Diego Enrique Osorno*
Leí “La tierra de Vallejo”, el nuevo libro de John Gibler, durante una especie de reclusión en un lugar llamado Santiago -no de Chuco-, al cual había ido a intentar sanarme una depresión pandémica.
El plan era desconectarme de todo. Darme de baja un rato del contexto. Ni siquiera tenía ánimo para leer, sin embargo, llevaba el manuscrito que John me había compartido varios meses atrás. Con poco ánimo empecé a hojearlo.
Planteado en forma de diario de viaje, empieza con la presentación del autor y protagonista de esta historia: un hombre nacido en Estados Unidos, aunque le cae mal ser de Estados Unidos; además, aunque es periodista, en realidad siempre ha deseado ser poeta.
Por alguna razón metafísica que se irá desvelando, este personaje residente en México se encuentra en la ciudad peruana de Trujillo, buscando libros de César Vallejo y sobre César Vallejo.
Con una prosa que inicialmente tiene un registro casi notarial, la cual se va complejizando a lo largo del peregrinaje narrativo, vamos siguiendo a John en su búsqueda de rastros y pistas poéticas, al mismo tiempo que conocemos algo de contexto cultural peruano y de la escabrosa vida política y social andina, que a no dudar es la latinoamericana.
Reflexiones sobre democracia, escritura e identidad son presentadas a partir de digresiones, descripciones y charlas aparentemente fortuitas entre varios personajes fascinantes, algunos de ellos eminentemente vallejianos, aunque la mayoría me parece que son todo lo opuesto.
Una noche pasa lo siguiente: El autor está encerrado en un campo de concentración pensando en cómo fugarse, cuando ve a unos hombres disolviendo cuerpos en ácido.
Después aparecen corriendo muchas niñas y niños vestidos con uniforme escolar. Es una especie de fuga masiva del horrendo sitio y John empieza a correr también, pero recuerda que ha olvidado los libros de Vallejo que apenas había encontrado durante sus pesquisas en Trujillo.
Carajo. Sabe que si no corre puede morir. ¿Qué decide hacer entonces? Se arriesga a salvar los libros de Vallejo. Hasta aquí acaba esta pesadilla que tuvo John una noche relatada en su diario.
Resalto la decisión de John de arriesgar su vida para salvar los poemas de Vallejo. A partir de ahí ya no dejé de avanzar página tras página y me olvidé de mi absurda depresión hasta llegar ese día al final del libro publicado este 2022 por la editorial española Pepitas de Calabaza.
Pero la pesadilla del diario de viaje de John activó también una ventana personal que me llevó a repasar toda su obra desde mi experiencia como lector suyo.
Este es su sexto libro. En el primero, “México Rebelde” (Debate, 2011) aborda el zapatismo, la lucha popular de Oaxaca en 2006, la represión de San Salvador Atenco, el problema de la migración y la lucha guerrillera de Gloria Arenas, presa política del ERPI.
Se trata de un libro entre la crónica y el ensayo, inspirado y comprometido con retratar al México de abajo y a la izquierda, a partir de la influencia política de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona lanzada por el EZLN en 2005.
Para su segundo libro, Morir en México (Surplus, 2012) John pasa del México rebelde a desenmascarar al México de la falsa guerra contra el narco decretada en aquel entonces por Felipe Calderón.
Mientras da contexto analítico y ensaya una crítica a la política antidrogas predominante, viaja a diversos lugares del país para investigar lo que está pasando con las víctimas y conocer casos como el de José Humberto Márquez Compeán, un obrero ejecutado extrajudicialmente por la Marina, o relatar la historia del semanario sinaloense “Ríodoce”, y del gran periodista y amigo querido, Javier Valdez, asesinado en mayo de 2017.
John acuña en ese tiempo una frase contundente que sintetiza incluso la realidad actual: “En México es más peligroso investigar un asesinato que cometerlo”. Su siguiente libro, “Veinte poemas para ser leídos en una balacera” (Surplus, 2012), parte de un guiño a Oliverio Girondo y a las víctimas que conoció durante la escritura de Morir en México.
El poemario desborda intensidad y vibra en su amor a quienes enfrentan el horror de forma cotidiana. Aunque todos sus libros son fascinantes, “Tzompaxtle” (Tusquets, 2014) es mi preferido.
Ahí cuenta la historia de un guerrillero que logró escaparse de una prisión militar en la que se encontraba desaparecido de manera forzada. Al mismo tiempo se cuestiona la utilidad de los libros y el significado y valor en la palabra de los oprimidos.
Su quinto libro, “Ayotzinapa. Una historia oral de la infamia” (Grijalbo/Surplus, 2016), es quizá el más conocido e importante. A partir de muchas horas de entrevistas con normalistas, supervivientes y personas involucradas en los hechos del 26 y 27 de septiembre en Iguala, John trenza testimonios para contribuir a la búsqueda de la verdad en torno a la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.
Algo se rompió en el país en aquel septiembre de 2014. Y algo se rompió también en John desde entonces. Tuvimos que esperar seis años después de los hechos de Ayotzinapa para que volviera a publicar un libro.
La tierra de Vallejo es un viraje en ciertas cuestiones formales con relación a sus anteriores libros. Por ejemplo, el que los sucesos narrados ocurren por primera vez fuera de México (aunque se siente México todo el tiempo), o el que la investigación que hace no estriba sobre un acontecimiento trágico, sino que tiene que ver con una cuestión poética (aunque al final del libro hay un inevitable y fantástico giro social de tuerca).
John siempre ha desandado entre el periodismo y la literatura, pero este es un libro más literario que periodístico. Por ello da la impresión de que representa una especie de sanación o búsqueda existencial aún más arriesgada por parte de un periodista gringo que en realidad es un poeta vallejiano.
Los lectores de la obra gibleriana celebramos que haya decidido quedarse a salvar los libros de Vallejo en medio de la pesadilla.
*Escritor y periodista.