NÉSTOR Y. SÁNCHEZ ISLAS
La insistente narrativa oficial del gobierno estatal nos hace creer lo felices que somos y lo afortunados que resultamos al tenerlos a ellos en el poder. Emplea sus propios medios, contrata espacios en la prensa nacional y alquila plumas locales para que nunca lo olvidemos.
La temporada de Guelaguetza sirve muy bien para mantener esa creencia y, ya puestos en ese estado de ánimo me pregunto por qué no cantar aquella vieja tonada de Topo Gigio, personaje de la tv de los años 70, que se llamaba “La felicidad”.
Solo que al crimen organizado no le avisaron lo felices que estamos y éste tuvo la ocurrencia de incendiar Juchitán la semana pasada. Pequeño detalle que nos remite a escenas de Sinaloa, Tamaulipas o Michoacán en donde, cuando detienen a un importante “generador de violencia” se desata el infierno con incendio de comercios, ataques al transporte público y narco bloqueos.
A través de este espacio hemos comentado el lado oscuro de esas dos esperadas obras por los oaxaqueños. Tanto el corredor interoceánico como la súper carretera al istmo tienen el defecto de resultar altamente atractivas para el crimen organizado en todas sus modalidades, como el huachicol, la droga, las armas, los indocumentados, asaltos y secuestros. No será raro ver cómo, con los meses aumente la violencia en la zona por la disputa del territorio.
Más grave aún resulta la tolerancia, o de plano complicidad, entre el poder político y el poder criminal que ha ido cediendo tanto territorio como autoridad a manos de malandros que imponen su voluntad en la zona. El Estado ha perdido presencia, entre otras razones, por la cercanía de algunos políticos que, necesitados de financiamiento, han recurrido a ellos como fuente de financiamiento.
Históricamente ha habido complicidad, pero pocas veces como ahora en que la política de los abrazos, literalmente, los protegió a ellos en detrimento de nosotros, la gente de a pie.Este gobierno debería ser muy cuidadoso con el tema porque es rumor público la cercanía o pertenencia de alguno de los miembros de su equipo con grupos delincuenciales.
De manera superficial el tema del involucramiento de políticos con el crimen podría reducirse al mero ámbito de la seguridad púbica, pero este asunto ha evolucionado de tal manera que ya afecta y distorsiona las propias estructuras sociales que, como ejemplo de ello, no solo tolera la narcocultura, sino que abiertamente se exhibe a través de expresiones como la música, el cine, la tv o las redes en que convierte al matón en un antihéroe digno de admiración y como ejemplo de vida a seguir. De seguir así, Oaxaca corre el riesgo de convertirse en territorio fallido.
La política no debe llegar a los extremos maquiavélicos en los que el fin justifique los medios y, en la lucha por el poder, la clase política, necesitada de financiamiento, recurra a ellos e hipoteque nuestra seguridad, nuestro patrimonio y nuestras vidas porque usted y yo somos la mercancía para negociar entre gobernantes y criminales.
El crecimiento del crimen organizado tolerado desde el propio gobierno ha permitido la evolución de éste que pasó de bandas delictivas a constituirse en un poder fáctico que influye en la toma de decisiones que van desde políticas públicas hasta de la vida cotidiana.
De esta forma vemos que igual se apropian de tierras para construir complejos turísticos en la costa y lo legalizan vía decretos, imponen cuotas a pollerías provocando con ello el aumento de precios de los alimentos o son dueños de los taxis que nos cobran un ojo de la cara por un simple servicio.
La semana pasada paralizaron Juchitán como muestra de un poder que no debemos ignorar porque no se limitará a quemar tiendas. Es obvio que quienes mueven a esas bandas buscarán mantener el control que ya ejercen y, por supuesto aumentarlo, por lo que ejercerán su poder económico para conducir los procesos electorales de acuerdo con sus intereses y asumirse con auténticos señores feudales de horca y cuchillo.
En estos momentos no deberíamos preocuparnos por vivir en un estado casi fallido puesto que, gobernados por la izquierda, solo deberíamos dedicarnos a ser felices. No debería haber complicidad con el crimen, ni corrupción ni nepotismo. La economía debería ser tan buena que ya no debería haber pobreza ni desigualdad.
Los niños deberían estar felices con escuelas y profesores de calidad. Debería estar en construcción un tejido social en el que seríamos tolerantes, incluyentes y respetuoso. Los abrazos ya deberían haber triunfado sobre los balazos o la primavera oaxaqueña no debería preocuparse por dejar fuera de la Guelaguetza a delegaciones icónicas para introducir a desconocidas carentes de identidad propia.
La realidad es que Oaxaca no vive en la felicidad y la ola criminal no surgió sin complicidad.