesar de haber sido construidas con recursos del erario.
La gentrificación de Oaxaca si bien es un fenómeno mundial, en Oaxaca ha recibido la simpatía de la clase gobernante porque ellos mismos resultan beneficiados por las políticas turísticas implementadas, aunque el costo lo pagamos todos por lo caro que es vivir aquí.
Si este gobierno saliente nada hizo para avanzar en el cambio y actualización de la mentalidad oaxaqueña, el gobierno entrante ya anunció el retroceso hacia las viejas estructuras coloniales con el reforzamiento del asambleísmo entre otros cambios que, disfrazados de progresismo, en realidad miran hacia el pasado porque, en materia turística, la pobreza vende. Sálvese quien pueda.
Twitter @nestoryuri