Soledad Jarquín Édgar*/SemMéxico
Hace más de dos mil años una madre de nombre María vio morir a su hijo crucificado en una cruz, luego de haber sido humillado y torturado. La historia religiosa nos habla de una madre que sufrió el calvario de Jesús, su hijo, sacrificado por amor a la humanidad, como señala la iglesia cristiana.
Las madres han sido históricamente un referente y es cierto hay una distancia entre la madre María y el resto, pero el dolor es la pérdida y la forma en que esa ausencia se produce. Las madres menos diosas y más humanas, han sido símbolo de la resistencia ante la imposición de la violencia, el asesinato, la desaparición forzada, la tortura y los tratos crueles (que incluyen la esclavitud, la trata y el tráfico de seres humanos) contra los grupos cuyas ideas son distintas, por un lado, o por otro, al considerar que hay seres humanos de menor valor.
La reacción siempre ha sido la misma. Cuando se trata de ideas políticas diferentes el poder se utiliza la fuerza policiaca o militar para callar y desaparecer. La reacción de los poderes reales o fácticos es mostrar su miedo frente al cambio, lo diferente, lo que pone en riesgo sus afanes no siempre buenos o casi nunca humanos.
En 1977, en Argentina, un grupo de apenas 14 mujeres y siete hombres empezaron a reunirse en lugares estratégicos para intercambiar información luego de la desaparición o encarcelamiento de sus hijos e hijas, algunas de ellas embarazadas. A finales de abril de ese año, a pesar de las advertencias, tomaron el espacio público, temerosas sí, pero seguras de que algo estaban haciendo visible: la ausencia de sus seres queridos, desaparecidos o encarcelados por el régimen militar que impuso el terrorismo de Estado.
“De a dos tomadas por el brazo, fueron circulando” en torno a la pirámide de la Plaza de Mayo (Memorias de la Memoria. Madres de la Plaza de Mayo. Línea fundadora. Memoria Abierta). La historia señala que la persecución a ellas inició de inmediato. En diciembre fueron secuestradas tres de ellas: Esther Ballestrino de Careaga, María Eugenia Ponce de Bianco y Azucena Villaflor de Vincenti, pero no fue lo único ya que su intervención ha estado presente en Argentina a lo largo de los años buscando a sus desaparecidos y a los descendientes de sus hijas secuestradas, torturadas y asesinadas muchas veces: sus nietos y nietas.
Apenas con días de diferencia, el 17 de abril de 1977, en México otra madre, Rosario Ibarra de la Garza o Rosario Ibarra de Piedra, formó el Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos (Comité ¡Eureka!) después de tocar todas las puertas institucionales para saber sobre el paradero de su hijo Jesús Piedra Ibarra, desaparecido desde 1974 por el Estado mexicano, acusado de pertenecer a la Liga Comunista 23 de Septiembre.
La diferencia entre Argentina y México era el tipo de régimen. Uno militar y otro
“democrático”, dirigido por un partido hegemónico, el PRI, la dictadura perfecta dijo Mario Vargas Llosa (1990). Una dictadura en la que subyace la llamada guerra sucia o de baja intensidad, que comprende desde finales de 1950 hasta 1990.
La lucha de las Madres de la Plaza de Mayo Línea Fundadora o de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, como la de Rosario Ibarra y el Comité ¡Eureka! No cesaron nunca. Hoy continúan las Abuelas buscando incansables a sus nietos y nietas. En México ¡Eureka! dio pasó, desde hace algunas décadas a una exigencia cuyo origen es diferente porque no es una lucha política-social, sino producto de descomposición ocasionada por la corrupción.
Esta nueva demanda de las madres se presenta ante un agente que no es nuevo pero cuyos avances e incursiones contra las personas crece. El crimen organizado sentó sus reales, de forma paulatina y desde hace décadas, estamos entonces frente a actores distintos, sin embargo, el Estado mexicano juega el papel de siempre: el del silencio y la impunidad.
Porque estoy más que convencida que la violencia en el caso de las mujeres se ha recrudecido de forma cuantitativa y cualitativa, a raíz de la presencia de estos grupos delincuenciales con impactos directos e indirectos en las familias, tanto en feminicidios como en desaparición forzada, en este caso, tanto de mujeres como de hombres de todas las edades.
A principios de los noventa, un nuevo fenómeno se hace presente de forma exacerbada, en ciudad Juárez Chihuahua, donde entre 1991 y 2012 se documentan al menos 700 asesinatos de niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres. Esa voz de alarma se dio a conocer gracias a las madres de las víctimas que se organizan y dan paso a Nuestras hijas de Regreso a Casa, -tras la desaparición y asesinato de Lilia Alejandra García Andrade, de 17 años de edad- y otras muchas que surgieron en aquella ciudad fronteriza.
Pronto, gracias a una investigación surgida desde la Cámara de Diputados federal dirigida por la entonces diputada Marcela Lagarde y de los Ríos, se confirmaría algo que ya se empezaba a saber, el feminicidio estaba en todo el país, en mayor o menor presencia porque respondía a acciones de discriminación, misoginia, violación a todos los derechos humanos de las mujeres y, a la par, a la falta de acciones institucionales para prevenir, atender, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, como establecía ya la CEDAW (1979).
Por otro lado, las madres buscadoras caminan y escarban la tierra para localizar a sus hijas e hijos, un ejemplo que ha proliferado en casi todas las entidades del país y que hoy buscan unificar esos esfuerzos, después de casi dos décadas de visibilidad, más o menos documentada, y que hoy supera los más de cien colectivos o asociaciones en México.
Las otras madres (y padres) surgieron a raíz de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, desaparecidos el 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala, Guerrero.
Hoy tocó hacer esa referencia de una madre que pasa por el calvario de su hijo o hija, que se enfrentan a un tipo de persecución del Estado o de grupos criminales, o que incluso han sido víctimas de esos poderes fácticos y claro de los poderes reales que solo están para mirar y dejar pasar. Hoy toca hacer referencia a esas cientos de madres que no son escuchadas por los Poncio Pilato de nuestra era, que desoyen y no abren las puertas de sus palacios donde despachan reyes y virreyes y donde priva el silencio e impunidad.
*Periodista y activista feminista.