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Opinión. Z

por Agencia Zona Roja

Diego Enrique Osorno*

Z. era un economista de aspecto serio que se doctoró en la Universidad de Yale, un capricornio taciturno, sin mayor aspiración política en la vida que acaso la de ser gobernador del Banco de México, hasta que resulta asesinado Luis Donaldo Colosio, el candidato oficial del PRI a la Presidencia de México.

Tras el crimen, ocurrido en medio de un levantamiento indígena en Chiapas y una siniestra crisis al interior del régimen de partido hegemónico que gobernaba el país, Z. es designado por Carlos Salinas de Gortari como sucesor de Colosio, ante la falta de alternativas legales. Sin pudor alguno, Z. acepta el mandato de la patria.

A causa de una tragedia, el patriota crecido en la lejana ciudad de Mexicali, Baja California, entra de golpe a la intensa vida electoral, ganando los comicios de 1994 con todo el aparato gubernamental a su disposición y un apabullante respaldo del voto del miedo. Ha nacido en ese momento también un demócrata.

Sin embargo, por una serie de omisiones y decisiones, en sus primeros días de gobierno Z. enfrenta la peor crisis económica en la historia de un país de por sí en crisis permanente, lo cual lo lleva a una posición de poder frágil, de la que el flamante demócrata busca salvarse dando manotazos sin ton ni son, a partir del inconfesable vigor que le genera su estruendosa sumisión al gobierno de EU, así como los pactos tragicómicos con el PAN y con un viejo y colmilludo (y patriótico) sector del PRI.

Para demostrar quién manda —y distanciarse de quien lo sentó en una silla que cada día le gusta más—, Z. decide meter a la cárcel al hermano del ex presidente, detener y extraditar de forma exprés al capo Juan García Ábrego, y traicionar la enclenque tregua en Chiapas para intentar aniquilar al subcomandante Marcos, quien lo bautiza con cariño como un psicópata de Yale.

Con el paso del tiempo, aunque su sexenio queda marcado por hechos como el Fobaproa, la legalización de facto de los monopolios económicos, el golpe a la Corte, la creación de Los Zetas en Tamaulipas y masacres como la de Acteal y Aguas Blancas, Z. ya es todo un narciso profesional que trata de pasar a la historia con una perspectiva favorable por permitir las elecciones en la capital del país y la llegada de la izquierda al poder, así como también por respetar la derrota oficial priista en los comicios presidenciales de 2000 y abrir las puertas de la alternancia a un antiguo gerente de la Coca-Cola.

Tras dejar el poder, Z. se dedica a estudiar la globalización (en Yale, por supuesto), impulsar la despenalización de las drogas y asesorar diversas compañías trasnacionales —algunas beneficiadas en su gobierno—, procurando no dar entrevistas ni mensajes alusivos a la vida política del país, hasta que…

¿El primer presidente de la transición o el último del régimen autoritario?, ¿héroe de la democracia o simulador de un despotismo elitista?, ¿demócrata o psicópata?, ¿estadista discreto o tecnócrata advenedizo?, ¿la radiante luz que se necesita en esta profunda oscuridad o alguien que sentiría vértigo de remordimiento si tuviera la sensibilidad de sumergir su mirada en sí mismo? 

*Escritor y periodista.

@DiegoEOsorno

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