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Opinión. Tras los restos de Nueva Alianza Oaxaca

por Agencia Zona Roja

Adrián Ortiz Romero Cuevas*

Pudiera parecer increíble que hasta entre los grupos políticos más testimoniales existen disputas. Es lo que ocurre con el partido Nueva Alianza en Oaxaca, en donde a pesar de no contar con representación legislativa, ni con una identidad propia, ni un derrotero claro, sus militantes se encuentran metidos en una lucha intestina que no parece tener otra razón que la disputa por los restos mortales de ese partido. 

En efecto, el dirigente estatal Bersahín López López ha corrido con suerte. El partido que representa en Oaxaca hace mucho dejó de tener una base social real en la entidad, y sin embargo ha logrado mantener sus prerrogativas. Nueva Alianza nació como un apéndice político del SNTE, y pretendió ser articulado como un ariete magisterial en los procesos electorales. La realidad indica que tal objetivo nunca se cumplió en Oaxaca, porque el magisterio local ha sido disidente de su dirigencia nacional, y las fuerzas magisteriales oaxaqueñas se han ido aglutinando en otras expresiones políticas, que no necesariamente corresponden a las que se identifican con Nueva Alianza.

Aún así, Nueva Alianza en Oaxaca mantuvo su registro como fuerza política, administrada por López López, que siempre intentó —sin éxito— ser quien figurara en alguna de las posiciones de representación para ese partido. No lo logró en las legislaturas previas sino hasta la LXV Legislatura, a través de Adriana Altamirano. En un pésimo cálculo político —que más bien pareció ser una rabieta—, Bersahín López anunció que no construirían ningún tipo de alianza con otros partidos para los comicios de 2022; y se autoproclamó, a través de una asamblea que él mismo conformó, como candidato a Gobernador. 

Su campaña fue francamente intrascendente. En algunos momentos intentó friccionarse con el entonces candidato de Morena Salomón Jara que, aunque acusó recibo de sus señalamientos, decidió nunca responder a alguno de ellos. En el cálculo del morenista, contestarle significaría darle visibilidad a Nueva Alianza y reconocerle a su candidato una estatura que no tenía. Obviamente en la jornada electoral arrasó Jara, y una vez convertido en gobernador se reunió con todo tipo de actores políticos de oposición; pero nunca tuvo, y parece que ni tendrá, la disposición de recibir a su antiguo oponente del Partido Nueva Alianza.

Esa es la raíz de muchas de las fricciones intestinas en Nueva Alianza. Bersahín se dedicó a presionar a la entonces diputada Altamirano de diversas formas, para mantener provechos de la posición legislativa que habían conseguido gracias a los márgenes de votación logrados por sus candidatos a diputados en los comicios de 2021. Le vendió la falsa idea de que ella había llegado a ser diputada gracias a él, y que debía obedecer ciegamente a sus intereses. De esa actitud es de donde surgieron los señalamientos —probados ante el Tribunal Electoral de Oaxaca—, de violencia política, e incluso personal, ejercida por López en contra de Adriana Altamirano. 

Y es que, de hecho, Bersahín no logró lo que Adriana Altamirano sí: interlocución con el grupo en el poder, construcción de acuerdos y la posibilidad de espacios. La presión permanente del dirigente a la diputada radicaba en lograr que el Gobernador lo recibiera y negociara con él. Al ver que esto no ocurriría (porque es posible que ningún gobernador en los últimos tiempos haya tenido tan amplio margen de maniobra como Jara, lo cual le hace innecesario negociar), decidió imprimir fuerza a sus presiones. Lo probado ante el Tribunal Electoral no se invalida por los señalamientos de que la Magistrada Presidenta es cercana —comadre, de hecho— de la ahora exdiputada Altamirano. Como dice la conseja: una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa… 

Así, la frustración se convirtió en un conflicto personal; en un cruce de acusaciones y en diversas agresiones. En eso mismo se inscribe el supuesto atentado —lleno de contradicciones e interrogantes— que sufrió López López hace algunas semanas, del que inmediatamente acusó a su ex correligionaria. Todo ello ocurrió en los días previos a la emisión de la resolución del Tribunal Electoral local, por el que se probaron en su contra los actos de violencia. La respuesta fue la acusación del supuesto conflicto de interés, y la expulsión del partido de la exlegisladora; ambas, cuestiones que aún no pasan por el tamiz de la legitimidad ante los tribunales. 

¿Qué se disputan hoy? Por un lado, los espacios políticos que no tienen ni uno ni la otra; y las prerrogativas del partido, sobre las cuales tiene el control el dirigente y de las que ha hecho una forma de vida. No hay que buscarle demasiado. Al final, el pleito es por lo poco que queda de Nueva Alianza que, en los hechos, nuevamente se quedó sin ninguna representación relevante en la escena política oaxaqueña. 

*Abogado y periodista.

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