Néstor Y. Sánchez Islas
En nuestro país no hay duda cuando se hace el juramento de lealtad cívica y patriótica: se jura la Constitución.
Los momentos actuales son de confusión, no solo es México, el mundo está envuelto en una marea populista de ambos extremos ideológicos. Aquellos practicantes de la política que carecen de escrúpulos la han aprovechado para llegar al poder. Una vez en la silla democrática la convierten en un trono imperial cimentado en un nocivo culto a la personalidad. Manipulan hábilmente a las masas con discursos mesiánicos que los coloca, según ellos, a un lado de Jesucristo y exigen no solo sumisión, sino lealtad y abyección absoluta hacia su persona y no a la Constitución e instituciones del país.
La pretendida reforma constitucional para acabar con el INE nos ha dejado ver dos cosas: el exceso de poder presidencial y, como consecuencia, el exceso de genuflexión de todo tipo de personajes que, en la necesidad de mostrar su sumisión, declaran y hacen toda clase de absurdos. Para no ser considerados traidores, nadie se atreve a usar la razón sí ésta va contra el pensamiento de su líder.
La defensa del INE no es un ocurrencia, es una necesidad para mantener las libertades democráticas que hemos conquistado. Esa necedad presidencial no es un deseo legítimo de mejorar el sistema electoral, que deberá cambiarse para mantenerse actualizado, sino la simple ejecución de una revancha por una ira que no puede controlar a pesar de los años que han pasado desde su derrota ante Felipe Calderón.
El plan B del presidente pretende desaparecer las oficinas regionales del INE, que en los hechos es dejar a mucha gente sin trabajo. Acabar con el servicio profesional electoral, quitar recursos cuando más se necesitan por la cercanía de las campañas, levantar restricciones a la propaganda de los servidores públicos, es decir, dejarlos que aprovechen el cargo y los recursos a su favor como lo hace Claudia Sheinbaum, quitar el modelo aleatorio para seleccionar entre los ciudadanos a los funcionarios de casilla, lo que supone colocar en ellas a simpatizantes de su partido.
Entregar menos recursos a los partidos, y abrir la puerta al financiamiento ilegal o del crimen organizado. Elegir por voto popular a los consejeros del INE y magistrados electorales cuando que lo que se necesita es gente especializada y no improvisados leales, pero ineptos.
Entregar nuevamente el padrón electoral al propio gobierno con el riesgo que ello implica porque ahí están nuestras fotos, firmas y direcciones. Con los antecedentes de corrupción dentro del gobierno no hay forma de asegurar que esa información no se venda al mejor postor. Un peligro para cada uno de nosotros.
Estas modificaciones a las leyes secundarias en materia electoral nos colocarían en un camino similar al de Nicaragua de Daniel Ortega en que el régimen se apoderó del sistema electoral y le permite ganar elecciones con solo obtener el 35% de votos a favor. De esta forma no habrá manera nunca de ganar al oficialismo.
Durante años el presidente y su estridente grupo de seguidores se dedicaron a socavar la democracia nacional. Provocaron permanente inestabilidad, un ambiente frustración y enojo contra las autoridades del momento, asonadas, bloqueos, violencia, saqueos y quema de tiendas, supermercados y gasolineras.
De esta manera anestesiaron a una buena parte del electorado que les entregó el voto. No debemos perder de vista que las leyes electorales actuales se modificaron en 2006 y 2012 para darle gusto como candidato perdedor y tratar de apaciguarlo. Hoy reniega de lo que pidió para él porque ya está en la silla imperial.
El presidente exige lealtad hacia su persona y lo que de ella emana. No se trata del país, se trata de sus ideas, sueños, utopías y proyectos personales para eternizar en el poder a su movimiento. Penalizar las ideas contrarias sería como Cuba en que es ilegal no ser revolucionario. Exigir lealtad hacia su persona es como Hitler que hacía jurarla hacia él, no a su país.
Hábilmente manipula un discurso arrancado a la Teoría de la Liberación para darse ese aire religioso con el que tiene el control de las masas. Como seguidor de Jesús su objetivo es una sociedad justa, dice él, y lograr un cambio social y político. Jesús fue pobre y su ministerio fue para ellos y los oprimidos y los marginados, por tanto, su misión consiste en poner primero a los pobres.
Manipula los textos y coloca las necesidades espirituales al mismo nivel de las sociales. Divide, insulta, amenaza, comete venganzas y discrimina a quienes califica de conservadores, fifís o neoliberales, cosa que Jesús no hizo jamás en sus mensajes evangélicos.
No se trata de elegir entre él y el país porque para cualquiera que tenga dos dedos de frente la elección deberá ser primero México y no un personaje pasajero. El país permanecerá, él no. Para ser su opositor no es necesario ser conservador o fifí, solo hace falta tener sensatez.
Twitter @nestoryuri