Néstor Y. Sánchez Islas.
El gobierno necesita dinero de manera urgente. La solución para ellos es sencilla.
El gobierno federal decreta un gasolinazo mientras nos distrae negando laboratorios caseros de fentanilo en Sinaloa. El gobierno estatal decreta su tarifazo para tenencia y canje de placas. El municipal no se queda atrás con su tarifazo por el servicio de recolección de basura y otros conceptos. La reacción de la gente está en los medios críticos y las redes sociales: esto es un asalto en despoblado.
La promesa fue de poner la gasolina a $10 el litro y se vende en $25, o más. No es el precio del hidrocarburo, es el costo de los impuestos que el gobierno nos cobra por ello. En la neoliberal economía de los Estados Unidos es 40% más barata que aquí. En la economía dictatorial de Putin, en Rusia, es 60% más barata que la nuestra. Teniendo el control absoluto del poder, Sheinbaum podría eliminar una buena parte de esos impuestos, pero no quiere hacerlo.
En Oaxaca los foros de discusión se llenan con el tarifazo por el canje de placas, una medida que dice el gobierno será en nuestro beneficio, aunque no especifica en cual de todos porque ni en el bacheo ni en la seguridad ni en la economía los vemos. La irritación es en serio. Desembolsar en promedio $2300 para obtener las nuevas placas es un robo, agravado por los impuestos en cascada aplicados en un inexistente desarrollo social. En su incapacidad de producir las condiciones para que en Oaxaca se genere riqueza y contribuya a la hacienda pública el gobierno se va encima de los contribuyentes cautivos para extraer de nosotros la mayor cantidad de rentas.
Nos deja, a cambio, en manos de una policía vial corrupta e ineficiente. El ayuntamiento capitalino también anunció sus propios tarifazos. Aplicará alza de cuotas a quienes tienen comercio establecido en, por lo menos, el concepto de aseo y limpia, pero con toda seguridad seguirá subsidiando la actividad informal y parasitaria del comercio ambulante. Contra los negocios formales todo el peso de las contribuciones, para la clientela electoral y sus líderes, la mano amiga y la tolerancia sin fin.
La hegemonía lograda por el régimen al consolidar el control total sobre las instituciones no se transformó ni en la felicidad ni en la esperanza ofrecida. Anularon a la intrascendente oposición, rompieron todos los equilibrios, han impuesto en el poder a quien han querido y se siente orgullosos de su nepotismo. Tal poder les permite cometer toda clase de excesos en contra de una población que no tiene quien la defienda. Los tarifazos están ahí y “háganle como quieran”, es el mensaje.
Estamos apenas al inicio de la cuesta de enero y el enojo social llena los espacios de la prensa crítica y las redes sociales con la reprobación hacia las medidas económicas tomadas para iniciar este año en que, decían, no habría aumento de impuestos, tanto en lo federal, como en lo local y lo municipal. Mentira, cada una de esas instancias ya anunció sus nuevas tarifas y ninguna es a la baja.
Para protestar estamos solos con nuestras voces. La oposición verá desfilar su irrelevancia en el Congreso para detener o corregir el dispendio de un erario cada vez más escaso al que le han hecho recortes criminales en salud, ciencia, bienestar social y seguridad para seguir favoreciendo la compra de conciencias a través de las becas del bienestar.
El declive económico se vaticinó desde hace meses. Economistas y académicos se lo advirtieron a AMLO. La destrucción de las instituciones tendría un alto costo en el desarrollo económico.
Usar la democracia para llegar al poder y acabar con la república tiene un costo que en esta cuesta de enero empezamos a pagar. El viernes pasado el dólar estuvo a $20.66 desde aquellos días en que presumían el súper peso de $17. La presumida alza a los salarios mínimos se diluye inmediatamente ante el aumento de precios de los alimentos en un país que presume que sin maíz no existe, pero que tiene que importar el 50% del que consume al año con un dólar cada vez más caro.
El nulo crecimiento de México en el sexenio de López Obrador nos está pasando factura porque, en seis años, la economía nacional no aumentó ni siquiera el 2%. Si la economía no crece no hay manera de cubrir el gasto del gobierno, de sus familias en la nómina, de sus sindicatos y de la enorme deuda externa que nos dejó Obrador.
La respuesta del oficialismo es cínica y mentirosa: es lo que el pueblo eligió y el pueblo nunca se equivoca. Esta interpretación de la democracia es una falacia populista en el que la verdad dependerá del número de creyentes que la crean y no de la realidad misma. Promesas de campaña y realidad van por caminos distintos y, en lo económico, nos espera un difícil año 2025.
CULTURA
La llegada de Flavio Sosa a la Secretaría de Cultura generó controversia. Su imagen está asociada al vandalismo y la destrucción.
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