Néstor y. Sánchez Islas
El tianguis de pueblos mágicos recién realizado debió haber sido una visita obligatoria para todos los políticos y funcionarios que participan en las políticas públicas en materia cultural, turística y económica para que abran los ojos y dejen de creer que Oaxaca es el ombligo del mundo.
La visita obligada no debió haber sido solo para conocer otras expresiones artesanales, sino también para darse cuenta de la enorme competencia que existe en la disputa por el turista y sus recursos.
La calidad y los precios de productos y servicios que mostraron es un serio aviso para los oaxaqueños y nuestra tendencia a encarecer todo creídos en que, solo por el hecho de ser oaxaqueños, están por encima de los demás.
Los productos culturales que hoy vendemos, entre gastronomía, textiles, artesanías o manualidades no los creamos nosotros. La gran mayoría se configuró a lo largo del siglo XIX, aunque hay algunas cosas que vienen desde la Colonia o, incluso, son precolombinos.
Vale la pena preguntarse, ¿Qué cultura estamos construyendo ahora para que se convierta en mercancía dentro de 50 o 100 años y tengan algo que vender los oaxaqueños del futuro?
La pregunta y su respuesta es más importante de lo que a simple vista parece puesto que la cultura puede ser tanto una expresión de dominación, como también un instrumento para perpetuar la desigualdad.
Hoy explotamos el maíz, domesticado en la zona de Mitla hace unos 9 mil años. Nos sentimos orgullosos de los sitios arqueológicos como lo son Monte Albán, Mitla o Yagul que cayeron en decadencia incluso antes de la llegado de los españoles. Las ciudad colonial que hoy presumimos, con sus preciosas construcciones religiosas, fueron hechas hace siglos.
Nuestra herencia gastronómica es de fama mundial, tampoco la creamos nosotros y, no debe olvidarse, que toda ella viene de la cultura popular y no de las clases poderosas.
El mezcal y las tlayudas con ejemplo de cómo la bebida y el alimento de los más pobres son hoy los máximos exponentes de la oaxaqueñidad.
La mayoría de los textiles típicos, del barro o cestería tuvieron un origen funcional, muy diferente al decorativo que hoy se le asigna.
La creación de fiestas, poemas, calendas o música no se hicieron pensando en que se convertirían en una mercancía. Muchas de esas obras fueron creadas por amor a su tierra o a su Dios y su origen fueron las clases más humildes del estrato social.
Hoy, sin embargo, lo cuestionable es que la creación y promoción de la cultura está en manos de mercaderes que a todo le dan un giro económico y, en muchas ocasiones, en función de sus propios restaurantes, hoteles, boutiques o servicios turísticos en los que tienen intereses.
Estos mercaderes ni siquiera son originales, muchas veces se dedican a buscar por internet ideas para copiar o reproducen lo que vieron en otras tierras. Es un asunto delicado cuando pensamos en manos de quienes están los recursos que están moldeando el Oaxaca del futuro porque, en estos temas, los resultados se materializan dentro de muchos años.
Si hoy reproducimos batallas de la guerra de independencia o la revolución, dentro de unos años se reproducirán como atractivo turístico las ejecuciones o masacres del crimen organizado, o se harán representaciones y poesías corales para celebrar los plantones y bloqueos carreteros.
O tal vez se celebre la ocupación y apropiación del zócalo por una banda de triquis oportunistas. Será el colmo darle al incendio de la ciudad por parte de la APPO un carácter de gesta heroica.
Lo delicado de la construcción de la cultura actual es que quienes tienen el poder económico y político son quienes, por carecer de arraigo, la están destruyendo, teniendo, además, los recursos para imponer sus gustos o preferencias personales.
El gobierno actual todavía posee el control del discurso y puede manejar a algunos medios para agrandar o disminuir problemas.
El caso del intento de la apropiación de los alebrijes para hacerlos pasar como oaxaqueños es vergonzoso. Ni siquiera son artesanías las tallas de madera, son manualidades inventadas hace 40 años con fines netamente comerciales por campesinos de Arrazola que sencillamente los copiaron.
Nunca tuvieron una finalidad práctica, solo se trataba de ganarse unos pesos a costa de los turistas que subían a Monte Albán. Tampoco hay antecedentes arqueológicas de tallas en las culturas mesoamericanas.
¿Quién puede pagar hoy por una talla de madera de cientos de miles de pesos? ¿O por un huipil, vestido o reboso de seda? Lo que antes fue de alcance popular hoy, por las circunstancias económicas, es un producto para las elites que pueden pagarlo. Claro ejemplo de que en lugar de que la cultura creada por todos nosotros nos haga menos desiguales se convierte en una prolongación de la injusticia.
EL REY DEL CASH
Es el tema del momento y, es verdad, como en su tiempo lo fueron “A calzón quitado” de Irma Serrano”, o lo “Negro del negro Durazo”.
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