Néstor Y. Sánchez Islas
Seguro ya lo notó. No se necesita ser experto para darse cuenta de que la prometida “ciudad educadora” salió respondona y mal educada. No era para menos, quienes llegaron para erigirse como faro moral para educarnos olvidaron que, aunque el poder lo hayan obtenido en las urnas, la autoridad moral y, por tanto, la ascendencia de ellos sobre nosotros es algo que deben ganarse y, quienes tienen hoy gobiernan, han vivido toda la vida de la agitación, el chantaje social y el embuste como para que ahora les tengamos un respeto que no merecen.
La calidad de vida en nuestra verde Antequera camina en reversa, pero no por la modernidad y los problemas que trae aparejados. No, lo es por el abandono de sus autoridades.
La pugna entre los equipos del gobernador y del presidente municipal han agravado los problemas que, si bien no fueron originados ni exclusivos de los dos últimos alcaldes, tampoco pudieron resolver por estar más ocupados en sus carreras políticas que en servir a quienes prometieron mejorar sus condiciones de vida.
Salir a las calles de la verde Antequera ya no es vivir el realismo mágico que se le vende al turista, es padecer la anarquía y la criminalidad de un tejido y contrato social roto, una ruptura ampliamente promovida y ejecutada por los antiguos agitadores, hoy convertidos en gobernantes.
A la ciudad abandona por su autoridad municipal hay que sumar lo irrespetuoso del gobierno estatal. Nuestra ciudad está considerada como parte del Patrimonio Mundial de la Humanidad. Tenemos bajo nuestro resguardo preciados monumentos que son como personas de la tercera edad que, por ese solo hecho, merecen respeto, buen trato y consideraciones.
De alguien tuvo que ser la ocurrencia de convertir los muros tapiados de la Catedral Metropolitana en vulgares bardas para propaganda. Como si fueran los muros de la zona del mercado de Abasto cubiertos con publicidad de eventos de chanclazo y tamborazo, los tapiales colocados para proteger obras de conservación están tapizados de propaganda oficial para diferentes eventos. Prefiero pensar que olvidan las cosas antes de creer que son ignorantes e irrespetuosos. Olvidan que es uno de los edificios más valiosos de nuestro patrimonio histórico, pero más importante aún, olvidan que se trata de un templo religioso que debe ser respetado por los funcionarios a pesar de que no practiquen esa fe. Si por un lado el gobierno del estado hace lo que quiera ante un municipio ausente, los municipales toleran desde payasos hasta grupos musicales en el atrio de la iglesia, una zona que debería volver a delimitarse con sus rejas porque ya está visto que el ánimo urbanístico de integrarlas al espacio urbano solo ha sido para abusar de él. La iglesia de Santo Domingo está en la misma situación.
El recuento de los daños físicos es muy sencillo porque son visibles y evidentes, lo difícil es ver la descomposición social porque es del terreno moral y filosófico. Los semáforos están como los parques, las calles y el arbolado urbano: abandonados. Las calles privatizadas a favor de los ambulantes que en sus vendimias destruyen la infraestructura urbana. Muros y bardas como lienzos para grafiti, ni siquiera arte urbano. Postes de alumbrado, ciclovías y paradores del fracasado City Bus vandalizados y agregue usted todos los que observa en su cotidiano transitar.
El diagnóstico es correcto, necesitamos una ciudad educadora, pero no en las manos de quienes está hoy. Necesitamos detener el deterioro del tejido social porque la anarquía a nadie le conviene más que al gobierno para imponer un estado policial o militarizado, que para allá nos quiere llevar. Para vivir en libertad necesitamos que se vuelva a respetar el “Contrato Social”, una práctica política fundamental que explica y justifica el origen del poder político civil y no militar. El filósofo francés Jean-Jacques Rousseau afirmaba que el hombre nace libre, pero la sociedad lo encadena. El contrato social permite a los individuos recuperar una parte de la libertad que habían perdido al unirse a la sociedad, pero bajo las condiciones de la ley común que es de libre aceptación entre los individuos, de interés general y por el bien común de la sociedad, con respeto a la soberanía popular y un gobierno que sea representante de esa voluntad; a cambio de eso, las personas ceden temporalmente sus derechos naturales para aceptar la autoridad del Estado.
Aquí cada uno hace lo que quiere: igual pone su bocina toda lo noche a todo volumen que cierra una calle para la fiesta familiar. ¿A quién le conviene la anarquía?
HOMENAJE.
Hoy como nunca es indispensable reconocer a quienes han ejercido y defendido el periodismo y la libertad de expresión como pilar de una sociedad democrática. Es el caso de Benjamín Fernández Pichardo, quien recibió del Club Primera Plana un justo reconocimiento a una vida dedicada a servir a través de una periodismo libre e independiente. ¡Muchas felicidades!
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